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Hebe de Bonafini: una mujer irrefrenable

Domingo, 11 de diciembre de 2022 02:10
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Es bueno detenerse a pensar en retrospectiva. Una vez que se asientan las emociones y que la razón nos permite pensar sobre las cosas de una manera más justa. Más sólida. Una vez que se puede meditar algo mirando todas por sobre todas sus aristas y todas sus posibilidades. En retrospectiva, es posible reflexionar sobre cosas y temas que, en el momento, puede que sea imposible hacerlo. O que no sea aconsejable o conveniente hacerlo.

Como bien consignó la crónica periodística, "próxima a cumplir 94 años, falleció Hebe Pastor de Bonafini, presidente y emblema de las Madres de Plaza de Mayo. De origen humilde, con una escolaridad escasa y dueña una personalidad fuerte; en ocasiones desbordada, explosiva, casi siempre intransigente; la señora Hebe de Bonafini había perdido a sus dos hijos varones y a su nuera, a manos de los grupos de tareas que llevaron a cabo la represión clandestina e inhumana dispuesta por la última dictadura militar". íDesaparecieron!

Es imposible no sentir escalofríos al recordar la exhibición más psicopática de la personalidad de Videla, el presidente de facto de ese momento, cuando dijo: "Frente al desaparecido en tanto esté como tal, es una incógnita. Si el hombre apareciera tendría un tratamiento X y si la aparición se convirtiera en certeza de su fallecimiento, tiene un tratamiento Z. Pero mientras sea desaparecido no puede tener ningún tratamiento especial, es una incógnita, es un desaparecido, no tiene entidad, no está… ni muerto ni vivo, está desaparecido". Aún provocan estremecimientos estas palabras. Aún hoy sigue siendo un arquetipo -otro- de un idiota moral absoluto. Una aberración humana. "Un lisiado del alma", en una insuperable imagen de Jaime Bayly.

Como respuesta a ese descarrío incalificable, se pasó por un juicio que fue ejemplar en la historia mundial: el Juicio a las Juntas. Un gobierno democrático que logró juzgar por casos de lesa humanidad a esos dictadores asesinos; aun cuando estos contaban con cierto apoyo político y cierta fortaleza. Lástima que existiera el yerro de la obediencia debida.

El periodista Francisco Sotelo retrata de manera impecable, una paradoja nada evidente, cuando dice: "Hebe de Bonafini nunca comprendió la esencia de la democracia, ni el valor de la división de poderes y de una Justicia capaz de quebrar medio siglo de autoritarismo y condenar atropellos del Estado como nunca antes, ni después, ninguna otra Nación lo hizo. Por eso las Madres no colaboraron con la Conadep ni diferenciaron a Alfonsín de Ítalo Lúder, que junto con todo el peronismo apoyaban a autoamnistía dispuesta por los jerarcas militares".

Es fácil ver el quiebre; la existencia de "dos Hebes". La primera, la líder corajuda e indetenible; esa mujer con unos ovarios de acero que se opuso con fiereza al accionar criminal de las juntas militares. Había que tener coraje para hacer lo que ella hizo en ese momento de nuestra historia. Sin embargo, sería el odio y no la sed de justicia su fuego inalterable. El odio como motor de su vida.

Odio que daría lugar al nacimiento de esa segunda Hebe. Esa señora que, en plena recuperación democrática, no colaboró con la CONADEP ni apoyó el juicio a las Juntas militares. No encuentro sentido a lo primero. Si entiendo -en forma muy parcial- sus razones para lo segundo. Yo tampoco creo en la justeza de la "obediencia debida". Creo que es un eufemismo que tapa otra aberración moral. ¿Acaso, hay un límite entre el hecho de dar la orden y el hecho de ejecutarla? ¿El que mata siguiendo una orden inmoral, no es tan asesino como el que impartió dicha orden inmoral? ¿El que mata escudándose tras una orden impartida, no es tan amoral como el que la concibió? ¿El que tortura siguiendo órdenes -que en la jerga militar se conocen como "una orden fuera de servicio"-; acaso es menos torturador; menos criminal o menos perverso que el que ordena esas torturas? Debates jamás cerrados. Heridas nunca cicatrizadas. Me pregunto si habremos sanado. Me pregunto si alguna vez sanaremos. No lo creo.

Hebe, una odiadora serial

Así y todo, aun compartiendo - de manera muy parcial- esa parte de su mirada; no compartí nunca sus métodos. Digo de manera parcial, además, porque tampoco comparto esa visión extraña que mantuvo toda su vida y que buscó siempre ensalzar "la lucha de los jóvenes idealistas que pelearon por un mundo mejor". Los "combatientes".

