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24 de Junio,  Salta, Centro, Argentina
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Político y figura decisiva para forjar una nación

De la guerra de recursos a un legado independentista para el país y el continente. 
Miércoles, 16 de junio de 2021 13:41

Por Sara E. Mata, ICSOH - Conicet - UNSa 

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Por Sara E. Mata, ICSOH - Conicet - UNSa 

El 17 de junio de 1821 Martín Miguel de Güemes fallecía en la Cañada de la Horqueta, como consecuencia de las heridas provocadas, diez días antes, por una partida realista que lo sorprendió en la ciudad de Salta. Durante siete años lideró la guerra en la provincia de Salta enfrentando las invasiones del Ejército Real del Perú. A doscientos años de su muerte resulta interesante recuperar algunas facetas importantes de las características de la guerra de la cual participó, de la movilización rural sobre la cual basó su poder político y militar y, fundamentalmente, presentar en toda su complejidad las circunstancias de su muerte y las consecuencias que la misma tuvo en el derrotero de la independencia en América del Sur. 
Para ello es preciso ensayar interpretaciones contextualizadas de la guerra de recursos que libró en un extenso territorio, que excedía la jurisdicción de la provincia de Salta, investigar las redes políticas que integró y las estrategias que permitieron construir su liderazgo. Esa contextualización de la guerra y de las redes políticas lleva necesariamente a intentar un análisis en diferentes escalas espaciales y a formular nuevos interrogantes acerca de las razones de la oposición a su gobierno y las causas de su muerte, así como su importancia en el derrotero de la revolución en los andes meridionales.
En esta oportunidad solo haremos breves referencias a estos problemas, focalizándonos en la guerra de recursos y las tensiones políticas que atravesaron su gestión, para ofrecer nuevas interpretaciones a su muerte y evaluar su transcendencia en la independencia de América del Sur. 

 Contexto local y nacional

Nos centraremos en el protagonismo de Güemes a partir de febrero de 1814 cuando, a pedido de José de San Martín, regresó al Ejército Auxiliar del Perú y fue designado por este jefe de la Vanguardia, con la misión de coordinar y organizar las milicias que, desde enero, resistían tanto en el Valle de Lerma como en la frontera salto-jujeña a las partidas realistas que ocupaban el territorio. Con el apoyo de “paisanos voluntarios” que se sumaron a las milicias, y de oficiales del Ejército Auxiliar, el hostigamiento a las partidas realistas que se aventuraban en búsqueda de víveres y ganado fue constante. La ciudad de Salta, donde se encontraba Joaquín de la Pezuela, jefe del Ejército realista, fue cercada impidiéndose de este modo su abastecimiento. Con la noticia de la caída de Montevideo, en marzo de 1814, en poder de Buenos Aires Pezuela comprendió que no llegaría el contingente de hombres enviados por España a esa ciudad, para en unión con sus fuerzas destruir al Ejército Auxiliar del Perú. Por el contrario, las fuerzas que Buenos Aires había empleado para vencer la resistencia de Montevideo podrían reforzar al ejército patriota en Tucumán. Por otra parte, el asedio de la insurgencia altoperuana sobre las ciudades de Cochabamba, Chuquisaca, Potosí y La Paz hacía temer la pérdida de esas plazas, mientras el grueso del Ejército Real se encontraba en Salta imposibilitado de concretar un avance hacia Tucumán. Por todas estas razones Joaquín de la Pezuela dispuso el retiro de su ejército hacia el Alto Perú. Las ciudades de Salta y Jujuy fueron recuperadas.

