inicia sesión o regístrate.
Porque me sobra o me falta tiempo acepto la invitación amable de una amiga de una conocida para asistir a una reunión de presentación de un electrodoméstico de "última generación"; así lo presenta ella.
Por esto del tiempo, llegando siempre justo o tarde, alisto algunas cosas en casa y parto hacia la dirección indicada en el mensaje que la anfitriona me envía una vez confirmada mi participación. No es lejos de casa, pero esta vez conviene tomar un colectivo a caminar.
Soy bien recibida por cada una de las asistentes y del mismo modo amable y acogedor saludamos a las que van llegando. No somos muchas; la idea es que sea una reunión íntima y podamos hacer uso todas, aunque sea un rato, de la novedad que fuimos a conocer.
Para descontracturar vamos haciendo el árbol genealógico de vínculos que nos trajo. En algunas hay varias coincidencias: colegio, trabajo, familia lejana. En otras no tanto. Será que los nómades tienden redes de otras maneras.
La reunión viene estilo clase. La anfitriona preparó una mesa donde no falta nada para lo que tiene en mente: preparar tres platos en tiempo récord. Mientras tanto la conversación gira en torno a las bondades de este electrodoméstico que hace más fácil la vida de cualquiera.
Cualquiera vendríamos a ser nosotras, sentadas en las sillas y el sofá de la casa viendo cómo hacer desde una simple limonada, que la máquina hace más sencillo aún, hasta la comida central de un almuerzo y un postre con mousse y frutillas congeladas.
A cada paso y cada menú se nos recuerda el tiempo que ganamos con el uso de esta especie de robot que prácticamente cocina por nosotras. En el tiempo que amasa podemos continuar nuestro trabajo, atender una llamada, hasta bañarnos. No meter la mano en la harina, no usar el palo de amasar, no hacer los golpes en la mesada, nos escuchar el ruido a flatulencias que hace la masa cuando está lista, aireada, preparada para leudar escondida bajo un repasador de tela que la abriga, pero no la toca. A cada paso culminado de la receta la máquina nos avisará y nos indicará cuál es el siguiente. Nosotras con las manos limpias.
El postre se presenta como una solución ideal ante la llegada imprevista de comensales. ¿Qué sirvo? Nada mejor que resolver en unos cuántos minutos una exquisitez como esta, cuando el freezer reboza de ingredientes listos.
Un libro y la web se presentan como anexos a la compra donde encontrar una variedad de recetas para cocinar de todo y sorprender a la familia sin ensuciar nada.
Hay varias opciones de compra y formas de pago y hasta un círculo de bondades – vender una cierta cantidad y la próxima es tuya - que hace que la puedas conseguir gratis. A mano de cualquiera que necesite tiempo esta parecería ser la solución.
Antes del cierre somos invitadas a definirnos por la compra y a hacer comentarios sobre lo visto y escuchado. Cada una va participando, la experiencia fue muy amena, de esas reuniones encantadoras donde todo es lindo, placentero y posible. Los agradecimientos van y vienen. Los saludos a la amiga que nos invitó y comprometió nuestra presencia, la responsabilidad de estar ahí y no fallar a último momento, como es habitual de algunas personas, aclara la anfitriona.
Cuando salimos de la reunión, la tarde que nos recibió se convirtió en noche fría. Sin luna y a falta de algunos focos en la calle, es oscura esa cuadra.
Una de las invitadas se ofrece a llevarme en auto. Estoy cerca, voy a caminar le digo. Y es entonces cuando digo eso ,que encuentro la respuesta que estuvo en el aire, el ruido frente a las bondades de una máquina que todo lo haría en varios pasos, casi sola, dándome tiempo. Tiempo. Sonrío, doy los primeros pasos hacia mi casa. Soy el Principito caminando lentamente hacia una fuente.
Era un vendedor de píldoras perfeccionadas que calman la sed. Se toma una por semana y no se siente más la necesidad de beber.
- ¿Por qué vendes eso? – dijo el Principito.
- Es una gran economía de tiempo – dijo el vendedor – Los expertos han hecho cálculos. Se ahorran cincuenta y tres minutos por semana.
- ¿Y qué se hace con esos cincuenta y tres minutos?
- Se hace lo que se quiere...
"Yo - se dijo el principito – si tuviera cincuenta y tres minutos para gastar, caminaría lentamente hacia una fuente".
El principito, Antoine de Saint-Exupéry