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"Rebelión en la granja", un relato muy familiar

Domingo, 20 de febrero de 2022 01:54
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George Orwell publicó, en 1945, "Rebelión en la granja"; una alegoría maravillosa que le cabe a nuestra realidad como anillo al dedo. En esta, los animales de la "Granja Manor", cansados de los maltratos y abusos de su dueño, se rebelan, logran echarlo de la propiedad y hacerse del control de esta.

Al principio todo parece ir de maravillas y todos festejan el triunfo de la Revolución conseguida.

Contando con una buena provisión de stocks de alimentos y con cinco bocas menos que alimentar luego de haber echado a los hombres, los animales ven aumentadas sus raciones. Además, comienzan a trabajar para ellos mismos lo cual les produce una enorme felicidad.

No menor, toman las decisiones en conjunto y votan cada una de las acciones.

Con la ayuda de un par de animales que habían aprendido a leer y a escribir, redactan y pintan en la pared del granero, el lugar donde tenían sus asambleas, siete mandamientos que ellos establecen como inviolables:

1. "Todo lo que camina sobre dos pies es un enemigo.

2. Todo lo que camina sobre cuatro patas, o tenga alas, es un amigo.

3. Ningún animal usará ropas.

4. Ningún animal dormirá en una cama.

5. Ningún animal beberá alcohol.

6. Ningún animal matará a otro animal.

7. Todos los animales son iguales."

En el colmo de la rebeldía y como prueba de su autodeterminación, cambian el nombre de la granja por el de "Granja animal". Incluso repelen un intento del dueño de la granja por retomar el control por la fuerza, lo cual les permite establecer los primeros rituales conmemorativos, la construcción de los primeros relatos épicos de proezas y valentías y reparten medallas al valor que crea referentes entre los animales. Reales e inventados.

El tiempo transcurre. Poco a poco, los cerdos -que se habían auto percibido como los animales más inteligentes de la granja-, van tomando el control. Esgrimen que deben dejar de trabajar para poder "pensar" por el bien de todos los demás; "trabajo" que dicen que les resulta agotador y que carga sobre sus espaldas enormes responsabilidades que, si les dieran a elegir, preferirían poder rechazar.

El resto de los animales lo aceptan al ver que, de todas maneras, las raciones siguen siendo todavía más abundantes que antes y, más importante, que siguen trabajando para ellos mismos y no para el explotador anterior.

Ningún animal dormirá en una cama

Los cerdos, poco a poco, se adueñan del control de todo. Uno de ellos, y sin que nadie lo sepa en ese momento, arranca a unos mastines de sus madres apenas paridos y los adiestra desde pequeños para convertirlos en su guardia personal.

En algún momento conveniente, los cerdos encuentran pruebas incriminatorias y definitivas que muestran que uno de los héroes de la revuelta era, en realidad, un agente del dueño anterior y, por lo tanto, un traidor; a pesar de la condecoración que había recibido por su valor. A partir de ese momento se cancelan todos los homenajes destinados a él, y todo evento de imprevisión, mala fortuna o simplemente de deshonestidad por parte de los cerdos siempre lo encuentra como único responsable y como el alma de toda sedición.

Alegando cuestiones de seguridad, los cerdos se mudan a la casa. El Líder incluso se reserva a sí mismo una habitación. Sin que nadie se dé cuenta, el cuarto mandamiento es reescrito en el granero como: "Ningún animal dormirá en una cama con sábanas". ­Vaya ejemplo del peligro que entraña la reescritura de la ley y su adaptación a las conveniencias de los más poderosos!

Ningún animal beberá alcohol.

Los animales comienzan a trabajar cada vez más denodadamente. La granja no produce lo mismo que antes, a pesar de todas las estadísticas que los cerdos se empeñan en mostrar asegurando que lograron aumentar la producción de huevos, leche, cebada y trigo en porcentajes asombrosos desde la Revolución.

Los animales no son capaces de entender las estadísticas, así como tampoco tienen conocimiento alguno sobre cuánto se producía cuando la administraba el dueño anterior. Ya lo dijo Mark Twain: "los hechos son testarudos, aunque las estadísticas sean más manejables".

Las raciones ya no alcanzan y comienzan a sentir hambre, pero, aún así, siguen creyendo estar mejor que antes dado que siguen trabajando para ellos.

Los cerdos comienzan a negociar gran parte de la producción de la granja con el vecindario, reduciendo aún más las raciones e imponiendo cuotas irracionales de producción de huevos a las gallinas y de leche a las vacas; productos que serían canjeados por insumos necesarios para la granja invocando el siempre supremo bien común; el bien de todos.

Sin embargo, en vez de comprar las semillas, fertilizantes y todos los insumos que les son requeridos para que la granja siga produciendo con cierta normalidad; los cerdos gastan parte de los ingresos en comprar cajas de alcohol para ellos.

El quinto mandamiento es reescrito en el granero, otra vez sin que nadie se de cuenta, quedando como: "Ningún animal beberá alcohol en exceso".