La fuerza de las balas no puede primar – jamás - por sobre la fuerza de la razón. Si no se puede mostrar la conveniencia de un modelo o de una idea por su peso propio o por la fuerza de los argumentos; no es moral, ni ético, ni válido, el hacerlo por el asesinato y el uso brutal de las armas. Y, así como no valía la "obediencia debida" para los militares, tampoco vale una justificación social inmoral e incorrecta. Tampoco el olvido -omisión adrede- de las víctimas ocasionadas por el accionar de ese terrorismo brutal y atroz. Tampoco es posible reivindicar el método equivocado de esos mal llamados "muchachos idealistas". Fueron criminales. Punto. Asesinos que, aún hoy, declaman orgullosos los horrores infligidos. Creo que todo confluye en un enfoque equivocado y perverso. Cuando la justicia no es completa, absoluta y justa, entonces no es justicia ni es justa -valga la redundancia-; y no hay posibilidad alguna de construir nada superador a futuro. Por algo a la justicia se la simboliza con una venda en los ojos; porque no puede ser favorable a favor de unos en desmedro de otros. Pero, esto es lo que venimos haciendo, en Argentina, desde hace cuarenta años. Mientras se siga reivindicando el accionar terrorista y criminal, no vamos a entender que, empuñando un arma; nadie tendrá jamás razón en nada. Nunca. El paso del tiempo tampoco va a perdonar ni justificar la lucha fratricida; ni explicar un accionar errado en su concepción. Tampoco va a permitir que cicatricen las duras heridas infligidas por ambos lados. Mucho menos cuando hay tantos "jóvenes idealistas" devenidos en empresarios cercanos al poder haciendo negocios y plata espuria en medio de esta perversión sin fin en la que se ha convertido la Argentina. Tampoco cuando reconocidos montoneros -que fueron parte de la lucha armada-, son nombrados funcionarios en distintas áreas del gobierno.

De allí que sea inadmisible e injustificable esta segunda Hebe. La Hebe que "festejó", por ejemplo, los atentados criminales a las Torres Gemelas en Nueva York; o la que incitaría a la violencia innumerable cantidad de veces y en casi en toda ocasión; o la que apoyaría a la ETA o a las FARC; o la que llevaría adelante esos bochornosos "juicios populares" que enjuiciarían, por ejemplo, a una persona íntegra y más allá de todo reproche como lo era la difunta periodista Magdalena Ruiz Guiñazú. La Hebe de los escraches a jueces y periodistas. La que exaltaría las dictaduras de Fidel Castro y del chavismo. La que apareció involucrada en maniobras de corrupción junto con Sergio Schoklender y otros personajes afines en la nunca aclarada maniobra de "Sueños Compartidos". La Hebe que le prometería una trompada a Martín Guzmán, o la que no dudó nunca en mostrarse rodeada de probados delincuentes como Amado Boudou. La Hebe que tiñó de sangre un pañuelo blanco que debió haber permanecido limpio y puro; en vez de ser manchado con el rojo sangre de esas tantas muertes injustificables e imperdonables. O con el barro sucio de la política. Los Derechos Humanos se ejercen, se defienden; si es necesario se muere por ellos. Los Derechos Humanos no se enlodan con la política; no se usan con fines políticos; cuando eso ocurre, dejan de ser Derechos Humanos.

Esa segunda Hebe no entendió, nunca, los límites que impone vivir en democracia y lo que significa ser, todos, parte de una sociedad civil sana. Ella misma se convirtió en una nueva enfermedad: el odio personificado.

El combustible de la primer Hebe la convierte en esa segunda Hebe desbocada; desbordada. Siempre equivocada. Siempre irrefrenable. Esa Hebe que polarizaba. Que aún muerta polariza. Esa Hebe que encarnaba el más rancio y puro discurso del odio cuando militaba para una facción política que se autoproclama en contra los discursos del odio. Las paradojas y el cinismo en Argentina nunca acaban.

Cuando el Gobierno decretó los tres días de duelo nacional, ¿a quién homenajeó? ¿A la persona que se reveló contra la dictadura o aquella que se reveló contra la democracia y la sociedad democrática? ¿Cuándo se la ensalza a Hebe, a cuál de las dos se entroniza como modelo? ¿A cuál de los dos emergentes distintos de estos dos momentos históricos diferentes se le está rindiendo tributo? ¿Se puede rendir homenaje a alguna de ellas? ¿Se puede homenajear al odio? Alguna vez, ¿el odio eterno e incombustible puede dar alguna clase de respuesta a algo? ¿Puede ser la respuesta a algo? ¿El odio no engendra violencia? ¿Cuándo la violencia deja de ser violencia? Tiendo a pensar que la segunda Hebe invalida a la primera. Si la señora Hebe de Bonafini hubiera merecido el título de adalid de la lucha por los derechos humanos en Argentina, jamás hubiera podido ser capaz de desarrollar esa, su segunda faceta.

De nuevo, y como señala Sotelo: "Con capacidad de liderazgo, pero con enormes limitaciones para entender que los Derechos Humanos exigen capacidad de convivencia, dentro y fuera de las comunidades ideológicas". La señora Hebe de Bonafini carecía de ese entendimiento tanto en su primera etapa como en la segunda. De nuevo, ¿se combate el odio con más odio? ¿O el fuego desatado tiene el potencial de consumirlo todo: lo malo y lo bueno; lo moral y lo amoral; lo permitido y lo impensable? ¿Cómo se evita el convertirlo todo en una hoguera indetenible de pasiones desbordadas y acciones confundidas?

Sólo quedan preguntas. Quizás el tiempo aporte algunas respuestas. Quizás no. Argentina necesita salud mental, desasosiego; dejar de entronizar a héroes equivocados y de endiosar a personas perversas y extraviadas. Nos lo debemos. ¿Lo lograremos alguna vez?

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