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Ingenieros del caos

Miércoles, 19 de junio de 2024 01:24
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En la serie "Games of Thrones", basada en las novelas de George R.R.Martin, son tan importantes los reyes; sus linajes, casas reales y estrategias; sus aliados y "abanderados"; sus batallas y alianzas matrimoniales; como lo es "La mano del Rey", ese confidente que lo acompaña y aconseja, y que se encarga de la parte administrativa y aburrida de gobernar el reino.

Como en la vida real, la suerte de los reyes queda inexorablemente atada a la valía y a la talla de sus ministros, consejeros y de su círculo de confianza. Además, todos los personajes involucrados - de una manera u otra - se irán volviendo más mediocres, oportunistas, crueles y perversos -o variadas combinaciones de estas "cualidades"-, a medida que la depravación de los reyes y la lucha por el poder aumenta y se hace más cruenta y brutal. Y esto vale tanto para el Rey como para su oposición; para los aliados y "abanderados" de ambos lados como para la sociedad que los padece a todos ellos.

Por supuesto que siempre queda el consuelo de saber que "Games of Thrones" es una ficción, por mucho que se parezca a la historia inglesa o a la historia de las siete dinastías chinas. Lo preocupante es cuando la ficción nos retrotrae a nuestra realidad; o cuando se ven personas que se creen o se auto perciben personajes de esa narración.

En la serie, "La mano del Rey" se distinguía de todos los demás ministros por un pin de oro prendido a su solapa -una mano rodeada por un círculo finamente ornamentado-; insignia que era otorgada por el propio Rey.

De este modo el Rey le confería la autoridad y la superioridad por sobre sus pares a este individuo. Un Rey nombra a su "Mano"; nunca al revés, so pena de decapitación.

El periodista Carlos Pagni suele referirse a Santiago Caputo como "El Mago del Kremlin", en referencia a una novela homónima de Giulano da Empoli. A mi juicio, sin embargo, Santiago Caputo pertenece a la categoría de "los ingenieros del caos", un inquietante ensayo del mismo autor. Una investigación en la que describe una cantidad notable de casos en los que ciertos personajes -tras bambalinas-, ayudaron durante los últimos 20 o 30 años a figuras por fuera de los sistemas políticos a hacerse del poder.

Verdaderos "Rasputines" en las sombras que lograron hacer que individuos maleducados, violentos, racistas, políticamente incorrectos y al extremo disruptivos; llegaran al poder gracias a una exhaustiva y exacta ingeniería de una cantidad inimaginable de datos; al uso intensivo de las redes sociales; y a una perfecta manipulación de infinitos mensajes, muchos de ellos contradictorios. Me gusta el término que usa da Empoli para categorizarlos: "ingenieros del caos"; en todos los casos el costo fue la disrupción del ejido social y de la sociedad en la que operaron.

Israel, Rusia, Albania, Polonia, la República Checa, Ucrania, Austria, Azerbaiyán, Kazajstán, Hungría, Turquía, Estados Unidos, Holanda; por nombrar sólo algunos países donde operaron estos "Rasputines" que llevaron a personajes como Trump, Putin, Orbán, Erdo an o Geert Wilders -entre otros -; a arrasar en sus respectivas elecciones.

Todas personas que han accedido al poder polarizando a sus sociedades, denostando a sus adversarios, llevando toda discusión posible al extremo y a la violencia. Personas que -adrede- han usado mecanismos democráticos para imponer reglas y conductas por completo antidemocráticas y que, en el proceso, han deslegitimado y roto a los sistemas democráticos y a sus instituciones. Personajes que, en este camino arrollador -y arrasador-, han destrozado a las sociedades en las que han desplegado sus juegos de poder.

Nuestra realidad no es la excepción. Cada bando de nuestra política actual muestra sus propios "ingenieros del caos", distintos en sus filosofías y en sus concepciones tácticas sobre cómo articular y cómo hacerse del poder, pero ambos mostrando su propia y distintiva capacidad de daño y de destrucción. No sé si vale la pena ahondar en esto; todos sabemos quiénes son cada quién.

Pero, como el diablo se revela en los detalles, sí me preocupa y me parece importante dilucidar si hay una confusión importante por parte del Milei quien, creyéndose o asumiéndose o pensándose monarca, le entrega el pin "La Mano del Rey" a Caputo -el joven-; o si la confusión parte de este muchacho que se pone el pin porque no logra entender la diferencia entre la realidad y una serie de televisión. Que -me parece- no entiende que gobernar es mucho más que pasarse la noche twitteando imágenes de un león y una motosierra hechas con inteligencia artificial. Que "La Mano del Rey" es, también, otra ficción.

¿Será que la realidad no es mucho más que una ficción y que, ambas, se pueden manejar con mitologías y con fundamentalismos?

Unos invocando una mística vetusta y oxidada que atrasa; otros prometiendo el cielo en la tierra y nuevas Tablas de la Ley. "La política no puede funcionar con mitologías" afirmó Francisco Sotelo desde estas páginas en su potente columna "Furia de aspirantes a titanes". ¿Será? No sé. Quizás sí. No sé.

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