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"El desmoronamiento de una cultura comienza con la perversión del lenguaje" asevera -contundente- Hisashi Kashiwai, en su novela "Los misterios de la Taberna Kamogawa". Tiene razón.
Mucho se habla de la crisis que aqueja a la «civilización occidental". Poco se dice, sin embargo, sobre las múltiples y constantes manipulaciones del lenguaje a las que acudimos para no nombrar a las cosas por su nombre, en todos los frentes imaginables. A las volteretas lingüísticas y mentales a las que recurrimos para negar lo que no queremos ver. O lo que nos negamos a aceptar.
Pero el diablo se revela en los detalles; lo que ocultamos habla más de nosotros que lo que hacemos y nos decimos para ocultarlo. Como en la zaga de "Harry Potter", de la escritora J. K. Rowling, existe algo «innombrable" en nuestra era; algo que se nos representa como el miedo más poderoso de todos. Ese que no nombramos pero que tampoco irá a desaparecer sólo por hacer como que no está allí.
Realidad distorsionada
Vivimos en un estado de miedo: miedo a la inmigración; al terrorismo; a la guerra y a la extinción; a la disrupción del estatus-quo. Miedo al avance de la tecnología; miedo al cambio climático. Miedo a la volatilidad; a la incertidumbre cada vez más pronunciada. Miedos milenaristas dan forma a nuestro Miedo.
"De lo único que debemos tener miedo es del miedo mismo", dijo en su mensaje inaugural el presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt, enfrentado a una Europa fascista. Sabía lo que decía. Las sociedades con miedo son vulnerables al pensamiento mágico que prometen los fascismos y sus líderes autocráticos; con sus infaltables consignas como "Orden"; "Volver a ser grandes otra vez"; "Recuperar la gloria perdida"; "Soberanía para nuestro pueblo"; "Libertad", con mayúsculas. Aunque, y esto es importante, todos sabemos o intuimos en nuestro fuero interno que, en realidad, clamar Libertad para abolirla es su única obsesión y que la manipulación del lenguaje es una herramienta para ese fin.
La mejor forma de no hablar de lo que hay que hablar es recurrir a estas perversiones del lenguaje de las que habla Kashiwai; recurrir a eufemismos, formas de distorsionar la realidad; de hablar de ella de una manera engañosa. Una forma de envolver las cosas de modo tal de ocultar sus intenciones, su dramatismo verdadero o su dimensión real.
Sólo como ejemplo de lamentable actualidad: "personas en situación de calle" es el eufemismo que usamos para hablar de gente expulsada del sistema y que se encuentra en un estado de completa vulnerabilidad y de abandono total. Un altísimo porcentaje de estas "personas en situación de calle" son mujeres con niños; chicos a la deriva expuestos a situaciones de violencia infantil, de abuso, de trabajo infantil, de consumo de sustancias, de desnutrición y, por supuesto, de falta de educación. Podría llenar páginas enteras de manipulaciones del lenguaje similares en las que incurrimos a diario para suavizar, distorsionar u ocultar la realidad. Aun conociéndolas, las aceptamos; las naturalizamos. "Elegimos creer".
En la misma línea, se habla ahora de la necesidad de "enfrentar el reto de la ultraderecha radicalizada". Un peligro no es un "reto"; tampoco un "desafío". Un peligro es un peligro, así sin más. Planteados como "retos" o como "desafíos", los peligros pierden su capacidad de alertarnos y hace que, como borregos hacia el matadero, avancemos elevando la cara al sol. Sol que -con toda intención- nos han tapado con la mano antes de dejarnos avanzar.
La estupidez organizada
Acá entra en juego otra faceta: la ignorancia. Además de vivir en un estado de miedo permanente y de quedar vulnerables a esos personajes siniestros y perversos que todos conocemos; las distintas sociedades eligen ser ignorantes. Lo digo así a propósito; la ignorancia es elegida y hay un cierto orgullo en la ostentación obscena de esa ignorancia. La ignorancia se esgrime como divisa y como valor.
Hay orgullo en no leer; en no saber; en no estudiar. En no mejorarnos desde el saber y desde la cultura. "En el ámbito de la cultura; es aquí donde podemos encontrar a Clío, musa de la historia, siempre con un libro en las manos, ofreciéndonos el regalo de la conciencia histórica. Pero uno debe leer libros para llegar a conocerla y poder beneficiarse de sus dones", afirma el filósofo Rob Riemen, desde "Para combatir esta Era… Consideraciones urgentes sobre el fascismo y el humanismo".
