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7 de Julio,  Salta, Centro, Argentina
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Salta, la dulce "cárcel" de un prelado

Miércoles, 19 de mayo de 2021 01:38
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La Iglesia en América Hispana presenció a comienzos del siglo XIX revueltas y sublevaciones contra el Imperio español. Un rasgo distintivo de estos movimientos emancipadores, fue su tendencia al autonomismo y a menudo su carácter antieclesiástico en virtud que, en su mayoría los prelados eran nombrados por el rey, en base a la vigencia del Real Patronato, y en consecuencia habrían de defender los derechos de la Corona. Los revolucionarios denunciaron cualquier sospecha de traición, los depusieron, expulsaron y encarcelaron. Tal el caso del arzobispo de Charcas.

Benito de María Moxó y Francolí, había nacido en Cervera el 12 de abril de 1763, en una noble familia catalana fiel a los Borbones. Era un humanista graduado en la Universidad de Cervera y que se ordenó monje benedictino, desarrolló su misión en el monasterio de San Cugat del Vallés. Ejerció la docencia en su universidad y escribió una gramática del griego. Carlos III lo nombró Caballero y fue miembro de la Real Academia de la Historia. Por decisión real pasó a México a cumplir un fin científico. Allí fue consagrado Obispo de Anura in partibus. Posteriormente fue designado arzobispo en la arquidiócesis de La Plata (Charcas), dignidad que ejerció entre 1807 y 1816. La feligresía lo recibió como un emperador.

En ese rincón de América, Moxó y Francolí desarrolló una labor que no fue solamente pastoral, sino también literaria. Escribió sus textos bajo el pseudónimo de "el filósofo de los Andes". Sus "Cartas mejicanas", "Cartas peruanas", "Relación de su viaje a Veracruz", "Meditación de un filósofo de los Andes", como así también sus homilías y cartas pastorales poseen un alto vuelo lírico. La diáfana pluma de Moxó y Francolí representó un importante aporte a las letras indianas. Fue una de las figuras más representativas de la ilustración española en tierras altoperuanas.

El estallido revolucionario y la formación de las juntas americanas, en especial los acontecimientos de 1809 en Charcas, colocaron al arzobispo en un lugar incómodo: algunas expresiones de sus pastorales resultaron ambiguas y se interpretaron como una posición fidelista a los Borbones.

Posteriormente se acusó al arzobispo de traición por haber liberado a los vencidos en la Batalla de Salta del juramento prestado ante Belgrano por Pío Tristán, de no volver a tomar las armas contra las Provincias Unidas del Río de la Plata.

En 1815, cuando el Ejército del Norte llegó a Potosí, Rondeau ordenó el destierro de Moxó. Recibió la instrucción en Cochabamba y fue conducido al sur por el sargento mayor don Manuel Rojas. En Charcas, los cabildantes abogaron para que se pudiera despedir de su feligresía, pero le fue denegado. Le permitieron descansar en Caiza, jornadas en las que redactó su "Carta a los americanos", un manifiesto en el que llama a América "mi segunda y dulce patria".

Al aproximarse el prelado a la Gobernación Intendencia, Martín Miguel de Güemes, fue informado de la inminente llegada del Arzobispo, y adoptó medidas para que Moxó y Francolí, fuese recibido con los honores de acuerdo a su alta dignidad. A tal efecto, instruyó al teniente gobernador de Jujuy, don Mariano Gordaliza para que le dispensara al ilustrísimo arzobispo, todas las consideraciones que merecía su alta dignidad.

Martín Güemes no escatimó detalles para recibir al Arzobispo en desgracia. Cabe considerar que las órdenes del General en Jefe del Ejército del Perú, eran que el Monseñor pasara sin dilación hasta la ciudad de Tucumán. Más, Güemes se dispuso a recibir con honores a Su Excelencia Reverendísima, porque su gobierno miraba con todo respeto la alta dignidad que representaba. Otra consideración, era que el viaje se realizaba en época de altas temperaturas y lluvias, por lo que decidió que se le proporcionara la posibilidad de descansar de las fatigas del viaje en atención a la edad del prelado. Moxó y Francolí, arribó el 8 de diciembre a Salta. Güemes dispuso que pudiera circular libremente dentro de la ciudad, es decir le dio por cárcel, la ciudad de Salta. También dispuso que en lugar de que el arzobispo tuviera que presentarse diariamente a la autoridad policial, a fines de certificar su presencia, fuera personal policial quien lo visitara.

Con estas disposiciones, el gobernador de Salta confrontaba nueva y directamente con la orden del director provisorio y jefe del Ejército del Norte, general José Rondeau. La resistencia de Güemes a cumplir con la orden fue el motivo que el director suplente, general Ignacio Álvarez Thomas, enviara al gobernador un oficio fechado el 18 de febrero de 1816 reclamando la demora que generaba el gobernador salteño retrasando la partida del prelado y desconociendo la orden impartida.

Güemes no pudo dar cumplimiento a lo que se ordenaba en el oficio. La invasión de José Rondeau a la Gobernación Intendencia dilató el cumplimiento de la orden.

Por esas fechas, el arzobispo enfermó, por lo que debió permanecer en Salta, ciudad en la que falleció el 11 de abril de 1816. En su lecho de muerte había otorgado testamento ante Marcelino Miguel de Silva, Escribano Público de Gobierno y Comercio. El arzobispo tenía parientes en la península hispánica. Aún así, dejó bienes a sus leales servidores y todo el remanente los destinó para los pobres de su diócesis charquina, a los que instituyó como herederos universales, encargando de su distribución al Cabildo Eclesiástico de Charcas.

La orden de Rondeau no fue cumplida, pero Güemes acendrado partidario de la causa emancipadora y fiel patriota, se condujo como un auténtico gobernante católico. Hizo compatibles las necesidades de la guerra con el respeto y el afecto que él y su pueblo, sentían por un pastor de la Iglesia en desgracia.

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