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Recuerdos de la primaria

Viernes, 14 de abril de 2023 01:42
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El comienzo de clases me trajo recuerdos de alguien a quien hacía tiempo no rememoraba, pero que solía aparecer en ciertas ocasiones. Decidí entonces, escribir una carta. Como no tengo su dirección, la hago pública de esta forma.

Hola Ana:

He querido escribirte esta carta desde hace tiempo; no porque fuera necesaria ya ni para mí ni para vos; sino por el hecho de cumplir con una obligación -casi- moral con la que fui. Aquella niña de seis años entrando a primer grado, aula Francisco Narciso Laprida, de quien supe luego no solo era el nombre de mi salón sino también quien había presidido el Congreso de Tucumán; y más tarde su nombre pintado en una pared fue referencia para tomar un colectivo que de tantos lugares me llevó y me devolvió a casa.

No sé si me recordarás. Llegaste a mí luego de estar todo el año en el portafolio de Benitez Anabel íqué colores ese portafolio! ¿no? Bueno, el mío era de cuero negro y tenía experiencia en la escuela, era para él, un nuevo comienzo.

El caso, Ana, es que nunca pude conectar enteramente con vos, ni con Tomás, ni con Pelusa ni con Mustafá. Eso que yo tenía hermanos, perro y gato; pero no había forma. Yo amaba y te lo digo ahora, todos los personajes de Colorín el libro de primer grado que se dejó de usar luego del primer grado de mi hermana, por eso no se vendió, quedó en casa y yo lo leí. Sí, yo lo leí antes de leer Página para mí. Es hora de que lo sepas Ana, no aprendí a decir Amo a mi mamá con vos, antes ya había leído Mi mamá me mima en el otro libro.

Los dibujos de Colorín eran intensos. A tu libro Ana le faltaba color, le sobraba blanco, era grande en mis manos, no podía manipularlo. Colorín en cambio era pequeño, liviano y todo su mundo entraba por mis ojos.

Tantos te habrán amado Ana, que solo yo te diga esto, no puede cambiar lo que diste y dieron vos y toda tu ¿familia?¿equipo?

Me costaba conectar con esas alusiones al taxi, al aeropuerto, cuando contabas que la tía Nora se fue a Rawson. Ana, para mí era ciencia ficción. ¿Sabés cuánto tuve que esperar para ver un taxi, conocer un aeropuerto? Claro que me acordé de vos en ese momento.

Luego, cuando hablabas del campo como un lugar extraño, lejano, donde estaban tus abuelos, los animales de la granja ¿Sabés lo que había en el campo? ¿Querés saber? Yo estaba a cien metros del campo, vivía en la última cuadra del pueblo, el campo era trigo en diciembre, soja a mediados de año, sorgo que comían las cotorras. El campo era maleza, era chamico que no dejaba crecer el cereal, eran camionetas que pasaban llenas de hombres con zapines para sacarlos a tiempo, eran máquinas cosechadoras ir y venir por la última calle, era ¿sabés Ana? meses de cosecha en que las mujeres y niños se quedaban solos para que los hombres trajeran dinero a casa y que alcanzara para todo el año; el campo era para ellos dormir en casilla, el campo era no tenerlo todo.

¿Qué sabias vos del campo? Ni yo puedo decirlo a ciencia cierta porque estaba en el límite, porque estaba en la última calle, pero no estaba en el tambo, no estaba en esas casas sin luz, no estaba en los accesos denegados porque vialidad no pasaba, porque los tractores destruían el camino, porque las camionetas rompían las huellas.

Al final pienso que tardé tanto en decirte todo esto, que tal vez ni te interese, o me digas que no tenés la culpa, que solo estuviste donde te pusieron otros, que hubieses podido escribir otra historia.

Claro Ana, estuviste en tantas casas, en tantos cuartos, en tantas noches, en portafolios de cuero, mochilas de colores, en bolsitas de nylon, arriba de la mesa, caída en el piso, alguno quizás te llevara a la cama para leerte o mirar las imágenes.

Ana, esos niños y niñas son hoy hombres y mujeres de bien y de los que le tocó.

¿Sabés, Ana?, escribo y lloro. Ni sé para qué te lo cuento. Si al principio tenía un poco de ira al escribir, ahora pienso un poco en vos, eso que yo te reclamaba -no pensar en mí- y estaba cayendo en el mismo error.

Cuántas cosas Ana, en tu sencillo papel de personaje de libro, habrás visto y oído en todas las casas y solo podías enseñarnos a decir: Amo a mi mamá. Papá. Mi lupa.

Las palabras eran esas; pero eran otras también las que hacían falta para describir tantas realidades diferentes. Pasó el tiempo Ana, pasaron tantos papeles, hasta que muchos aprendieron a decirlo.

Espero que no te enojes por lo de Colorín.

 

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