Sin conocer los (infinitos) libros imprescindibles y sin obtener los beneficios de sus dones, se pretende instalar que una ignorancia colectiva agregada puede alcanzar un grado de sabiduría mayor al de siglos de acumulación de estudio, reflexión y academia. Surgen los movimientos negacionistas; terraplanistas; creacionistas; los relatos sociales y económicos pseudo religiosos. Surgen las «fake news", aceptadas por unos y otros sin ninguna clase de espíritu crítico; las teorías conspirativas de todo tipo y de todo signo; la falacia; el insulto; el grito y, al final, la grieta insuperable que todo lo rompe; que todo lo quiebra. Que instala y enfrenta las "fasces"; derrotadas alguna vez, pero jamás vencidas. Dominan la prepotencia; la cancelación; la imposición; la brutalidad. Gana el «bullying» social, político y económico. Brotan personajes políticos prepotentes y maleducados; terminan de germinar los idiotas morales y sociales por doquier. Nace la "estupidez organizada". "A pesar de todo nuestro progreso científico y tecnológico, del acceso mundial a la información y de la impartición de una educación 'más alta' para todo aquel que pueda pagarla, la fuerza dominante de nuestra sociedad es la estupidez organizada". Otra vez Rob Riemen. La ignorancia como camino sólo conduce a estas formas de "estupidez organizada".
El huevo de la serpiente
Europa se muestra estremecida ante el avance de la «extrema derecha»; de los «conservadurismos radicales»; de los «populismos» -etiqueta genérica y vaga-; de las autocracias y de los autócratas; de los «gobiernos iliberales». Dice estar shockeada; apabullada. No lo creo. Recurrimos a eufemismos, a la distorsión del lenguaje, para no reconocer ni mencionar al «miedo innombrable». Para no asustarnos de verdad.
Creo que Europa en general y algunos países europeos en particular -Polonia, Italia, Hungría, Turquía, Países Bajos y ahora Francia; entre otros-; tanto como los Estados Unidos de Trump, El Salvador, Venezuela o, potencialmente hasta Argentina; sólo están -estamos- en un estado de negación. No queremos hablar de lo evidente: de un retorno del fascismo. "Fascismo", con todas las letras. Hablar del "reto" de la «ultraderecha radicalizada» no es lo mismo que hablar del peligro de un posible retorno del fascismo. Quizás haya que comenzar a enfrentar al «miedo innombrable» usando los términos correctos y las palabras apropiadas.
Albert Camus, escribió "La Peste" -una alegoría sobre el fascismo-, apenas acabada la Segunda Guerra Mundial, finalizándola así: "… Esta crónica no puede ser el relato de la victoria definitiva. No puede ser más que el testimonio de lo que fue necesario hacer y que sin duda deberían seguir haciendo contra el terror y su arma infatigable, a pesar de sus desgarramientos personales, todos los hombres que, no pudiendo ser santos, se niegan a admitir las plagas y se esfuerzan, no obstante, en ser médicos".
"Oyendo los gritos de alegría que subían de la ciudad, Rieux tenía presente que esta alegría está siempre amenazada. Pues él sabía que esta muchedumbre dichosa ignoraba lo que se puede leer en los libros, que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las valijas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa". Hermoso como todo lo escrito por Camus. Estremecedor también. El bacilo -el peligro- está ahí.
Para finalizar, otra vez Rob Riemen, tomado ahora del ensayo "El eterno retorno del fascismo": "Albert Camus y Thomas Mann, no fueron los únicos que, una vez terminada la guerra, asumieron pronto lo que todos estamos ansiosos por olvidar: el bacilo del fascismo permanecerá virulento en el cuerpo de la democracia de masas. Negar el hecho o llamar al bacilo de otra manera no nos hará resistentes a él. Lo contrario es cierto: si queremos dar una buena batalla, primero debemos reconocer que se ha vuelto activo nuevamente en nuestro cuerpo social y llamarlo por su nombre: fascismo".
"El fascismo nunca es un reto, sino un problema mayor, pues inevitablemente conduce al despotismo y a la violencia. Todo lo que conlleva estas consecuencias es considerado un peligro. Cualquier forma de política que trate de negar un problema o, peor, un peligro, es llamada política del avestruz. Sigue siendo cierto que aquel que no aprende de la historia está condenado a repetirla".
Pienso en Clío y su libro en la mano, ignorada. Olvidada. Perdida. Nosotros -como Sísifo- quizás a punto de perder a nuestra civilización a manos de la roca eterna. Otra vez.
* La ilustración de esta nota es el Guernica, de Pablo Picasso, 1937 (Museo reina Sofía, Madrid).