 Gauchos versus godos

A partir de ese momento Güemes alentó y lideró la insurrección que se generalizó en las jurisdicciones de las ciudades de Salta y Jujuy. Frente a la agresión el “paisanaje” definió un posicionamiento que devino en político. La sensación de arbitrariedad y de injusticia resultantes del saqueo realista fue asociada al dominio ejercido por los “godos” o españoles y al orden social de la colonia, mientras que adquirieron conciencia del poder que poseían en su lucha contra ellos. El reconocimiento del fuero militar que los protegía de la Justicia local, el ascenso militar que hacía posible el reconocimiento social y las posibilidades de acceder a tierras o no pagar por ellas fueron factores de importancia.
La revolución dio así protagonismo político a nuevos actores sociales, particularmente a los “paisanos”, que pasaron a formar parte con la denominación de “gauchos” de la organización militar que Güemes implementó en la provincia de Salta. La composición social de estos escuadrones gauchos, al igual que la de la División Infernal de Gauchos de Línea creada por Güemes en setiembre de 1815, incluyó desde mestizos, afromestizos, indios, negros hasta blancos pobres, fueran ellos pequeños y medianos propietarios o arrenderos y peones. La movilización rural que se generalizó a partir de 1815, cuando Güemes se afianzó en el poder ya como gobernador de la provincia de Salta, expresó reivindicaciones sociales, económicas y políticas, no necesariamente coincidentes con los proyectos políticos de las elites revolucionarias. Más allá de la búsqueda de oportunidades individuales, que también estuvieron presentes, la movilización planteó reivindicaciones colectivas que en el caso específico de la insurgencia rural en el Valle de Lerma se expresó en las disputas por el acceso a la tierra. También los esclavos que, sin autorización de sus amos, se sumaron a los escuadrones gauchos aspiraron a lograr la libertad, tanto personal como de quienes como ellos eran esclavos. 
Plantear en estos términos la movilización rural en Salta significa focalizar en las tensiones y conflictos subyacentes e indagar el imaginario social y político de la elite y de los sectores marginales urbanos y rurales. En definitiva, aproximarnos a las condiciones materiales y sociales en las cuales sectores muy amplios de la población aspiraron, a través de la movilización y la guerra, alcanzar significativos cambios en sus condiciones de vida y en su participación política y social, negociando a través de las jefaturas locales con Güemes y a través de él con la elite, merced al poder que le daban las armas y su participación en la guerra contra los realistas. Supone también matizar las interpretaciones de esa movilización rural que las consideraron, alternativamente, como resultado de relaciones clientelares, odio hacia los blanquillos o identificadas con los intereses e ideales de los grupos dirigentes. En todo caso, resulta interesante no atribuirla tan solo a Martín Miguel de Güemes, a quien no podemos negar la capacidad de negociar con las facciones políticas opositoras a su gobierno y con las jefes de las milicias locales, que poseían la capacidad efectiva de movilizar, en un territorio extenso que abarcaba incluso el Alto Perú. 
Mientras que las bases de su poder fueron las milicias y los cuerpos de líneas que operaban bajo su mando, su relación con la elite salto-jujeña y con Buenos Aries fue dificultosa. 

En 1814 el recelo de las autoridades porteñas frente a los poderes militares locales generó una tensión constante, aprovechada hábilmente por parte de la elite salto-jujeña que aspiraba a desplazar a Güemes y capitalizar el poder político y militar emergente de la guerra. Para lograrlo buscó aliarse, en 1815, con José Rondeau, jefe del Ejército Auxiliar, quien al abandonar el Alto Perú luego de la derrota en Sipe Sipe ocupó la ciudad de Salta e intentó despojar a Güemes del gobierno provincial. Las milicias gauchas sitiaron la ciudad y derrotaron a las partidas del ejército de Rondeau, quien finalmente firmó con Güemes, en marzo de 1816, un pacto que ponía fin a las hostilidades. Luego de superar sus desavenencias con Rondeau, Güemes se incorporó abiertamente al proyecto sanmartiniano impulsado por el Congreso reunido en Tucumán en 1816, y mantuvo estrechas relaciones con Manuel Belgrano y con Juan Martín de Pueyrredón, jefe del Ejército Auxiliar del Perú el primero y director supremo el segundo, designados ambos por el mencionado Congreso ese mismo año. El alineamiento de Güemes con Buenos Aires, luego de haber accedido al gobierno de la provincia de Salta y haber enfrentado a Rondeau con el apoyo de los grupos federales, que operaban en Salta, supuso un quiebre importante que habría de contribuir a debilitarle política y militarmente. Si bien resultó evidente el distanciamiento de los principales referentes del proyecto federal, algunos de ellos jefes de las milicias ya organizadas en escuadrones gauchos, en 1817 Güemes logró un rotundo éxito ante la invasión de La Serna a Salta y Jujuy, que tenía como finalidad evitar el cruce de San Martín a Chile, obligándole a distraer sus tropas en auxilio de Tucumán. Su poder se consolidó y con él una movilización rural que alteraba el orden social y preocupaba a esa elite opositora a su gobierno, que defendía el centralismo porteño y sobre el cual se había impuesto en 1815 con el apoyo de los grupos federales. 
El ensayo frustrado de la constitución de 1819, reconocida por Güemes en Salta, que no solo centralizaba el poder en Buenos Aires sino que también posibilitaba el acceso a un proyecto de gobierno monárquico; el conflicto armado en el litoral santafesino; la destitución de Juan Martín de Pueyrredón y la dispersión del Ejército Auxiliar, luego del motín en Arequito (Santa Fe), a comienzos de 1820, configuraron un escenario de extrema inestabilidad política. Una de sus consecuencias más relevantes fue, para San Martín y para Güemes, carecer de apoyo económico, político y militar para sostener la guerra en la que se hallaban comprometidos. En mayo de 1820 San Martín lo nombró jefe del Ejército de Observación, con el cual debía avanzar hacia el Alto Perú, operando junto a la insurgencia de Ayopaya, para sumarse a las fuerzas que desde la costa del Perú enviaba San Martín. Ante la carencia de recursos y hombres buscó infructuosamente apoyo de los gobernadores de provincias vecinas.

