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Nuestra Nación necesita del coraje de vivir unidos

Viernes, 11 de febrero de 2022 01:59
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Siempre pensé que para erradicar los viejos fantasmas y frases hechas había que tener un remedio mágico: el pensamiento claro.

Uno de esos remedios que en aquellos años de la década de los '80, cuando la República había dejado de tener gobiernos de facto y entre todos, construíamos el deber cívico que tanto admirábamos y cuyo origen estribaba en nuestra cultura grecolatina: la democracia comprendía todos y cada uno de los postulados consignados en el "Discurso Fúnebre de Pericles" (*), pronunciado en el año 431 a.C., en la griega Atenas, los convalida y los ubica como uno de los testimonios más altos de cultura y civismo en la historia de Occidente.

Hace menos de un mes, cuando se cumplió un nuevo aniversario de "La Tablada" un 23 de enero, volvieron algunas dudas a mi mente que produjo alguna confusión y no pude sino retrotraerme al pasado, una vez más.

Era el año 1985 y en el Colegio Militar tomé la "guinda" y corrí a la máxima velocidad que me dieron las piernas en esa final de rugby entre equipos militares; a punto de llegar y sobre la línea del in - goal, siento un tacle devastador que hace que no apoye el try; segundos después el árbitro tocó el silbato que daba por terminado el partido. Mi equipo había perdido ese torneo con ese tacle y el que me lo hizo fue mi compañero y amigo, Wilfredo Rolón.

Con "Wilfie" salíamos a bailar y a conocer "chicas" en nuestros dieciocho, y jugábamos rugby. Éramos felices, todo el futuro estaba por delante, nos unían los más altos ideales de "Patria".

Wilfie no era el más inteligente, ni el más rápido, ni el más fuerte. Sin embargo, era el mejor cadete, pertenecía al "Cuadro de Honor". Era un faro que alumbraba con su simpatía y optimismo a todos los que lo rodeaban. Su voluntad era superior.

 

Mi promoción de egreso del Colegio Militar, la 116, hoy lleva su nombre. Se la pusimos, luego que él muriera en sus veinte, cuatro años después de ese partido de rugby, en la Tablada. Para todos nosotros, todos los 23 de enero son días extraños, azarosos y tristes. Aún lo lloramos.

En aquellos tiempos de oscuridad alguien, quien no conocía de victorias ni de derrotas, me preguntó ¿Para que murió?... Si el único objetivo es ser feliz", sentenció mi interlocutor, casi como un axioma.

"Por la Patria", respondí yo, convencido.

Esa respuesta era, para muchos argentinos, el fundamento del fallecimiento del teniente Rolón, quien en los límites de su destino, ofrendó su vida para "darlo todo por el país". Sin embargo, esa pregunta del "para qué" murió Wilfie me rondó como un fantasma durante toda la vida, cuando veía cómo y desde cualquier sector político, social, ideológico, etc., nuestro país dilapidaba su futuro una y otra vez; cuando todo desencuentro como argentinos nos dividía, cuando claramente nunca surgió un Mandela o un "Pacificador" que proyectara un mensaje superador. ¿Los motivos?. No lo sabemos ... tenemos mucho potencial y capacidad entre nosotros para eso y mucho más... ¿quizás no deseamos que surja uno?...

Luego llegué a Salta, reparé que en la Tablada, había salteños, argentinos, pertenecientes al MTP (Movimiento Todos por la Patria). Supe de dos casos concretos; uno, con casi 50 años, Rubén Alberto Álvarez; y otro, próximo a sus veinte, Sergio Mamaní.

Surge casi en forma natural, la pregunta de el para qué ellos también murieron.

Quise buscar la respuesta desde muchos lugares y momentos, durante más de 30 años. Las respuestas de la sociedad, de la justicia, de la ideología y de las fuerzas enfrentadas, el odio, la maldad y en fin, quienes leen este artículo de opinión pueden creer que es lo que piensan "los bandos" en pugna, y me hicieron concluir que en muchas oportunidades, las más de las veces, nuestra sociedad no merece esa sangre derramada.

