Robin Hood es el arquetipo del héroe y forajido con un gran corazón y que vivía fuera de la ley al que hemos guardado en nuestro archivo de la memoria desde la infancia.
Sin embargo, pocos sospecharíamos que hubo una mujer hecha de una savia similar a la del arquero defensor de los pobres y oprimidos que se escondía en los bosques de Sherwood y Barnsdale.
Martina Chapanay es una figura de existencia real que compartía el fruto de sus robos con los más humildes, así como representa a Robin el folclore inglés medieval.
La Chapanay fue una guerrillera que actuó en las guerras civiles argentinas del siglo XIX. Hija de un cacique huarpe, nació en la Intendencia de Córdoba del Tucumán (Virreinato del Río de la Plata) alrededor del 1800 -en las Lagunas de Guanacache, actual territorio de San Juan- y murió en 1887. Célebre por haber vengado la muerte del caudillo riojano Ángel “Chacho” Peñaloza, jineteaba con una habilidad que pocos hombres conseguían igualar, galopaba caballos en los arenales, pialaba terneros, cazaba animales y nadaba con gran destreza.
Ha llegado a nuestros tiempos en la canción “Bandidos rurales” (2001), de León Gieco, con la colaboración del historiador y ensayista Hugo Chumbita; en la cueca “La Martina Chapanay”, del poeta y cantor mendocino Hilario Cuadros; en la novela “Martina Chapanay, montonera del Zonda” (2010), de la escritora Mabel Pagano.
Y aquí mismo, en Salta, en la obra “Fuego y Zonda, lo que trae la Chapanay” que se presentará esta noche, a las 21, en Porquesí Casa Cultural (Anzoátegui 748). En clave de clown, “Fuego y Zonda...” entonces recupera la historia de esta figura legendaria.
“Ella fue una caudilla y bandolera argentina de la época en que nuestra patria se gestaba, allá por el siglo XIX. Pretendemos reivindicar su figura, tapada con el tiempo, forzada al olvido. La Martina que los dos clowns imaginan, se mueve como un fuego y va hacia donde el viento la lleve”, describió a El Tribuno Flavia Salim.
La obra está dirigida por Marcos Arano Forteza e interpretada y cocreada junto a Flavia Salim, Gustavo y Emiliano Vergara, y la música original y en vivo de Emiliano García Caffarena.
“Fue un personaje muy rico en las leyendas, en las historias que se transmiten de boca en boca, a pesar del poco espacio que le dedica entre sus páginas la historia oficial. Queríamos reivindicar a una mujer de este estilo: una guerrera valiente, luchadora de nuestro país”, señaló Salim. A la vez que Gustavo Vergara indicó que la labor investigativa previa a la escritura del guión fue ardua, tal como sucede con estos personajes con cuerpo de niña, pero sombra de mujer legendaria, y que para ello fueron vitales los conocimientos como profesor de Historia de Marcos Arano Forteza. El cuento es narrado por unos relatores que cumplen el mandato familiar de honrar a una genealogía de narradores magníficos. Ellos deben contar una historia por lo menos un sábado al mes para mantenerse con vida y si incumplen con el contrato tácito una tragedia se desatará sobre sus cabezas, tanto así que solo quedan cuatro herederos sobrevivientes del clan.
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Robin Hood es el arquetipo del héroe y forajido con un gran corazón y que vivía fuera de la ley al que hemos guardado en nuestro archivo de la memoria desde la infancia.
Sin embargo, pocos sospecharíamos que hubo una mujer hecha de una savia similar a la del arquero defensor de los pobres y oprimidos que se escondía en los bosques de Sherwood y Barnsdale.
Martina Chapanay es una figura de existencia real que compartía el fruto de sus robos con los más humildes, así como representa a Robin el folclore inglés medieval.
La Chapanay fue una guerrillera que actuó en las guerras civiles argentinas del siglo XIX. Hija de un cacique huarpe, nació en la Intendencia de Córdoba del Tucumán (Virreinato del Río de la Plata) alrededor del 1800 -en las Lagunas de Guanacache, actual territorio de San Juan- y murió en 1887. Célebre por haber vengado la muerte del caudillo riojano Ángel “Chacho” Peñaloza, jineteaba con una habilidad que pocos hombres conseguían igualar, galopaba caballos en los arenales, pialaba terneros, cazaba animales y nadaba con gran destreza.
