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Martirio y muerte entre el Perico y el Cianca

Relato de un período crucial de la historia de la evangelización en el Gran Chaco, donde los jesuitas jugaron un papel fundamental.
Viernes, 13 de diciembre de 2024 01:36

Junto a los primeros oficiales de la corona española llegados al Continente Americano, lo hicieron también, algunos religiosos de distintas órdenes: Agustinos, Dominicos, Franciscanos y Mercedarios. Pocos religiosos y muchas almas para salvar en el nuevo continente. Hubo numerosos pedidos al virrey dirigidos por los gobernantes, presionados por los funcionarios que recorrían las jurisdicciones a su cargo. En 1567 desembarcaron los Jesuitas en Lima y una vez establecidos en el Alto Perú, recién en 1585 partieron desde Potosí en la llamada "Misión del Tucumán" los padres Francisco de Angulo y Alonso de Barzana. Desde entonces y hasta poco antes de su expulsión, los integrantes de la Orden de San Ignacio de Loyola, dejaron claro testimonio de la ardiente vocación y disposición con que habían arribado para predicar y evangelizar a los pueblos originarios. En el Chaco y en el Litoral, hubo muchos mártires.

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Junto a los primeros oficiales de la corona española llegados al Continente Americano, lo hicieron también, algunos religiosos de distintas órdenes: Agustinos, Dominicos, Franciscanos y Mercedarios. Pocos religiosos y muchas almas para salvar en el nuevo continente. Hubo numerosos pedidos al virrey dirigidos por los gobernantes, presionados por los funcionarios que recorrían las jurisdicciones a su cargo. En 1567 desembarcaron los Jesuitas en Lima y una vez establecidos en el Alto Perú, recién en 1585 partieron desde Potosí en la llamada "Misión del Tucumán" los padres Francisco de Angulo y Alonso de Barzana. Desde entonces y hasta poco antes de su expulsión, los integrantes de la Orden de San Ignacio de Loyola, dejaron claro testimonio de la ardiente vocación y disposición con que habían arribado para predicar y evangelizar a los pueblos originarios. En el Chaco y en el Litoral, hubo muchos mártires.

Jesuitas en el Gran Chaco

Aun sin terminar de aplacar los conflictos que se originaban continuamente en el valle Calcháqui, los europeos miraban ansiosos hacia las tierras bajas, a la interminable llanura del Gran Chaco. La fundación de la ciudad de Guadalcázar, anterior a la de San Ramón de la Nueva Orán, por parte del capitán Martín de Ledesma y Valderrama, fue destruida en 1632. Ello sentó precedentes para que el Padre Gaspar Osorio, fuese designado e ingresara al Gran Chaco en misión evangelizadora. Aquella primera entrada a lo que se llamó valle de Centa, le permitió reconocer algunas parcialidades nativas, de las que dejó testimonio en su diario, "Relación del nuevo descubrimiento de las provincias del Gran Chaco", entre Chiriguanos, Mataguayos, Tobas, Mocovíes, Churumatas, Tonocotés y Orejones, como habitantes de un amplio espacio que definió "los arrabales del Chaco". Un par de años después, la incipiente ciudad fue destruida por grupos hostiles. Posteriormente y estando en Jujuy, en el mes de marzo del año 1639 lo autorizaron a misionar en el Chaco, acompañado por el Padre Antonio Ripario y un estudiante llamado Sebastián Alarcón.

Un registro histórico y trágico

Conocemos el trágico resultado de esta incursión por un abultado expediente de proceso, escrito a pocos meses del hecho: "(…) y de algunos nativos amigos y llevando los ornamentos para la misa, algunos rescates para ganar las voluntades de los indios y su corto matalotaje (alimentos), por un camino todo cerrado de bosques y nunca trajinado de cabalgaduras, era forzoso que caminasen a pie. Iban abriendo camino con hachas a fuerza de brazos entrando en el territorio aledaño a los ríos de Cianca y Perico (…), (…). En este conflicto se les recreció la pena porque, desanimados los indios guías del camino, huyeron de común acuerdo y desampararon a los padres. Fue preciso que el Padre Gaspar volviese a desandar lo andado y se encaminara a Jujuy, a buscar otro guía más fiel que los primeros, dejando a su compañero, el Padre Ripario y al estudiante pretendiente en parajes tan peligrosos de indios y fieras, siendo aquel espeso bosque madriguera de tigres y de infieles. Habiendo, pues, hallado nuevo guía, volvieron a proseguir su camino, a que daban principio todos los días diciendo Misa muy de mañana. Si encontraban algunos gentiles se detenían a enseñarles los misterios de la fe; y con buenas palabras, brujerías que ellos estiman, les ganaban las voluntades, y conducían consigo hasta que encontraba otros, que venían a buscar a los primeros. Todos ellos traían intentos de matar a los Padres. Pero los encubrieron algunos días, o movidos de las dádivas, poderosas a quebrantar aún corazones tan duros o por no mostrar ser ingratos a los beneficios recibidos. Caminaron de esta manera, cerca de cuatro jornadas, donde los acompañaron indios chiriguanáes. Desde esta última jornada despacharon a Sebastián Alarcón a la ciudad de Salta, a unas doce o catorce leguas, con dos chiriguanáes, para que trajeran algún socorro de comida. Entretanto se ocuparon los dos Padres de dar noticias a estos indios de las cosas del Cielo, de cuyo conocimiento estaban totalmente ajenos. Parecía bien y agradaba a muchos la doctrina que oían. La escuchaban con amor y señales de gusto; si bien otros hacían burlas y escarnio porque les hacían rezar y enseñaban los misterios de la fe, se determinaron de una vez a matarlos.

