inicia sesión o regístrate.
Hay una creencia persistente y arraigada. Que en el futuro la sociedad va a ser más inteligente, más desarrollada, que va a disponer de más recursos y que va a ser capaz de hacer frente a las dificultades con mejores herramientas y de manera más imaginativa. Es como si tuviéramos estampada en el cerebro la idea que el progreso es "una recta magna, precisa y sabia; la más sabia de las líneas". La frase parafrasea al escritor Evgueni Zamiantín (1884/1937), padre de la antiutopía rusa.
Ahora bien. ¿Qué pasa si esta idea es errónea de una manera estrepitosa? ¿Qué pasa si, de ahora en más, la sociedad no prospera hacia un futuro venturoso y mejor, sino, por el contrario, evoluciona hacia uno donde la humanidad se vuelve más bruta, más violenta, más ignorante y mucho más tonta, más estúpida?
La película "Idiocracia" explora esta posibilidad. Debo alertar que no es una buena película. Ni siquiera se trata de una película pasable. Quizás hasta sea mala. Sin embargo, la idea es inquietante y muchos gags son excelentes.
En la película, el soldado Joe Bauer es elegido por el Ejército de los Estados Unidos para un experimento sobre hibernación prolongada. Bauer reúne todos los requisitos necesarios: vive solo, no tiene familia ni hijos, pero, lo más importante a los fines del experimento, se trata de la persona más promedio posible en todas las variables imaginables: inteligencia, vocabulario, creatividad, iniciativa; agudeza, altura, peso, todo. No se destaca por nada; es un perfecto mediocre. Si algo sale mal, nadie lo reclamará y la especie humana no habrá perdido mucho. Como no consiguen una soldado femenina similar, reclutan a una civil similar a él: Rita.
Por supuesto que algo sale mal y el experimento, diseñado para un año, los despierta 500 años más tarde. El mundo es un lugar bizarro e inhóspito y esas primeras imágenes del despertar son lo mejor de la película. Vale la pena ver la primera media hora; el llegar o no al final dependerá de cada lector.
La gente vive entre pilas de escombros y basura; la tecnología ha desaparecido casi por completo; los peatones van más rápido que los autos; pocos edificios se mantienen en pie; torcidos. Hay edificios apoyados unos sobre otros como fichas de dominó que no terminaron de caer; otros están atados unos a otros para que no terminen de desmoronarse. La gente habla una jerga monosilábica y gutural casi inentendible y se burlan de los modos pomposos de Joe.
Joe se dirige a un hospital porque se siente fatal tras 500 años de hibernación. Una enfermera zombi elije entre unos dibujos iguales a tarjetas de jardín de infantes para efectuar el prediagnóstico. El doctor es un fumón, bobo e ignorante que no entiende nada de lo que le explica Joe, y que llama a la policía porque no tiene el código de barras identificatorio tatuado en su muñeca.
La policía lo lleva a un juicio -un juicio por jurado popular televisado-, donde un juez elegido por votación televisiva lleva adelante un juicio que ni Kafka hubiera podido imaginar. El abogado defensor es otro fumón, bobo e ignorante que se termina sumando al fiscal en la acusación. Joe es llevado a prisión, y como requisito antes de encerrarlo le tienen que hacer test de inteligencia y tatuarle el código de barras identificatorio. La prueba es hilarante.
Y he aquí la mayor sorpresa; Joe -y luego Rita- resultarán ser las personas más inteligentes del planeta. Como dice una voz en off que va narrando la película, la evolución no recompensa la inteligencia; solo premia la reproducción rápida que supere a otras variantes de evolutivas.
Al ser Joe la persona más inteligente del planeta -¡y por mucho!-; el "presidente Camacho" -personaje extraído de cualquier republiqueta bananera reconocible- lo nombra ministro del Interior y le da una semana para resolver los graves problemas del mundo. Ahora bien, ¿y si este futuro no fuera tan improbable?
Estamos perdiendo el vocabulario. Hablamos de manera cada vez más gutural, monosilábica y en jerga incomprensible; especialmente en algunos lugares de la sociedad donde eso es reivindicado como "cultura popular". Siempre giro sobre lo mismo; los escritores solemos tener las mismas obsesiones que las repetimos sin cesar. ¿Qué pasa si nos quedamos sin vocabulario; sin palabras? Sin vocabulario no hay abstracciones ni pensamiento y sin estos no hay libertad. Un hombre de intelecto anulado es dócil; obediente. Bruto y hasta violento; pero siempre manejable.
Coqueteamos con la idea de juicios por jurados y jueces por votación. Entronizamos como referentes de la cultura a personajes como L-Gante, Tinelli o similares; emergentes de una decadencia desoladora. Tenemos chicos que salen de la secundaria sin saber siquiera la tabla del 2. Tenemos grupos -como Sudor Marika, que fuera elegido por el gobierno para celebrar su asunción- que suenan y dicen las mismas cosas que muestra la película, en burla. Tenemos cada vez menos ingenieros, médicos, pediatras y científicos; por nombrar las carreras universitarias que solo en las tres últimas semanas fueron mencionadas como las carreras con cada vez menor cantidad de aspirantes.
¿Y si la antiutopía de "Idiocracia" se estuviera adelantando 500 años por estos lares? Sin educación -contenidos y valores-, sin alimentación, sin trabajo, sin seguridad, sin justicia y sin una elite que se preocupe -de manera genuina- por mejorar ninguna de estas variables; quizás "Idiocracia" sea la próxima estación en este tren distópico al futuro en el que se ha convertido nuestro país.