Ha llegado a nuestros tiempos en la canción “Bandidos rurales” (2001), de León Gieco, con la colaboración del historiador y ensayista Hugo Chumbita; en la cueca “La Martina Chapanay”, del poeta y cantor mendocino Hilario Cuadros; en la novela “Martina Chapanay, montonera del Zonda” (2010), de la escritora Mabel Pagano.
Y aquí mismo, en Salta, en la obra “Fuego y Zonda, lo que trae la Chapanay” que se presentará esta noche, a las 21, en Porquesí Casa Cultural (Anzoátegui 748). En clave de clown, “Fuego y Zonda...” entonces recupera la historia de esta figura legendaria.
“Ella fue una caudilla y bandolera argentina de la época en que nuestra patria se gestaba, allá por el siglo XIX. Pretendemos reivindicar su figura, tapada con el tiempo, forzada al olvido. La Martina que los dos clowns imaginan, se mueve como un fuego y va hacia donde el viento la lleve”, describió a El Tribuno Flavia Salim.
La obra está dirigida por Marcos Arano Forteza e interpretada y cocreada junto a Flavia Salim, Gustavo y Emiliano Vergara, y la música original y en vivo de Emiliano García Caffarena.
“Fue un personaje muy rico en las leyendas, en las historias que se transmiten de boca en boca, a pesar del poco espacio que le dedica entre sus páginas la historia oficial. Queríamos reivindicar a una mujer de este estilo: una guerrera valiente, luchadora de nuestro país”, señaló Salim. A la vez que Gustavo Vergara indicó que la labor investigativa previa a la escritura del guión fue ardua, tal como sucede con estos personajes con cuerpo de niña, pero sombra de mujer legendaria, y que para ello fueron vitales los conocimientos como profesor de Historia de Marcos Arano Forteza. El cuento es narrado por unos relatores que cumplen el mandato familiar de honrar a una genealogía de narradores magníficos. Ellos deben contar una historia por lo menos un sábado al mes para mantenerse con vida y si incumplen con el contrato tácito una tragedia se desatará sobre sus cabezas, tanto así que solo quedan cuatro herederos sobrevivientes del clan.
Como la obra se desarrolla al aire libre y en torno del fuego, también aparece un cuidafuegos que va alimentando todo el tiempo el fogón y un músico, Dedos, que crea los ambientes guiado por la naturaleza mística del ardiente elemento.
La experiencia que se propone es desnudar al teatro hasta que adquiera su forma primigenia: la despojada de escenarios y de técnicas posibilitadas por la tecnología. Lo bueno es que pues representarse hasta en el más remoto paraje, los malo es que se suspende por lluvia.
Para Vergara la obra se presenta como un ritual y cobra vida con el público alrededor del fuego y el desafío del abrazo está muy ligado a la disciplina del clown, a la idea de este arte para compartir y cocrear con el público.
“A Flavia y a mí este proyecto nos genera emociones e intercambio con el público que hoy la agradecemos y que disfrutamos mucho. La técnica da la posibilidad de que sobre el escenario pueda pasar una infinidad de cosas. Al poder alternar los personajes, con solo dos actores en escena podemos subir a más de diez personajes”, acotó.
Agregó que “Fuego y Zonda...” genera en el público una desconexión con la vida cotidiana. “De inmediato al entrar en el espacio escénico guiados por el fuego, al aire libre, en ese patio hermoso que tenemos en Porquesí el público entra a este juego que se le propone, a la conexión con los elementos aire y tierra y al estar como en un cuento”, describió.
Acerca del arte del clown, de aquella provocación de dejarse ser y mostrarse tal cual sin miedo al ridículo sino amplificando la esencia de cada uno: el más auténtico yo, expresó: “El trabajo de clown abre muchas puertas y habilita el juego de una manera básica a semejanza de lo que ocurre durante la niñez.
No hay que demostrar nada ni ponerse mucha exigencia porque estamos todos jugando y esto nos pone en un estado de disfrute y de vulnerabilidad. Desde ese punto uno puede contar y generar un montón de estados, no solo la risa”.