La única unión entre estos argentinos termina siendo la muerte, el gran nivelador de todos. Si lo llevamos a nuestros días y por analogía afirmamos que la muerte es la única forma en que los argentinos que piensan distinto podemos unirnos, no tendremos remedio. Es el fin como colectivo y la más patente muestra de nuestro fracaso como Nación y como sociedad organizada, más de lo que nuestras profundas crisis de todo tipo nos cercan en la vida cotidiana y en nuestro hipotecado futuro.

Me resisto a pensar que los que cayeron en La Tablada sean para los que ideológicamente se encolumnan en ideas contrapuestas y para todos los argentinos, una fuente de inspiración para seguir enfrentándonos.

Hoy Wilfie no está; tendría mi misma edad y habría sido, de vivir, una gran esperanza para la Patria. Y Álvarez y Mamaní hoy no pueden en los hechos, construir en paz, unión y libertad, el mundo en el que ellos creían.

Y no solo ellos: ¿cuántas madres argentinas también lo han dado todo, como nuestros muertos, las de todos los bandos, es decir, la vida de sus hijos?. Y también cabe la pregunta: "¿Para qué?".

No merecemos a nuestros muertos si no cambiamos de rumbo. En este estado del arte, los muertos no necesitan ya ser honrados. Su honor reside en haber cumplido con su deber. Y fundamos esta afirmación en el héroe mítico romano del siglo VI quien dijo: ¿Qué mejor manera de morir puede tener un hombre que la de enfrentarse a su terrible destino defendiendo las cenizas de sus padres y los templos de sus dioses?. (**)

Pero para nosotros, los hoy vivos, reitero que se presenta la terrible pregunta: ¿Han muerto ellos sin ningún objeto?. ¿Perece en este momento, lo que sus cuerpos agonizantes trataban de cubrir, el país?.

En tal caso es una cruenta ironía que hombres provenientes de toda Argentina y que dedicaron su vida a la lucha común o a sus ideas y que fueron unidos para siempre por la muerte sean olvidados, pues fallecen dos veces. (la muerte física y la muerte en nuestra memoria). Y con ellos, su testimonio de honor. ¿Acaso existe la fuerza, el honor y la unidad de la Argentina solamente en el pasado?.

¿Y nosotros, los sobrevivientes, dejamos sin fuerza, sin honor y sin unidad para que el país se deshaga en una cultura de enfrentamiento?.

Desde este lugar en el que escribimos o leemos este artículo, se dirige Wilfie y todos los muertos hacia nosotros, y exigen que aquí, en esta Patria, quede todavía un lugar donde se trabaje con ardiente corazón y serena cabeza, y donde, si fuese necesario, sepamos unirnos como Nación tanto, que se consagre el principio de “para un argentino no hay nada mejor que otro argentino”.
Esta propuesta requiere de ciudadanos valientes. Sentarnos y superar las adversidades junto al otrora enemigo requiere una grandeza de alma solo reservada para gente excepcional que construye una sociedad excepcional. Se debe premiar su memoria, pero no para seguir destrozándonos, sino para ser “valientes”. 
El “Discurso Fúnebre de Pericles” que nombré al comienzo dice que “cuando los más preciados galardones que una ciudad otorga son los que recompensan la valentía, entonces posee ella los ciudadanos más valientes”.
Seamos valientes, como lo fueron nuestros muertos en La Tablada en enero de 1989, y avancemos hacia la unión del país, para que solo anide en nuestros corazones una sola clase de fanatismo: el de la voluntad de progreso. 
Solo así responderemos que Wilfie y tantos otros no murieron en vano. Y la pregunta que tanto afecta nuestros espíritus quedará respondida.

(*) El Discurso Fúnebre Pericles fue pronunciado el año 431 a.C. en las exequias de las víctimas atenienses del primer año de la guerra contra Esparta. El historiador Tucídides lo incorporó a su Historia de la guerra del Peloponeso, escrita tres décadas más tarde. Es considerado un texto fundacional y un originalísimo ejemplo de conciencia ciudadana y un modelo de reflexión política. 

(**) Fragmento de una poesía del escritor, historiador y político inglés Thomas Macaulay, autor de Cantos de la Antigua Roma (1842) Se refiere a Horacio. 
Cocles, uno de los militares romanos que más huella dejaron en la memoria de sus compatriotas defendiendo un puente en solitario ante una invasión etrusca.
 

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