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Flavio Gerez, Dr. en Física y músico
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El miércoles 9 de agosto pasado asistí al concierto del joven pianista salteño Juan Pagano, que tocó en el Teatro Provincial de Salta. El programa incluía obras de Mozart, Brahms y Chopin. El evento tuvo lugar en el vestíbulo denominado foyer, que, a pesar de su funcionalidad arquitectónica como zona de tránsito, resulta inapropiado para un concierto, en contraste con el Salón Victoria, que está en el mismo teatro y que fue concebido en su día para conciertos de este formato.
Lamentablemente, decisiones administrativas han transformado esta sala de conciertos en un espacio de ensayo para la Escuela Oficial de Ballet, institución con casi una década de vida que aún no tiene un edificio propio.
El piano de cola Yamaha, valorado en veinte millones de pesos al cambio actual, que se utilizó en este concierto sufre un evidente deterioro debido a la ubicación en un área de tránsito, afectado por los gradientes térmicos y de humedad. Además, el piano requiere una afinación urgente en su registro agudo y una puesta a punto en todo su mecanismo de martillos.
Este escenario ilustra la necesidad de reconsiderar las políticas institucionales llevadas a cabo por el Instituto de Música y Danza para preservar tanto los espacios adecuados como los instrumentos de alto valor artístico.
Gran musicalidad
Juan Pagano es un artista dotado de una gran musicalidad que -a pesar de no disponer de un instrumento a la altura de las obras- supo brindar un discurso musical comprensible, fluido y, sobre todo, muy honesto. La gran cantidad de público que asistió y que desbordó la capacidad del vestíbulo, a raíz de una muy buena campaña de difusión que realizó el propio artista, de la cual deberían tomar nota los responsables de los organismos estables de la Provincia, lo percibió de ese modo y lo compensó con calurosos aplausos.
El programa, en papel, no tenía notas al programa pero fue el mismo Pagano quien las explicó previo a la interpretación de cada obra. Este aspecto, desde mi percepción, representa un añadido especialmente valioso para una audiencia como la de Salta, que no observa un refinamiento profundo en los conciertos. Aún persisten situaciones en las que se entremezclan envoltorios de caramelos, timbres de teléfono o puertas que chirrían, en momentos cruciales de las interpretaciones.
La Sonata en la menor K.310 de Mozart (1756-1791), compuesta en París en 1778, coincide con la trágica pérdida de su madre, un episodio que podría haber influido en su tonalidad y dramatismo. Aunque asociar aspectos biográficos con el arte es arriesgado, la estructura sugiere cierta influencia. Mozart es equilibrio musical, equilibrio que estuvo ausente en la interpretación de Pagano. A pesar del estilo mozartiano logrado en sonido y articulación, sus licencias rítmicas, especialmente en pasajes de dificultad técnica, afectaron, en mi opinión, la coherencia interpretativa global.
En su etapa final, Brahms (1833-1897) resumió meticulosamente su obra, abarcando cánones y adaptaciones de melodías populares. A pesar de retirarse como compositor, creó obras maestras otoñales con un fuerte sentido de mortalidad debido a sus sucesivas pérdidas personales. Los Klavierstücke, op. 119, compuestos en 1893 en BadIschl, alternan melancolía con luminosidad y alegría. Similar a las variaciones de Beethoven, estas piezas avanzan hacia lo vital pero concluyen desafiantes en lugar de trascendentes. El primer Intermezzo, un emotivo Adagio en si menor, explora las terceras descendentes, mientras el segundo convierte un tema inquieto en mi menor en un lírico vals en mi mayor, seguido por un alegre scherzo en Do mayor y una compleja rapsodia en mi bemol mayor, culminando con una enérgica coda en mi bemol menor. Pagano, aunque con un tempo más lento que podría penalizar la atención del público, interpretó estas piezas de una manera robusta, honesta y creíble. Fue, sin duda, lo más destacado del concierto.
La interpretación de Frédéric Chopin (1810-1849) a cargo de Pagano abarcó un conjunto diverso de obras conocidas y grabadas abundantemente, desplegando una lectura personal que, aunque podría considerarse excesiva en algunos casos, revela virtud más que error. A pesar de algunas desviaciones rítmicas y dinámicas en obras como la Berceuse Op.57 o los dos preludios Op.28, así como el Gran Vals Brillante Op.34 nº1 en un tempo más propio de la retrospección de una balada y el Scherzo Op.20 que careció del fuego y la pasión necesarios, Pagano mostró su valor como explorador y merece toda nuestra atención para futuras presentaciones.
No obstante, la ausencia de la comisión artística de la Orquesta Sinfónica en el concierto es lamentable, pues estas oportunidades permiten reconocer de primera mano el mérito de nuestros jóvenes intérpretes.