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Argentina y el mito de Casandra

Domingo, 04 de julio de 2021 02:34
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Si hay una maldición en verdad cruel es la de poder conocer de antemano los males que nos van a suceder y no poder hacer nada por evitarlos. En la mitología griega esta era la maldición de Casandra.

Casandra, hija de los reyes de Troya, Príamo y Hécuba, pertenecía a la realeza. Joven de una belleza inusual quería para sí el poder de la clarividencia para predecir el porvenir.

El dios Apolo, enamorado de la joven, decidió concederle el don a cambio de su amor. Pero, una vez que éste le concedió dicho poder, la joven rechazó el amor de Apolo, enfureciéndolo. Al verse humillado por una simple mortal decidió maldecirla escupiéndole en la boca. A partir de ese momento Casandra adivinaría el futuro, pero nadie creería en sus predicciones.

Complotó junto con Laoconte buscando evitar que los troyanos aceptaran el caballo de madera que les ofrecían los griegos como ofrenda de paz. Nadie le creyó. Predijo la muerte de su amigo Laoconte y, otra vez, nadie le creyó. Una vez capturada la ciudad fue entregada como botín de guerra al rey Agamenón quien la convirtió en su esclava y amante. Predijo entonces la muerte de Agamenón y, una vez más, nadie le creyó. Finalmente, cuando las huestes griegas retornaron a Micenas, ambos fueron asesinados por Clitemnestra, la esposa del rey.

En Argentina, no se necesita el don de la profecía para predecir que algo saldrá mal. En noviembre de 2020 el presidente de la Nación y sus funcionarios anunciaron -con una ligereza pasmosa- que para diciembre de ese mismo año ya habrían vacunado a 10 millones de argentinos. Por supuesto que eso no ocurrió.

 

Vinieron luego las imágenes de un avión de bandera despegando "en búsqueda de la salvación"; la construcción de un relato épico y delirante de la mano de Víctor Hugo Morales, convertido en el relator oficial emblemático y todo en un tono grotesco de epopeya malvinesca. Dos días después, las imágenes de ese mismo avión volviendo con la cantidad irrisoria de 300.000 dosis; el incomprensible llanto de una azafata; las imágenes de funcionarios arremolinados en torno a los pallets haciendo la V de la victoria quizás de veras creyendo -con esa fe tan propia de los militantes, los conversos y los ignorantes- que ya habían vencido al virus.

Mentiras peligrosas

No hace falta ahondar mucho sobre todo lo que ya se ha dicho acerca del exministro Ginés González García. Sobre sus dichos sobre la "gripecita" o su más temeraria afirmación de que el coronavirus jamás llegaría a la Argentina. Sobre su mirada extraviada, su estado de confusión permanente o sobre la cantidad de falsedades, inexactitudes y mentiras que dijo mientras fuera ministro. Tampoco sobre la inmoralidad del vacunatorio VIP montado en el Ministerio de Salud ni la obscenidad atroz y vergonzante de todos los que se vacunaron allí sin ser esenciales ni haber cumplido con el cronograma de vacunación que el propio Ministerio estableció. Inmoralidad que le costó el puesto.

Así habríamos de tener un nuevo ministro de salud que no es otra que Carla Vizotti, la misma que, en la épica oficial, volvió sentada desde Rusia sobre el pallet de vacunas custodiando su inalterabilidad. O la misma que, en esa inolvidable conferencia de prensa donde anunciaba los fallecidos del día, movía sus manitas al ritmo de la payasa Filomena en un gesto grotesco y aberrante. La misma que en su momento dijo que el Gobierno "evaluaba aplicar una única dosis de la Sputnik V para vacunar a más gente" ya que, "de esa forma, (se) podrían tener a 20 millones de personas inoculadas en marzo". La misma barrabasada que dijera el señor Presidente en noviembre, pero ahora dicho en enero, y cuando todavía era secretaria de Acceso a la Salud.

De más está decir que nada de todo lo que ella dijo tampoco se cumplió. Sólo que terminó siendo nombrada ministro de Salud de la Nación. Y que tampoco hay manera de que haya sido ajena a todo lo que había sucedido en el Ministerio donde fue la segunda a cargo.

Santiago Cafiero, el 9 de enero de 2021, expresó en su cuenta de Twitter: "Con 107.542 personas vacunadas hasta las 18 de hoy somos el país que más vacunas aplicó en América Latina".

El jefe de Gabinete señaló que "mientras algunos se dedican a desinformar, la Argentina, a 10 días del inicio de la campaña de vacunación, continúa trabajando con una mirada federal y equitativa". Por supuesto -como quedó demostrado- eso también fue una mentira flagrante. Tampoco es cierto que "Argentina es uno de los países que más ha vacunado" cuando estamos por debajo del promedio mundial por millar de habitantes.

