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La autopreservación como política nacional

Jueves, 20 de octubre de 2022 01:12
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Antes de plantear el tema central de esta columna de opinión -ya adelantado por el titulo- algunos datos de la realidad de nuestro país: el retroceso del PBI per cápita es el más pronunciado después de Venezuela. La Argentina cayó un 13% desde 2012 (8% si excluimos el 2019 para no incluir la pandemia).

En la última década la inflación se espiralizó del 23% al 78,5%, con un posible escenario de tres dígitos para fines del 2022. Entre el 2011 y el 2016 el déficit financiero se triplicó del -1,8% del PBI a -5,8% y el PBI se contrajo -0,6%. Entre el 2012 y 2013 se perdieron US$17.200 millones en reservas del Banco Central.

Hoy le rezamos al dólar soja, que recaudó apenas un tercio de lo perdido. En 2018 la Argentina se endeudó con el préstamo más grande de la historia del Fondo Monetario Internacional. La presidencia difundió dicha noticia en un video grabado de menos de 3 minutos. En 30 años la pobreza nunca bajó del 25%, sea quien sea el signo, eslogan o color político. En el primer semestre del 2022, 36,5% de las personas son pobres. Sí, una caída de cuatro puntos con respecto al mismo período en el 2021, una vergonzosa cifra de 16,8 millones de personas, dentro de los cuales más de 4 millones están debajo de la línea de indigencia. La estadística suele ser usada para fines partidarios, para esconder la realidad: la mitad de todos los niños y niñas de 0 a 14 años esta debajo de la línea de la canasta básica total. O de otra manera, 2,6 millones de personas en Argentina no acceden a una alimentación diaria en cantidad ni calidad ni nutrientes, ni nada.

Convengamos que estos datos, desordenados, pero claramente innegables de la realidad, dicen dos cosas con claridad: la crisis actual no es nueva y su agravamiento depende solamente de la conveniencia política de turno. Entonces el plan inicial de esta columna: ¿será la única política de Estado la autopreservación política por sobre los intereses comunes del país?

Entre tanto tema urgente y el dolor diario de vivir con indicadores alarmantes, hoy el debate político es sobre las PASO, cambios de constituciones provinciales, la corporación de la justicia, un cambio de gabinete sin relevancia política y la situación personal amorosa de cierto político y la banalización del Ejecutivo nacional partido en tres cabezas: una sin oír, una sin ver y una sin hablar.

Hace un mes, durante la Semana de la Industria organizada por este diario, la politóloga Ana Iparraguirre formulaba la pregunta perfecta: "¿Cuál es la casta que nos molesta hoy en Argentina?", respondía ante un auditorio lleno: "Son los políticos, que están llenos de privilegios".

Claramente y por virtud de la una elección, aquella persona que tiene el honor de representar intereses sociales a partir de un plan político tiene privilegios. Tiene el privilegio de servir, legislar, controlar y abocarse por un bien común amplio, no partidario, particular o empresarial. Lo que plantea Iparraguirre es la tendencia a banalizar la responsabilidad personal en la política destruyendo la percepción de liderazgos que plantean futuros en propuestas y consensos. Hoy el liderazgo político intenta libros best-seller o silencios que dicen mucho. La búsqueda de la sociedad es la serenidad, la coherencia, la previsibilidad y la del valor de los acuerdos.

Tan destruido está el tejido político que ni siquiera se logró mantener el consenso de la pandemia: en la meta común está la razón de ser del sistema político. Lo repetía Iparraguirre y se busca con urgencia: "Un liderazgo que suene auténtico". Sumaría: que sea auténtico. Por eso, pensando en los números de la realidad, es casi imposible ver en los actores principales del sistema político a ningún partido político o proyecto personal que encauce una síntesis de cuáles son las soluciones a futuro. Creo que, en términos de problemas, está más bien claro el escenario. Es posible que veamos en el proceso electoral del 2023 una repetición del 2015, cuando la opción binaria sea tan burda que volveremos a cometer el error de pensar en los problemas del país desde una visión antagonista cuando, en realidad, es generalizada a toda la sociedad, se vote a la extrema izquierda o a la derecha.

En este sentido es importante, como síntoma, analizar la no repercusión del último cambio de gabinete nacional. Las tres nuevas incorporaciones suman 18 cambios desde el inicio de la presidencia de Alberto Fernández. Nada atípico, ni con el cambio ni la frecuencia ni las estructuras ministeriales. Sí lo es la nula repercusión política interna hacia el oficialismo y la externa hacia la sociedad. El síntoma indica el punto extremo del debilitamiento político e institucional del presidente, que recurre a una decisión en solitario porque el efecto en la gestión o en su imagen será mínima al presidir la jura.

Capitalizar los cambios de gabinete ha sido por décadas una de las tácticas preferidas de los ejecutivos para demostrar dinamismo, prioridades de gestión y dar volumen político a los intermediarios del día a día de la maquinaria estatal. Sirven también para apuntalar la imagen de control efectivo de la política traducida en partidas presupuestarias, inversiones públicas y fotos en el despacho presidencial. En este caso, la Presidencia actual naufraga entre un sueño de competir una reelección y un ojo puesto en Twitter monitoreando las reacciones de los otros dos tercios que gobiernan el país.

Volver al primer párrafo de esta columna: ante la crisis, politiquería partidaria personalista.

Aunque la agenda de la política pase por su autopreservación, la sociedad exige, y exigirá aún más, la autenticidad. Las mayores características buscadas serán las que logren convencer de que la agenda de la gestión es la misma que las prioridades del barrio, de la casa, del trabajo, de las ganas de ahorrar, de progresar. Los extremos tendrán para ofrecer los ejemplos más estrafalarios y disfuncionales (creería que quemar el Banco Central no ayudaría a nada), y los partidos tradicionales quedarán en la grieta del contraste por sobre el puente de las soluciones. Por eso, el cada vez más grande tercio de votantes independientes no votarán o lo harán por Clemente, o buscarán alternativas en convicciones sin chance.

Y así inauguraremos el tercer período moderno de estancamiento. La alternativa deseable sería que, tanto en Salta como el país, nazca la síntesis de un programa político transversal, coherente, planificado y convincente que diseñe, consulte, divulgue, incluya y capture el ideario ciudadano de cara al futuro. Todo esto es posible, y usted lector, lectora, deberá elegir. Mientras tanto el primer párrafo.

 

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