 Resistir, conspirar

La imposición de nuevas contribuciones económicas, destinadas a cumplir con la organización del ejército que solicitaba San Martín, aumentó el malestar hacia su gobierno en aquellos sectores de la elite preocupados por la alteración del orden social que cuestionaban fuertemente la persistencia de la guerra, algunos de ellos posiblemente alentados por la restauración liberal de la monarquía española, que intentaba llegar a una resolución del conflicto recuperando los territorios “insurrectos” de América del Sur. 
Si bien durante su gobierno varias fueron las conspiraciones en su contra, será la que se gestó entre mayo y junio de 1821 la que finalmente resultará exitosa, favorecida por la crisis política que atravesaban las “desunidas” provincias del Río de la Plata y su decisión inquebrantable de organizar el ejército que San Martín solicitaba. Sus enemigos, con la complicidad de algunos jefes de las milicias y cuerpos de línea, intentaron primero destituirlo en el Cabildo como gobernador de la provincia, y ante el fracaso de esa tentativa posibilitaron el ingreso de una partida del Ejercito Real del Alto Perú, que el 7 de junio lo sorprendió en la ciudad de Salta hiriéndolo de muerte.

Güemes se incorporó al proyecto sanmartiniano, impulsado por el Congreso reunido en Tucumán en 1816 y mantuvo estrechas relaciones con Belgrano y Pueyrredón


La animadversión hacia su gobierno fue atribuida a la alteración del orden social, culpándolo por la indisciplina social de la muchedumbre armada. Así lo expresaron el 24 de mayo de 1821, en el Manifiesto del Cabildo que justificaba el intento de deponerlo, acusándolo de “engañar a la muchedumbre”, de “alargar liberal la licencia” y de “fomentar los vicios”. Incapaces de reconocer en la “plebe rústica e ignorante” iniciativas políticas, la elite salteña solo podía explicar la movilización rural a la adhesión al caudillo, atribuyendo su conducta a las ambiciones políticas de Güemes.

La “pacificación”

Sin embargo, es importante complejizar el trágico desenlace de su gobierno. Además del interés por restablecer el “orden social” alterado -y de finalizar con el agobio económico que implicaba la movilización y el ejército de Güemes- es interesante considerar el interés de España, en el trienio liberal, de lograr la “pacificación” de sus territorios ultramarinos. 
En agosto de 1820, el conde de Casa Flores escribía desde Río de Janeiro al secretario del Despacho de la Gobernación de Ultramar informando que había recibido correspondencia de Buenos Aires que daba cuenta sobre la presencia de vecinos de Salta y Jujuy que habían entrado en comunicación con el ejército realista. Para alcanzar esa “pacificación” el Virrey del Perú consideraba a Güemes una pieza fundamental. Al designar a los comisionados, que deberían tratar con los insurgentes del Alto Perú, La Serna enfatizaba acerca de la importancia de ganar “por todos los medios posibles al jefe de la Provincia de Salta D. Martín de Güemes”, reconociendo así el liderazgo que Güemes tenía en la insurgencia alto peruana. 

La imposición de nuevas contribuciones económicas destinadas a organizar el ejército que solicitaba San Martín aumentó el malestar hacia el gobierno de Güemes


La muerte de Güemes, los intentos por nombrar como gobernador a Pedro Antonio de Olañeta, jefe del ejército realista en el Alto Perú, y la designación en el mencionado cargo finalmente de Juan Antonino Fernández Cornejo posibilitó la firma de un armisticio por el cual se suspendían las acciones bélicas por el término de cuatro meses a partir del 20 de agosto de 1821, se limitaban los territorios que quedarían bajo el control de Salta y del Ejército del Alto Perú y se restituían las comunicaciones y el comercio entre Salta y el Alto Perú. El ingreso de una partida realista y la firma del armisticio ofrecen la posibilidad de considerar la presencia, tal como afirmaba el conde de Casa Flores, de miembros de las elites en Salta y en Jujuy dispuestos a aceptar la conciliación con España. Este armisticio, si bien cuestionado por el Virrey del Perú, se dio en el marco de las disposiciones arbitradas por España, en su proyecto de pacificación y reconocimiento de la constitución liberal en los territorios disidentes de América del Sur, y por lo mismo se lo consideró “preparatorio para arreglar el definitivo”. 
 

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