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La palabra pronunciada; la flecha lanzada; la oportunidad

Domingo, 24 de diciembre de 2023 00:00
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Ciertos eventos es mejor pensarlos en momentos de mayor quietud espiritual, una vez que se ha evaporado la emoción; toda ella, positiva o negativa. La distancia permite abordar otras perspectivas.

Comencemos por lo bueno. La ceremonia de asunción de Javier Milei fue "prolija" y el tono y las formas, correctas; aunque nunca haya disimulado el plagio a la ceremonia de asunción de Joe Biden. Tanto es así que, si una poetisa local hubiera recitado un poema como lo hizo Amanda Gorman en aquella oportunidad, no hubiera resultado fuera de lugar. Es más, hubiera sido el golpe de efecto perfecto para contrastar con el acto de asunción de mal gusto de Alberto Fernández en el que el grupo "Sudor Marika" profería procacidades frente a la Casa Rosada ante la multitud allí reunida.

Por otro lado, el inventario preciso y exhaustivo de la herencia que le deja a la sociedad el gobierno saliente no dio respiro. Esto era algo necesario e ineludible; no se podía repetir el error que cometió Mauricio Macri.

De allí en más, creo que cabe hacer algunas reflexiones.

¿De espaldas al Congreso?

No parece correcto que el discurso fuera "de cara al pueblo" y de espaldas a la Asamblea Legislativa, reunida dentro del Congreso, como lo marca la tradición. Desde lo gestual, hablar al "pueblo" de espaldas al Congreso puede tener lecturas que podrían ir desde la simple y llana demagogia hasta la de un nuevo populismo -de derecha-, pero populismo al fin. Es muy pronto para hacer ningún juicio de valor al respecto y el tiempo, y los hechos, dirán si estamos ante un caso, el otro, o ninguno de los dos.

Quizás, podría haber dirigido un muy breve mensaje a la Asamblea, asumiendo su mandato ante ellos; convocándolos al diálogo; y solicitándoles dar las discusiones necesarias sobre las reformas que busca hacer aprobar. Lo cortés no quita lo valiente. Luego, por supuesto, estaba en su derecho de dirigirse a la gente y seguir la ceremonia tal y como siguió.

Pero si su intención fue "marcarle la cancha" al Congreso mostrando la fuerza popular que lo respaldaba, entonces, me parece, ese sostén no estuvo presente. Podía esperarse una muchedumbre como pocas veces se haya visto. Ver gente subida hasta en las jarcias de la Fragata Libertad allá atrás, en el Apostadero Naval cerca de Retiro. No sucedió.

Había gente, por supuesto, pero no la muchedumbre que supo haber en otras asunciones presidenciales. Ya sé; no hubo aparato de movilización. Igual; no hubo una cantidad de gente que pudiera condicionar al Congreso. Y estoy seguro de que cada ínfima fracción en los que está fracturado el Congreso tomó nota de este detalle. Le guste o no, el presidente debe gobernar con diputados y senadores que también fueron elegidos -como él- de manera democrática. Aunque sean "casta" para él.

Otra observación. "No hay alternativa al ajuste y no hay alternativa al shock"; dijo, varias veces. Que cada grito de ajuste fuera aclamado por la gente presente me llamó la atención. Me parece que, mucha de esa gente al escuchar las palabras "ajuste" y "recorte" sólo pensaban en el kirchnerismo y en los "ñoquis" que componen las múltiples y diversas capas geológicas de las innumerables estructuras burocráticas del Estado; peligro que, me parece, esta administración minimiza.

Encuestas recientes muestran que el 59% del 56% de gente que votó por Milei, sólo lo hizo para sacar del poder al kirchnerismo y para forzar un cambio; no por adherir a las ideas liberales libertarias de las cuales se siente tan orgulloso el presidente Milei. No es un dato menor. Este 59% de gente, al verse de pronto ella misma "ajustada" e igualada con esos supuestos "ñoquis", podría mostrar un compromiso volátil con la nueva gestión si las cosas resultaran empeorar para ellos también mucho y rápido.

El diablo acecha en los detalles

Jorge Luis Borges, nuestro genial escritor, escribió: "El camino es fatal como la flecha, pero en las grietas está Dios, que acecha". Un refrán anglosajón anónimo afirma que "El diablo está en los detalles". Ambas cosas son verdaderas. El camino es fatal como la flecha, y el diablo vive en los detalles.

Milei comienza su discurso diciendo "Hoy comienza una nueva era". Me parece exagerado. Hubiera sido más apropiado hablar del inicio de una nueva "época" o de una "etapa". "Era" habla de una enorme cantidad de años que no tendrá. "Hoy los argentinos, de manera contundente, han expresado una voluntad de cambio que ya no tiene retorno". Tampoco es correcto; nadie puede asegurar si este nuevo cambio tendrá retorno o no.

