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Hoy, 28 de mayo, es el “Día Nacional de los Jardines de Infantes” y “Día de la Maestra Jardinera en Argentina”. La fecha fue instaurada en memoria de Rosario Vera Peñaloza (1873 - 1950), docente que impulsó de la educación inicial en el país y fue reconocida como “Maestra de la Patria”.
En la actualidad, con el avance de la tecnología, los nuevos paradigmas y una pandemia que afectó profundamente la “normalidad”, surgen nuevos desafíos en las aulas y en la virtualidad. Al respecto, en dialogó con El Tribuno, Natalia Cauzarano, profesora de Educación Inicial del Jardín Pinturitas 4.724 del Bº Ciudad del Milagro, contó: “La realidad epidemiológica nos generó un conflicto cognitivo importante. Tuvimos que actuar inmediatamente, adaptarnos y aprender. Y lo seguimos haciendo. Sin dudas, aceleró los tiempos en este sentido”.
¿Considera que hoy es más complejo desarrollarse en las aulas?
En general vivimos en una sociedad muy compleja y muy difícil de formar. Precisamente, desde el Nivel Inicial apostamos a avanzar en ese sentido y desafiamos de alguna manera la realidad. Sobre todo apuntamos a la integración, a trabajar con las emociones y a generar empatía. Es decir, a ponerse en el lugar del otro, a conectarse con sus sentimientos, sus deseos y sus miedos. No nos centramos sólo en brindar contenidos.
¿Qué ventajas ofrece esa generación de vínculos?
Innumerables. Son una herramienta fundamental para la vida. Pero hay un punto muy importante para los educadores y es que esa confianza nos permite detectar amenazas y peligros que pudieran poner en riesgo a los niños en su primera infancia, conflictos familiares, etc. Esto a su vez nos permite evaluar estrategias de prevención. Vivimos en una sociedad que sufre constantes cambios. Nuestro objetivo es brindarle a los chicos y a la familia herramientas para desarrollarse en ese mundo.
La docente de Nivel Inicial tiene un ojo clínico para detectar que algo no está bien. Muchas veces el silencio de los niños son grandes indicadores de que algo pasa. Es por eso que hoy nos especializamos en observar y detectar, a leer lo que con palabras ellos no pueden o no quieren decir. Los jardines se han convertido en mucho más que una sala de juegos.
En ese mundo en transformación, a los docentes también les ha tocado adaptarse...
Sí, todo el tiempo tenemos que poner en marcha nuestra capacidad de adaptabilidad. Sobre todo las más grandes debemos actualizarnos, ponernos a la par del chico y desde sus propios intereses arrancar. Desde hace un tiempo a la fecha la tecnología y los recursos tecnológicos son los ejes. Pero a la vez los acompañamos con tareas que implican mucho movimiento. Un niño feliz se mueve, explora e interactúa. Nunca debemos perder de vista el objetivo del nivel, que es socializar. En el aula hay que buscar el equilibrio, como en la vida: no todo lo viejo no sirve ni todo lo nuevo es bueno.
Más allá de lo sanitario, ¿qué desafíos le planteó la pandemia?
Todavía hay muchas cosas sin resolver. Pero lo cierto es que la realidad epidemiológica nos generó un conflicto cognitivo importante. Tuvimos que actuar inmediatamente, adaptarnos y aprender. Y lo seguimos haciendo. Sin dudas, aceleró los tiempos en este sentido.
¿Los chicos son conscientes de la pandemia?
Son conscientes desde su lógica, desde su pensamiento. Han naturalizado todo esto que hace a la pandemia y no descuidan en ningún momento de lo que hay que hacer y lo que no hay que hacer para prevenir los contagios.
En cuanto a los padres. ¿Acompañan en la tarea de educar más o menos que antes?
Partiendo de la base de que hay realidades distintas y la sociedad no es homogénea, me atrevería a decir que hoy en general es la escuela la que acompaña a los padres. Son muchos los factores que influyen para que esta sea una realidad para muchas instituciones. Este es otro desafío que enfrentamos los docentes. Pero lo hacemos con gusto, con dedicación y con esperanzas de que vamos a ir progresando como comunidad.
De algún modo, las maestras jardineras nunca dejamos de ser niñas y alimentamos esa niñez que quedó escondida en algún lugar de nuestro ser. Nos esforzamos para pensar como niños y sentir como niños para ayudar a los niños. Buscamos educar desde el amor, adaptarnos a los cambios y hacer un buen diagnóstico de las necesidades de los chicos. Muchas veces los chicos demandan muestras de cariño que van más allá de los protocolos.