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Para Nietzsche, la verdad es una construcción social que sirve para hacer posible la convivencia humana, para unir a la sociedad. La verdad es un regulador social.
En la era predigital, la verdad se basaba en la autoridad de expertos, fuentes confiables, instituciones serias y medios de comunicación establecidos. La verdad tenía un carácter normativo y jerárquico que se aceptaba como hecho. El libro, y la cultura del libro basada en el discurso racional de la Ilustración, formatearon a la sociedad y al discurso político del siglo XIX. Aun cuando todos sabíamos que la promesa de un político tenía un valor relativo, los políticos no podían decir cualquier cosa. No podían abrazar cualquier causa un día y militar la causa exactamente opuesta veinticuatro horas después. Los límites de la consistencia y de la racionalidad marcaban los límites de la política y el límite de lo que los votantes demandaban y aceptaban.
En la era digital, la verdad se ha vuelto borrosa, subjetiva; alejada de esas autoridades formales, ahora denostadas. Los individuos eligen su propia versión de la verdad, la que confirma sus sesgos y opiniones y rechaza lo que no encaje con su visión del mundo. La verdad se convierte en una experiencia personal que conduce a la fragmentación y a la polarización de la sociedad. Los medios digitales fragmentan los discursos; lo breve se convierte en la unidad básica de información, predigerida y de fácil deglución. Se establece una forma de comunicación que impide el diálogo; el «Ágora" se vuelve unidireccional.
La multiplicidad de perspectivas lleva a una multiplicidad de "verdades" todas en conflicto. Nace lo que Byung-Chul Han denomina "la crisis de la verdad". La sobreexposición a información contradictoria. La búsqueda de validación genera ansiedad y agotamiento. La sociedad se desintegra en tribus entra las cuales ya no es posible el diálogo ni el entendimiento; se pierde el lenguaje común; se pierde el mundo común.
En una era en la que la obligación de ser feliz domina la vida, la gente demanda entretenimiento. La información deviene entretenimiento; la política también. El entretenimiento no exige veracidad; la política tampoco. La información falsa concita más atención que los hechos verdaderos. Un post falso o una noticia corta descontextualizada es más efectiva que un argumento verdadero y riguroso. No se busca racionalidad; solo impacto y distracción. Sin conocimiento, sin saberes y sin información fáctica, el individuo carece del sentido crítico requerido para poder distinguir una información falsa de una verdadera. La desinformación corre por delante de la verdad, sin poder alcanzarla. El tsunami de información inunda la esfera política y provoca distorsiones, manipulaciones y trastornos masivos en el proceso democrático. Rompe el "Ágora".
Se impone una "infodemia" resistente a la verdad que da lugar al nacimiento de un nuevo nihilismo. No el nihilismo propio de una sociedad que ha matado a Dios sino el de una sociedad que no tiene fe en la verdad. Que ha perdido la creencia en la facticidad; que vive en un "mundo desfactificado". Un nihilismo que socava la distinción entre mentira y verdad. Que instala una indiferencia y una ceguera hacia la verdad. Se pierde la manera de vincularnos; de cohesionarnos. Se pierde el regulador social del que hablaba Nietzsche. La verdad no importa más. ¿La sociedad tampoco?; me pregunto.
Argentina acaba de votar. Nadie ganó en primera vuelta y ahora tenemos que elegir entre dos candidatos que, solo un año atrás, eran ambos inimaginables. De un lado, el candidato Sergio Massa promete resolver la herencia estrepitosa que va a dejar el ministro Sergio Massa. Vestido de moderado, probándose el traje de estadista, va de un lugar al otro negociando adhesiones. El hábito no hace al monje. Ojalá solo se tratara de actuar de estadista para serlo; lástima que la realidad no funcione así.
Del otro, un personaje alterado y enajenante. Alguien que armó su campaña insultando en los peores términos posibles a todo aquel que se opusiera a sus ideas y que ahora hace pactos imposibles aliándose con la "montonera asesina pone bombas". "Tabula rasa" y todo lo que nos dijimos nunca fue dicho. Macri adopta a Milei y Bullrich habla de Juntos por el Cambio "como un envase muy destruido"; dinamitando ambos la continuidad de la alianza opositora. Notable ver qué parecidos son, al final del camino, Mauricio Macri y Cristina Kirchner. Notable ver cómo todos, sin excepción alguna, son verdaderos maestros en el arte de la falsificación ideológica, la manipulación y el falseamiento de la verdad. Carl von Clausewitz dijo: "La guerra es un verdadero instrumento político, la continuación de las relaciones políticas por otros medios". Podría parafrasear la cita y re expresarla, para Argentina, diciendo: "La política es la continuación de la guerra por otros medios". Una guerra y una grieta infinita que lleva años y que nos está devorando a todos mientras solo atinamos a mirar el espectáculo como si fuera una función teatral. Tengo la horrible sospecha de que vamos a reemplazar una grieta por otra y unos personajes por otros; nada más. Sin empatía, sin "Ágora", sin diálogo y sin construcción de bien común, no vamos a construir ninguna sociedad mejor; sin importar quién gane esta nueva elección. La cual será anecdótica si, como sociedad, no comenzamos a exigirnos a nosotros mismos un protagonismo real , verdadero e inmerso en el marco de un estricto apego a la verdad.