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Escuelas rurales,el interior que duele

Lunes, 14 de octubre de 2024 01:51
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La Argentina, vasto y generoso país, se presenta como un gigante federal con un corazón que late al ritmo de las provincias, pero cuyas arterias están obstruidas por la desigualdad. Entre las montañas salteñas y las llanuras pampeanas, en los rincones más apartados del interior profundo, los ecos de un grito silencioso piden lo que hace tiempo debería haber sido suyo: una educación digna, equitativa, para todos.

En esas aulas polvorientas, donde las paredes parecen retener el calor abrasador del verano y las heladas del invierno, los niños miran con ojos curiosos el mundo que apenas se les permite conocer. El suelo que pisan es el mismo que pisaron sus ancestros, el aire es el mismo que cruzó el vuelo de cóndores y bandurrias, pero el futuro, el futuro de estos pequeños, no siempre es tan vasto como el horizonte que se dibuja en el cielo.

Mientras en las grandes urbes -Córdoba, Mendoza, Rosario, Buenos Aires- los niños corren por pasillos techados, rodeados de pantallas luminosas y pupitres nuevos, los alumnos del interior ajustan sus sueños a las limitaciones de una realidad que parece no tener prisa por cambiar. En esas aulas de techos bajos y pizarrones viejos, la escasez no es solo de materiales; es una falta que corroe, una ausencia que condena. No es que falte talento, porque los niños de las sierras y los valles tienen el mismo brillo en los ojos que los que estudian en los mejores colegios de la capital. Lo que falta es equidad. Y la equidad es la deuda de una nación.

Este país, que se jacta de su grandeza, parece olvidar que su alma está dispersa en cada rincón, en cada niño que levanta la mano para hacer una pregunta y no siempre encuentra una respuesta. Es el "interior que duele", como lo llaman algunos, un lugar donde la distancia no es solo geográfica, sino también moral. ¿Cómo es posible, se preguntan los maestros, que nuestros alumnos -los futuros constructores de este país- no tengan las mismas herramientas que aquellos que viven a tan solo un vuelo de distancia?

Cimiento

La educación, siempre decimos, es el cimiento de cualquier pueblo, pero ¿qué pasa cuando el cimiento está desigual, cuando unos edificios crecen altos y otros apenas sobreviven al tiempo? La respuesta está en lo que no se dice, en lo que no se ve: en la brecha cada vez más profunda entre los que tienen y los que no. Entre los que sueñan con estudiar en grandes universidades y los que apenas llegan a la escuela.

Los niños del interior, aquellos que caminan kilómetros para llegar a clase, aquellos que ayudan en las cosechas antes de tomar el cuaderno, también son el futuro de esta tierra. Si queremos una Argentina verdaderamente justa, es necesario que miremos más allá de las fronteras del asfalto, que entendamos que el país no se construye solo en sus grandes ciudades, sino en cada pequeño rincón donde late el corazón de un niño con hambre de aprender.

Porque al final, la educación no es solo un derecho, es el aire mismo que nos permite volar. Y estos niños, los del interior que duele, también merecen sus alas.

 

 

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