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No soy de ver televisión. No me gusta. Rara avis en esta era de raciones constantes de desinformación por imágenes. Cuando lo hago, siempre algo me llama la atención. Esta vez, fue una publicidad de alarmas domiciliarias.
Primero, aceptamos -sin cuestionamiento alguno- que vivimos en un estado de inseguridad irrevocable, en el que hemos normalizado que el Estado (en todos sus niveles) ha renunciado a garantizarla. Puede ser lógico. Siete por veinticuatro, esa misma televisión nos aturde con imágenes despiadadas sobre muertes insensatas e inexplicables; sobre golpizas salvajes; sobre ataques piraña; delincuentes apuntando armas en la cabeza de niños y de madres. Robos y asesinatos por una cartera; un auto, un celular; unas zapatillas. Porque sí. La vida no vale nada y a ningún funcionario parece importarle; más allá de las declaraciones obligatorias mediáticas de cumplimiento incomprobable. El correlato entre lo que se hace y lo que se dice es abismal.
Así, es necesario encerrarnos tras rejas, alambres de púa, cercas electrificadas, alarmas y cámaras de seguridad propias y/o vecinales, sistemas de seguridad y monitores dentro de nuestras propias casas. Debemos exponernos incluso en nuestra intimidad ante extraños que monitorean que alguien no profane ni viole nuestras propiedades, nuestra familia o nuestro hogar.
No nos damos cuenta, pero la inseguridad es algo terrible. Nos altera. Nos hace violentos. Salvajes. Invoca nuestro deseo atávico de imponer la Ley del Talión; de hacer justicia por mano propia. Nos animaliza. Y naturaliza muchas otras formas de violencias más oscuras y subterráneas.
Lo segundo que me llamó la atención -me molestó, confieso-, fue la frase de la publicidad: "no se puede robar lo que no se ve". El sistema en cuestión promete ahuyentar al intruso por la descarga de un humo denso que impide la visión. Sé que mi literalidad es una condena y no una bendición. Pero amo el lenguaje y envidio a quienes son capaces de usarlo con precisión. La palabra es la herramienta por excelencia del pensamiento. Degradar el lenguaje es degradarnos a nosotros mismos. Un vocabulario pobre nos deja condenados a un pensamiento limitado. A merced de las mentiras y de los mentirosos. Tanto de la política como del mundo comercial.
"No se puede robar lo que no se ve". Acaso, ¿es cierto? ¿Cómo el anular ese panóptico voluntario que "nos protege" con una neblina densa puede resultar en una defensa de esos bienes, de la propiedad, o de uno mismo? No lo sé. Descubro que tampoco me interesa. Lo que en el fondo me molesta, es la falsedad de la sentencia. ¿De veras no se puede robar lo que no se ve?
No vemos la indignidad a la que son sometidos los ocho millones de chicos pobres de este país o los dos millones de niños que viven en la indigencia. Eso no impide que se les siga robando la dignidad y el derecho que todos y cada uno de ellos tienen a un futuro mejor. No se ven sus sueños, pero se los roban igual.
Una de cada dos personas de la Argentina vive en la pobreza y una de cada cinco en la indigencia. Aun así, pueden ser maniatados, golpeados, y robados con total brutalidad. No se ve su pobreza ni su soledad. Eso no impide que los roben y los maten por igual.
¿Vemos acaso que el 50,2% de las personas en 31 conglomerados urbanos no acceden al agua corriente, gas en red o cloacas? El dato se saca de la Encuesta Permanente de Hogares publicada por el Indec. Estadísticas oficiales de un gobierno que se autopercibe comentarista de un programa de televisión. Que ignora sus propios diagnósticos y les sigue robando su dignidad.
No se ven las trasformaciones que nunca llegarán gracias a nuestra anomia boba y autodestructiva que cambia las reglas de juego todos los días en todos los frentes y que roba inversiones, trabajo, educación y salud. Roba presente y roba futuro. Roba sociedad y roba país. Nos roba a todos. Nos deja con menos y menos para repartir.
El humo denso y molesto que nos echan en la cara todos los días con los temas más intrascendentes y que menos importan; ¿acaso tapan las mentiras sobre los "formadores de precios" a quienes hay que controlar con patotas sindicales; "los poderes concentrados"; las "condicionalidades impuestas"; "el incumplimiento del FMI" y todas las falsedades con las que nos roban el país a diario? ¿O acaso Aerolíneas Argentinas e YPF -por nombrar sólo dos ejemplos -, no son formadores de precios? Que sean empresas estatales no les quita el estatus de formadores de precios ni el de monopolios concentrados. ¿O acaso el Anses y la AFIP -otra vez, sólo por poner otros dos ejemplos fáciles-, no son poderes concentrados? ¿O acaso el ministerio de economía no impone condicionalidades sobre todos y cada uno de nuestros infinitos presentes y futuros? Los impuestos; los cepos; las arbitrariedades y las restricciones; el "dólar banana" y el "dólar turista"; ¿no son todas formas de condicionamientos? Que sean internos no les quita la capacidad de destruir ni de condicionar. Tampoco la necedad.
El humo denso y molesto; ¿impide ver el país que podríamos ser si no fuera porque se lo roban de a trozos; un poco cada día? ¿O el país que podríamos haber sido y que, quizás, tal vez, ya nunca podremos ser?
No es cierto que no se puede robar lo que no se ve. No lo vemos por el humo denso y molesto que nos echan en la cara día tras día; humo detrás del cual cubren sus fechorías mientras nos roban la vida, el futuro y la verdad.