Milei en su discurso asegura que bajo el auspicio de la Generación del 37 los argentinos "decidimos" adherir al ideario liberal. Tampoco me parece cierto. La Constitución de corte liberal de Juan Bautista Alberdi se impuso luego de una batalla encarnizada y furibunda contra la Provincia de Buenos Aires; y sin la adhesión de esa provincia.

Quizás, especulo, nuestros cambios constantes de rumbo obedezcan a la carencia de este acto fundacional: la no-discusión de un modelo explícito de país por parte de todas las facciones en pugna y de la adhesión a un modelo dado por elección y por negociación; no por imposición.

Quizás este es el pecado original que nos impide convertirnos en una Nación y que no nos deja avanzar, de manera decidida y constante, en una dirección.

"Desde un país de bárbaros enfrascados en una guerra sin cuartel pasamos a ser la primera potencia mundial (…) Lamentablemente nuestra dirigencia decidió abandonar el modelo que nos había hecho ricos y abrazaron las ideas empobrecedoras del colectivismo"; aseguró el presidente. Lo que Milei omite decir es que esas ideas que, según él, nos "convirtieron en la primera potencia mundial" (dato incorrecto), nos tornaron un país inequitativo y con uno de los peores índices de distribución de la riqueza del mundo; abonando así tierra fértil a las ideas anarquistas, corporativistas y colectivistas que azotaron al país, de allí en más. Nada sucede por casualidad y, mirar la historia de manera sesgada puede ser peligroso. Deberíamos haber aprendido esto, al menos, del reinado K.

Una sociedad binaria

La historia de Argentina - desde sus inicios más profundos hasta hoy - es una historia de desavenencias, de luchas intestinas y de guerras civiles -algunas muy cruentas-, y de una fragmentación y polarización permanente.

En la época colonial, antes siquiera de comenzar a concebir la idea de formar un país, nos asolaba una guerra civil entre quienes buscaban obedecer a la corona española y los que querían subordinarse a otras coronas. Apenas establecido un gobierno patrio, en julio de 1812, ocurrió el primer intento de golpe de Estado de nuestra historia como país independiente. Ese mismo año, en octubre, estalló un segundo golpe que destituyó al Primer Triunvirato reemplazándolo por el Segundo Triunvirato. Comenzaría entonces un largo período de anomia y, finalmente, de guerra civil -entre unitarios y federales- que batallarían por decidir quién habría de imponer el modelo de organización nacional. La guerra civil llegaría a su fin tras la batalla de Pavón. La resolución del conflicto, no. Con el fin de esta guerra civil entraría en vigor la ley fundamental de la Nación; casi medio siglo después de la declaración formal de la independencia del país. Aun así, Argentina probaría, una y otra vez, que la existencia de leyes escritas no significaría nunca su observancia. Por el contrario, de allí en más -aún durante períodos de relativa estabilidad y crecimiento-, los pliegues y quiebres institucionales; la desorganización estructural; el no-respeto a la ley en su espíritu fundante sino su acatamiento de manera parcial y a través de sus intersticios, fueron el criterio y la forma "normal" de actuar de la sociedad.

¿Resabios, quizás, de una colonia que nace como un puerto de contrabandistas y que logra hacerse tan fuerte e influyente como para desarticular el Virreinato de Perú, hacerse de parte de su territorio -incluyendo las importantes minas de plata de Potosí- y de desviar todo su comercio desde Lima hacia Buenos Aires?

Sobrevuela la sospecha de que el conflicto entre unitarios y federales nunca fue resuelto, y que, ante cada pliegue de la historia, sus ecos vuelven a resonar. Acaso, ¿es el sometimiento económico que implica el actual mecanismo de la Coparticipación una mejora por sobre las anteriores intervenciones provinciales del gobierno nacional? No lo sé. Ambos mecanismos forjaron a fuego lento el medioevo feudal que casi todas las provincias argentinas sufren hoy. Confieso que me asusta sentir que seguimos -aún hoy- tratando de resolver imposiciones que reverberan tras las batallas de Caseros y de Pavón.

Así, y desde casi siempre, el "pueblo" argentino ha estado partido en dos mitades: una mitad "sana" y otra "despreciable". Ambas irreconciliables una para la otra. ¿La multitud que aplaudía las palabras "ajuste" y "recorte", se percibía a sí misma como los "sanos civilizados" que lograron destronar a los "bárbaros despreciables"? ¿Nacerá, ahora, y fruto de esta nueva grieta, el mileismo y el anti-mileismo; una versión reeditada de "¿Civilización o Barbarie"? Espero que no.

La sabiduría popular asegura que hay tres cosas de las que no se puede retornar: la palabra pronunciada; la flecha lanzada; y la oportunidad perdida. Las palabras fueron pronunciadas; la flecha fue lanzada. Recemos y trabajemos para que no perdamos, otra vez, la oportunidad.

 

 

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