Ningún animal matará a otro animal

La falta de stocks y la escasez se ocultan al mundo exterior. Los cerdos hacen llenar los silos con arena y esparcir en la superficie lo poco que queda de cereales y forrajes, haciendo creer a todos que nadan en la abundancia y que la producción está en niveles jamás alcanzados. Mentiras necesarias para sostener el relato.

Suceden varios actos de intimidación primero y de violencia después. “Llegaron a un punto tal en el que nadie se atrevía a decir lo que pensaba y en el que perros feroces y gruñones merodeaban por doquier”.
El sexto mandamiento fue corregido de un día para el otro, entre gallos y medianoche, de la siguiente manera: “Ningún animal matará a otro animal sin motivo”. 
Los animales ya habían perdido la capacidad de leer mucho menos de entender qué significaba este nada sutil cambio.
El resultado de predicar doctrinas autoritarias es que lleva a los pueblos a confundir qué es peligroso y qué no lo es. 
El miedo y la precarización son más efectivos para silenciar las ideas impopulares y ocultar los hechos desagradables que cualquier prohibición oficial.

 El fin de los mandamientos

Los animales ya no recordaban al antiguo dueño ni lo que este representaba. 
“Ellos sabían que la vida era dura y áspera, que muchas veces tenían hambre y frío y que, generalmente, estaban trabajando cuando no dormían”. Pero, “ahora eran libres cuando antes habían sido esclavos”, como los cerdos no se cansaban de repetirles. La vida tenía una mayor dignidad ahora y el pasado había sido mucho peor sin duda alguna, aunque nadie lo recordara con demasiada precisión ni con mucha claridad.
Un día, en el granero, desaparecieron de la pared todos los mandamientos y, en su lugar, sólo quedó la leyenda: “Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros”.
A partir de ese momento, los cerdos comenzaron a vestir como hombres, a caminar como hombres, a comportarse como hombres y a llevar látigos en sus manos para arengar al resto de los animales; tal y como antaño lo hacían los hombres.
Una noche, los cerdos hicieron una fiesta para recibir a sus vecinos y al final de varios discursos encendidos, el Líder brindó “Por la prosperidad de la Granja Manor”. 
El círculo se había cerrado. La Revolución había muerto a mano de los propios revolucionarios que, sin saberlo, anticiparían la inmortal frase de Giuseppe Tomasi di Lampedusa: “Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”; el más rancio “gatopardismo”.
Los animales miraban por la ventana a los cerdos quienes, de pie y vestidos con levitas y sombreros, brindaban con sus huéspedes. Ninguno atinaba a creer lo que veían sus ojos. “Los animales, asombrados, pasaron su mirada del cerdo al hombre, y del hombre al cerdo; y, nuevamente, del cerdo al hombre; pero ya era imposible distinguir quién era uno y quién era otro”.

 El fin de la rebelión

El subtítulo admite una doble lectura.
Por un lado, parece que el ciclo se va agotando y que la Revolución K se va quedando sin combustible. Muchos animales quieren creer esto. Lo desean con tanta fuerza que es difícil discernir cuánto es deseo y cuánto una realidad viable y factual.
Es difícil el populismo sin dinero; ni genuino ni inventado. 
Es difícil sostener las épicas vacías, las estadísticas que no convencen a nadie, las medidas que se contradicen unas con otras, los discursos encendidos pero carentes de todo contenido y las medallas y cucardas que nada representan. 
Es difícil sostener la Revolución que sólo entroniza a una casta que no admite disidencia alguna. Tenemos sobrados ejemplos que muestran que la casta política puede pelear entre ellos pero que, de ellos para abajo, nada más les importa.
Por otro lado, me pregunto - como siempre - si ese no es exactamente el fin de la revolución, de toda rebelión; el cambiarlo todo para que todo siga como está. 
Una masiva transferencia de poder de unos a otros disfrazado de bien común y de mayor bienestar para el resto. Pero no más que eso; un disfraz. Otro relato.
Pauperizarnos, violentarnos, atemorizarnos; incluso matarnos. El miedo es el mejor controlador social. Hasta que todo estalla. Si es que se llega al estallido. 
Mientras este no ocurra, los cerdos capturan la casa, los muebles, la ropa, la producción de huevos y leche; todo lo que sea necesario para canjearlos por alcohol y mantenerse en la cima del poder. 
Se adueñan de la vida del resto de los animales quienes ahora sólo viven para sobrevivir. Y siempre tienen a mano la posibilidad de ejercer una mayor cuota de violencia y de represión.
Sin inversiones, sin trabajo genuino, con una inflación del orden del 60% anual, sin educación y sin cultura; ¿cuánto nos falta para convertirnos en esos animales esclavizados que sólo creen -que quieren creer- que hoy estamos mejor que ayer? ¿Cuánto nos llevará darnos cuenta de que ya no trabajamos para nosotros y que estamos sometidos a una esclavización que sólo invoca una falsa libertad?
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