Me cuesta entender por qué esta administración se empeña tanto en seguir al pie de la letra los consejos de Goebbels. Mienten sobre absolutamente todo, todo el tiempo. Aunque pretenden salir indemnes cuando son descubiertos y atrapados. Porque, además, son torpes hasta para eso: mienten mucho, pero mienten mal.

"Prefiero 10% más de pobres y no 100.000 muertos en la Argentina" dijo en abril de 2020 Alberto Fernández.

Superamos ya la primera cifra y nos vamos acercando inexorablemente a la segunda. Tanto nos acercamos a esa cifra tan atroz y tan impactante que el Gobierno, en un acto desprovisto de toda empatía y de todo sentimiento, hizo un acto de “homenaje” a las víctimas del COVID-19. 

Un falso homenaje

Un homenaje genuino real hubiera debido comenzar por el reconocimiento de responsabilidades y por un pedido genuino de disculpas y de perdón a todos los fallecidos y a sus deudos. Sólo que eso hubiera significado admitir su responsabilidad. Su plena culpabilidad. En cambio, el acto no fue otra cosa más que un intento por desembarazarse de todos los deslices, fallas, culpas y tropiezos tal y como lo hace siempre. “No soy yo, sos vos, o el otro o cualquier otro” es el constante discurso oficial. Ya lo sabemos. 
La “gripecita” sobre la que se dijo, torpemente, que no había chance alguna que llegara al país, ya nos costó casi 100.000 muertos. Por supuesto que hay un componente ajeno al gobierno: el virus.
Pero si llegamos a esta cifra es sí por culpa del gobierno. Por culpa de su pésima gestión; de los aeropuertos abiertos irresponsablemente al comienzo de la pandemia mientras aseguraban tener todo bajo control y el laboratorio que hacía los testeos era sólo una fachada de laboratorio.
Por la ideologización tanto de la situación como de las soluciones disponibles. Por su falla en asegurar la mayor provisión posible -en cantidad y marcas- de vacunas. Por la falsedad en el relato sobre el reclamo de glaciares por parte de un laboratorio. Por la amoralidad de la diputada Cecilia Moreau al incluir la nada inocente palabra “negligencia” en la ley. Por su perversidad al asociarse con regímenes en los que no se puede confiar y por los negociados perversos que montó aún en medio de una crisis sin precedente alguno.
Por el uso político de la pandemia. Por los discursos vacíos, chabacanos o deplorables. Por la falta de estatura moral para hacer frente a una situación sin igual. 
Por todo esto y por mucho más - que todos sabemos y conocemos pero que es imposible enumerar por falta de espacio- y que es exclusiva responsabilidad de este Gobierno. 

La “ley” de Murphy

A lo largo de las últimas décadas, la ley de Murphy ha sido popularizada de una manera incorrecta. Traducida al pop urbano como “todo lo que puede salir mal, saldrá mal” -como si la tostada untada con manteca y dulce de leche estuviera predeterminada a caer boca abajo sobre la alfombra blanca- en realidad la “ley” fue formulada con una intención por completo distinta. Lo que buscaba expresar es: “existe la probabilidad de que las cosas salgan distinto a lo planeado”. Dicho en otros términos: “es importante considerar todas las posibilidades antes de llevar adelante un plan”. A fin de junio de 2021 sólo se ha vacunado a un 38% de la población con una dosis y al 9% de ella con dos dosis. Peor aún, no hay garantía de conseguir la cantidad de dosis necesarias para aquellos que recibieron la primera dosis de la vacuna rusa Sputnik por lo cual se ensayaría una segunda inoculación con una dosis de otra marca. Argentinos devenidos en cobayos para un experimento a escala nacional. 
No hace falta ser Casandra para predecir que, en Argentina, y de la mano de la improvisación, la inoperancia, la desidia, la corrupción, la mentira y de la irresponsabilidad, las cosas van a salir mal.
 Tampoco se le puede echar la culpa a la “ley” de Murphy. Sólo podemos culpar a nuestra vertebrada incapacidad de planificar, de anticipar, de pensar en todas las posibilidades. De hacer algo con una mínima dosis de inteligencia y de seriedad. Sin ideología y sin ese infantilismo que no es tan propio. Tan característico. “Es indispensable poner en marcha dispositivos que disuelvan la unión entre el paternalismo autoritario y la sociedad infantilizada”, advierte cual Casandra porteña, Juan José Sebreli.
No hace falta ser Casandra , insisto, para predecir que por este camino, todo, inevitablemente, va a terminar mal en Argentina. La pregunta es: ¿puede el Gobierno salir indemne?
 

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