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Saber consultar es sabiduría política

Domingo, 25 de abril de 2021 01:41
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Lo más sorprendente de la segunda ola de la pandemia COVID-19 en la Argentina es la incapacidad de aprender de la primera ola y de la experiencia de otros países del mundo. Pero aún más sorprendente, y quizás peor, es la incapacidad de los sistemas políticos de turno de llegar a acuerdos y consensos que reflejen lo que son: servidores públicos.

Entre tanto debate del qué hacer o no hacer en pandemia, el resto de la sociedad menguante entre los puntos de grieta mira con resquemor cómo de a poco las soluciones siempre son coyunturales.

Es decir, entre elegir un plan técnico-político y la ventaja política partidista, lo segundo prima. La que define esta incapacidad de tomar el pulso a la realidad no es otra cosa que el ego y la mirada cortoplacista eterna de nuestros gobernantes. Y tampoco es una dimensión exclusiva de la gestión de la pandemia, pero una forma de gobierno que desalienta el consenso en los grandes temas sociales, y solo termina por imponer la ley del más fuerte; no la ley de lo mejor y lo superador para servir al ciudadano.

Entonces, cabe preguntarse cuál es la razón de fondo que quita el incentivo a la política a cumplir su rol de solucionar problemas.

Parte de la razón está en la incomprensión de lo que dicta la vocación de servicio mediante la gobernanza. Otra parte, aún más compleja, es principalmente cultural, y por ende solo el tiempo y las conductas loables lo pueden resolver. Antes de reflexionar sobre la cuestión de fondo, sobran ejemplos a nivel país con la pandemia, a nivel provincial con la propuesta de reforma de la Constitución de Salta. Todos estos ejemplos apuntan a la cuestión de fondo: la carencia de entendimiento del rol del servidor público.

El último anuncio del presidente Alberto Fernández presagiando lo que las estadísticas de casos por COVID-19 vienen indicando hace semanas, tuvo dos puntos sísmicos en la organización de la toma de decisiones y gestión en pandemia. Primero, la decisión de imponer nuevas restricciones en total soledad, y dos, el esquema inconsulto como razón para sacar provecho personal.

Adhiero a que con picos de más de 20.000 casos diarios, que son más que el pico de la primera ola, y un acumulado de muertes de casi 60.000 argentinos y argentinas, la necesidad de disminuir la circulación es justa. Mirando a los peores momentos de la segunda (y tercera ola) en otros países que ya la atravesaron -como el Reino Unido, Italia, Australia y Sudáfrica- denota que el confinamiento, aún por más estratégico que sea, es la única solución probada para derrotar al virus circulante y al peor miedo: que mute en una cepa nueva que extienda la pandemia. Sabemos que restringir formas de vida cotidiana a favor de salvar vidas es un esfuerzo que humaniza.

Ahora bien, la táctica, formas y vías de consulta para llegar a esas decisiones son igualmente importantes por una razón por sobre todas: en crisis se gestiona con transparencia y apertura, nunca hacia la testarudez.

Lamentablemente, aún sin aprender de la primera ola y de la experiencia de otros países, el presidente inauguró la etapa inconsulta de la crisis de la pandemia. Lo hizo de dos formas notables: sin consensuar la estrategia con los gobernadores, y jactándose de ello diciendo (textual) "Las medidas las tomé yo y no las consulté".

En pandemia, en crisis, las decisiones tienen que ser contundentes, pero nunca inconsultas. Aún más cuando afectan a un país que existe más allá de la ciudad de Buenos Aires.

Es igualmente verdadero que el panorama político nacional no es benigno para aquel que quiere abrir el diálogo, pero aun así, hay evidencia que muestra que ante la crisis, la consulta y la apertura siempre fortifica. ¿Alguien recuerda marzo o abril del año pasado? Claramente hay vuelta atrás. Pero eso requiere de un mea culpa, que en este clima de grieta, parecería ser lo que más falta.

En el plano provincial también vemos síntomas de una Salta inconsulta en temas que dirimen la vida institucional de una manera tan abrupta que la no-consulta logra imponer la percepción de que las decisiones son para un séquito político y no para el ciudadano.

La rapidez y sencillez del debate sobre la reforma parcial de la Constitución de Salta es un ejemplo alarmante. Volviendo a lo mismo: en temas trascendentales, la consulta y el enriquecimiento de ideas es justamente lo esperado. Por supuesto que habrá evidencia de reuniones con partidos políticos, organizaciones civiles o instituciones medias, pero lo que se apunta en este argumento no es a la cantidad, sino a la calidad.

¿Era necesario aprobar un texto de partida en vez de una propuesta superadora con exigencias del Siglo XXI?

Retornamos a lo mismo: ¿es la reforma de la Constitución una oportunidad histórica para modernizar los cimientos de Salta, o un tic en un listado de promesas de campaña?

Los argumentos a favor de la reforma son válidos, pero el contenido de la reforma es una pérdida de tiempo. Claramente la virtud de la alternancia es un punto a favor. Nadie está en contra del recambio político. Pero muchos más están a favor de la inclusión de una nueva generación de derechos sociales, políticos y ambientales en la carta magna de cualquier comunidad. Inclusive, una reforma estratégica es también una fuente de seguridad legal que atrae empleo, inversión y notoriedad a una provincia en el Norte Grande que quiere lanzarse al futuro bien preparada. ¿Qué gobernante no quisiera pasar a la historia como pionero y responsable de un futuro mejor? Una oportunidad perdida más basada en la incapacidad de consulta, y la raíz común: la incapacidad de entender que el servidor público tiene como objetivo mejorar la calidad de vida del ciudadano. Nunca en primer lugar la coyuntura o excusas partidistas.

Por eso, ante los ejemplos a nivel nacional, provincial y local, la mejor teoría que explica a un país inconsulto es la carencia de entendimiento del rol del servidor público por parte de nuestros gobernantes. No hace falta buscar en los grandes autores de la filosofía y ciencia política las definiciones de poder, gobierno o responsabilidad democrática para saber que los episodios que nos tocan vivir en manos de nuestros líderes no son sinónimo de servicio.

Pero quizás es una buena idea recomendar (re) leer la Ética Nicomáquea de Aristóteles, en especial su segundo libro en torno al concepto de virtud y kalos: cuando una persona virtuosa siente placer al realizar acciones bellas o nobles.

 

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