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En las montañas y llanuras de Salta, donde los paisajes cuentan historias milenarias, la educación emerge como el tema central de nuestro presente y futuro. En cada escuela de la provincia se juegan las esperanzas de una sociedad que busca progreso, pero que a menudo se encuentra atrapada en las mismas desigualdades que arrastramos desde hace décadas.
Pensar la educación en Salta no es solo analizar números de matrícula o resultados en pruebas estandarizadas; es mirar a los ojos de nuestros niños, entender sus contextos y decidir como sociedad si realmente creemos en el poder transformador de las aulas.
Entre el ideal y la realidad
El sistema educativo en Salta está marcado por una contradicción profunda. Por un lado, tenemos el ideal: el sueño de una educación igualitaria, gratuita y de calidad que brinde las mismas oportunidades a todos, desde un niño en la ciudad capital hasta otro en el rincón más apartado de Santa Victoria Este.
Por otro lado, la realidad nos golpea con las diferencias abismales entre esas promesas y las condiciones concretas de muchas escuelas.
Mientras algunas instituciones cuentan con recursos modernos, aulas cómodas y una oferta educativa diversificada, otras luchan por mantener las paredes en pie, garantizar la asistencia de sus alumnos o siquiera acceder a materiales básicos.
En muchas comunidades rurales, las escuelas son más que espacios de aprendizaje; son el único lugar donde los niños pueden comer de manera regular, recibir atención médica y experimentar un poco de estabilidad. ¿Cómo podemos hablar de igualdad cuando el punto de partida de nuestros alumnos claramente es tan desigual?
El docente: un héroe invisible
Si hay un hilo que sostiene el frágil entramado de nuestro sistema educativo, ese es el compromiso de los docentes.
En Salta, los maestros no solo enseñan; también son psicólogos, trabajadores sociales, mediadores culturales y, muchas veces, una figura de contención emocional para los niños. Sin embargo, esa vocación se ve constantemente puesta a prueba por la falta de recursos, los bajos salarios y la falta de reconocimiento social.
Durante la pandemia de COVID-19, fuimos testigos de un esfuerzo titánico por parte de los docentes para sostener la educación en condiciones adversas. Desde organizar clases en radios comunitarias hasta recorrer kilómetros a pie para entregar tareas, demostraron que la vocación no conoce límites.
Pero este esfuerzo no puede convertirse en una excusa para que el Estado y la sociedad sigan desentendiéndose de su parte en la solución.
La tecnología
En pleno siglo XXI, la tecnología se presenta como una de las principales herramientas para revolucionar la educación. Sin embargo, en Salta, esta promesa choca con una realidad desigual. Mientras en algunas escuelas urbanas los alumnos acceden a computadoras, internet y clases de robótica, en muchas zonas rurales ni siquiera hay electricidad o señal de teléfono.
La pandemia dejó al descubierto la crudeza de esta desigualdad. Miles de niños salteños quedaron fuera del sistema educativo porque no tenían conexión a internet, dispositivos electrónicos o incluso un espacio adecuado en sus casas para estudiar. En lugar de reducir las brechas, la tecnología, mal implementada, las agrandó. Esto debe servirnos como una lección: no basta con distribuir recursos tecnológicos; debemos garantizar que lleguen a quienes más los necesitan y que se usen de manera efectiva.
Un llamado a la acción colectiva
En Salta, como en toda Argentina, la educación no es un problema solo del gobierno; es un desafío colectivo. Necesitamos entender que lo que pasa en nuestras aulas nos afecta a todos. Un niño que abandona la escuela hoy será un adulto con menos oportunidades mañana. Una escuela que se cierra en una comunidad rural no solo deja sin educación a sus niños, sino que también golpea la economía y el tejido social de la zona.
La educación debe ser nuestra prioridad. Esto implica exigir a las autoridades políticas que inviertan más y mejor en infraestructura, formación docente y programas de inclusión. Pero también requiere que cada uno de nosotros se involucre. Desde las familias, apoyando el aprendizaje de los niños, hasta las empresas y organizaciones sociales, que pueden contribuir con recursos, capacitaciones y becas.
El futuro de Salta está en sus aulas
La educación no es solo un derecho; es la herramienta más poderosa que tenemos para transformar nuestra provincia. Cada vez que permitimos que una escuela se deteriore, que un niño abandone sus estudios o que un docente se sienta abandonado, estamos hipotecando el futuro de Salta. Pero cuando invertimos en educación, cuando nos comprometemos con ella, estamos plantando las semillas de una sociedad más justa, más próspera y humana.
Hoy, más que nunca, necesitamos que las aulas de Salta sean espacios de esperanza, donde cada niño, sin importar su origen, pueda soñar con un futuro mejor. Lograrlo depende de todos nosotros.
Como sociedad, debemos decidir si seguimos tolerando las desigualdades que nos dividen o si nos comprometemos de verdad con la construcción de un sistema educativo que sea motivo de orgullo para todos los salteños.