Presto descubrieron su mal ánimo; porque dando aviso de su resolución secretamente a los dos que acompañaban camino de la ciudad de Salta al estudiante, éstos le mataron a los dos días de camino. A manera de fieras se lo comieron, asándolo con zapallos y reservando únicamente para trofeo de su maldad, la cabeza de quién en tan feliz demanda derramó su sangre por Cristo. Con la cabeza llegaron de noche adonde aguardaban los Padres y se alborotaron los demás infieles sobremanera, y resolvieron matar cuanto antes a quienes solicitaban darles la vida del alma (…). El día 1° de abril de 1639, en Pascuas de Resurrección, una vez que los sacerdotes estuvieron asentados en este territorio, "(…) los caciques Salapirin y Helichorin, quienes habían acudido al paraje en demanda de los indios Palomos y en busca de matalotaje, acabaron con los misioneros luego de dos días de convivencia y de haber recibido algunos obsequios (…)".

Detalles de un martirio

El extenso escrito surgido al poco tiempo, expresa: "En la ciudad de Lerma en nueve de julio de 1639 el capitán Fabián Morillo, tal como se puede leer en el documento original, "(…) manda se hagan más diligencias sobre las muertes de los Padres Gaspar Ossorio y su compañero de la Compañía de Jesús (…), se haga despacho hoy a don Pedrillo Cacique y como indio que ha residido entre los Labradillos, llame y traiga consigo a los dos indios que declararon en la causa y dije vengan sin temor ni recelo (…)". El interrogatorio sobre el martirio y muerte de estos religiosos perseguía varios fines: por un lado, establecer el lugar de las muertes y quienes habían sido sus ejecutores, el número de naciones con que los Jesuitas se habían encontrado y las labores que pudieron desarrollar entre esos grupos, en procura de convertirlos al catolicismo. Aunque por otro, tratar de obtener datos precisos sobre la forma en que habían sido martirizados, cual había sido el destino de los cuerpos y la posible existencia de milagros y devociones a sus restos.

Interrogatorio

En el proceso indagatorio llevado a cabo en dos instancias, declararon cinco nativos que fueron registrados con los nombres de Francisco, Pedro Inchiri y Pedro Ynobeile, todos naturales "Pelichocos", Alonso Cuchea, natural "Labradillo de la nación de los Palomos" y un muchacho llamado Lorenzo, natural de Santiago del Estero.

Los cuatro primeros eran pertenecientes a la encomienda de Marcos Cabello, cercana a la localidad de Perico; y el último, encomendado al heredero de Gerónimo Camargo. El primer interrogatorio, fue ejecutado por el teniente gobernador Fabián Morillo con la asistencia de dos intérpretes, un tal Pedro Cacique, hábil en la lengua de los Pelichocos, y Pedro Ramos Cañar, lenguaraz de la general del Perú.

Ataque

La segunda instancia la llevó a cabo el capellán Cosme de Rivero, cura y vicario de la ciudad de Salta. Los declarantes, eran quienes acompañaban a los religiosos. Al ver a los indios armados de macanas, flechas y lanzas, se ocultaron en un pequeño monte desde donde alcanzaron a ver que los infieles cercaban a los Padres, y con el furioso golpe de una macana derribaron primero al Padre Gaspar Osorio, y luego a su compañero; mientras ambos repetían en aquel trance, el dulcísimo nombre de Jesús.

Los nativos que aguardaban escondidos en el monte salieron cuando los asesinos se fueron, y al no tener herramientas no pudieron enterrarlos y los taparon con ramas. Luego huyeron a Salta a dar cuenta de lo sucedido. Uno de los testigos del cruel homicidio, llamado Francisco Guichi, dijo que los Palomos le habían contado el modo en que todas las noches, se les aparecía el Padre Osorio revestido de ornamentos sacerdotales y rodeado de celestiales resplandores, con todos sus atributos para decir misa.

Dijo también que, todos los que habían tocado los cuerpos habían muerto al poco tiempo "(…), (…) y que un Indio que avia vevido en el caliss con que los padres desian misa avriendose desde la cabeza hasta la camisa revento y murió y asi de miedo desto no an querido más beber en el dicho caliss y que el cacique lo tiene guardado todo lo qual dixo (…)"

Tras la muerte de los padres y la noticia de las apariciones y el milagro del cáliz, los Peluchocos y los Palomos solicitaron la entrada de nuevos misioneros por medio de la palabra de Lorenzo Cacat, nativo cristiano que solía entrar a sus tierras (…) que se dignasen volver a sus tierras y protestando de que los recibirían con gusto y oirían su santa doctrina (…)".

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