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EEUU: las elecciones y el fantasma de la guerra civil

Miércoles, 21 de agosto de 2024 02:18
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Uno de los mayores éxitos cinematográficos de este año en Estados Unidos fue "Civil War", una película de acción que describe el desarrollo de una guerra civil desatada durante el tercer mandato presidencial de un personaje que muchos identifican con Donald Trump. Este notable éxito de taquilla responde a un estado de opinión pública. Una encuesta de la consultora Marist, en mayo, consignó que un 45% de los consultados cree que va a presenciar una guerra civil durante su vida. Otra medición de Rasmussen Reports certificó que el 41% imagina que estallará en los próximos cinco años.

Estas prevenciones alarmistas no son recientes pero aumentan con el tiempo. En 2022, en coincidencia con el primer aniversario del asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021, perpetrado por los partidarios de Donald Trump que denunciaban un supuesto fraude electoral en la elección que llevó a Joe Biden a la Casa Blanca, Thomas Friedman, un ícono del periodismo estadounidense, confesó "nunca imaginé que terminaría mi carrera cubriendo una nueva guerra civil en Estados Unidos" y vaticinó que "esto sucederá en 2024".

También en 2021, en un artículo publicado en The Washington Post, tres generales retirados estadounidenses, Paul Eaton, Antonio Taguba y Steven Anderson, manifestaban su "preocupación sobre las postrimerías de la elección presidencial de 2024 y su potencial caos letal en el Ejército". Los firmantes plantearon la hipótesis de que podría ocurrir un "golpe de Estado".

Para fundamentar esta aseveración, los generales revelaron que en esa invasión al Capitolio, episodio que el general Mark Milley calificó como un "9/11 doméstico" (en referencia al atentado contra las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001), había participado un numeroso contingente de veteranos y miembros activos del Ejército. Recordaron también que un grupo de 124 oficiales retirados, bautizados como Flag Officers of America (Oficiales de la Bandera por América) difundieron entonces una carta en respaldo de las denuncias de Trump.

Aquel episodio disparó un debate público sobre una pregunta antes inimaginable: "¿Puede haber una segunda guerra civil en Estados Unidos?". Bárbara Walter, una consultora que integró un equipo de la CIA consagrado a adelantar las tendencias que llevan a una guerra civil y autora de un libro titulado "Cómo se inician las guerras civiles y cómo detenerlas", adelantó que "estamos más cerca de una guerra civil de lo que cualquiera de nosotros pudiera creer".

Para Walter, "si usted fuera analista en un país foráneo mirando los sucesos de Estados Unidos – en la misma forma en que vio los elementos de Ucrania o en Costa de Marfil o en Venezuela - recurriría a una lista de verificación, valorando cada una de las condiciones que hacen probable una guerra civil. Y lo que usted encontraría es que Estados Unidos, una democracia fundada hace dos siglos, ha entrado en un territorio muy peligroso".

En otro artículo en The Washington Post, Dana Milbank, un politólogo de la Universidad de Yale, señaló que "no es una exageración decir que la supervivencia de Estados Unidos está en riesgo". Coincidentemente, la pareja de analistas conformada por Karen y Gregory Treverton publicó en The Article, un portal británico, una nota titulada "Viene la guerra civil", en la que consignaron que "sólo falta saber si será librada con pleitos legales y secesiones o con ametralladoras AK15-S".

Mientras estos pronósticos conmocionaban el ambiente periodístico, la jueza federal Tanya Chutkan condenaba a un grupo de los responsables de la invasión al Capitolio y la policía de Iowa detenía a Kuacha Birlion Xiong, un californiano de 25 años equipado de un sofisticado arsenal que admitió que se dirigía a Washington para asesinar al presidente Joe Biden. En su automóvil fue encontrada una "lista de objetivos" en la que figuraban los ex presidentes Bill Clinton y Barack Obama.

La interpretación de que personajes como Xiong son meros "locos sueltos" no es verosímil en un país donde pululan docenas de grupos ultraconservadores con una activa presencia en las redes sociales que reivindican su derecho a la portación de armas y no desdeñan el uso de la violencia. Para las agencias de inteligencia, estas células constituyen la mayor amenaza para la seguridad interior, por encima inclusive del terrorismo islámico.

Armas para todos

La población estadounidense es la más y mejor armada del mundo. Hay alrededor de 400 millones de armas en poder de los ciudadanos, más de una por habitante. Resulta más fácil adquirir un arma que una licencia para conducir automóviles. Sólo en 2020 se vendieron veinte millones de armas. Los registros indican que en este momento están en manos particulares veinte millones de rifles semiautomáticos AR-15, contra 400.000 que había en 1990. Esa fue precisamente el arma con que se intentó asesinar a Trump.

Esa proliferación armamentística adquirió mayor dimensión política por un hecho nuevo. Más que dos partidos que se alternan pacíficamente en el poder, como sucedía desde hace más de un siglo y medio, en Estados Unidos hay dos bandos en conflicto, que no sólo expresan visiones antagónicas, con valores culturales diametralmente opuestos, sino también sectores enfrentados de la sociedad, con una radicalidad sólo comparable con aquélla que precedió al estallido de la guerra civil que ensangrentó al país entre 1861 y 1865.

Por un lado está el movimiento conservador, mayoritario en la población WASP (blanca, anglosajona, protestante), con una potente organización centrada en la cofradía evangélica. En el bando contrario, están los "progresistas", cuya base de sustentación son las múltiples minorías de una sociedad crecientemente diversificada y que muestran una gran capacidad de movilización, reflejada en la masividad de las movilizaciones de protesta de los afroamericanos, el movimiento feminista y el colectivo LGTB.

Esta fractura quedó exhibida en las elecciones de noviembre de 2016, cuando apenas finalizado el escrutinio, decenas de miles de manifestantes se volcaron a las calles de Nueva York y otras ciudades para repudiar la victoria de Trump, en lo que constituyó la primera movilización de rechazo a un presidente estadounidense aún antes de su asunción.

A la inversa de lo que sucedía en la década del 70, las tendencias insurreccionales están situadas tanto a la derecha como a la izquierda del espectro ideológico. Esa simetría explica que la amenaza de guerra civil sea un fantasma agitado igualmente por ambas partes, que coinciden en adjudicar a la otra la responsabilidad de su posible desencadenamiento.

Las encuestas revelan que la mayoría de los votantes republicanos coinciden en que la victoria de Biden en 2020 fue producto del fraude. Otros sondeos indican que la mayoría de los consultados estima que el bando perdedor no reconocerá al triunfador en la próxima elección. Habría entonces dos presidentes autoproclamados y la decisión final recaería en una Corte Suprema de Justicia de mayoría conservadora.

Bruce Stokes, director del Pew Research Center, advierte que "los amigos y aliados de Estados Unidos necesitan saber que los Estados Unidos se han convertido en Estados Desunidos. De hecho, hay dos Américas y están en guerra. Están luchando por razones sociales, políticas, económicas y constitucionales y por el papel que Estados Unidos debería desempeñar en el mundo. Las elecciones estadounidenses son sólo otra batalla en esta guerra".

"Político", un prestigioso portal editado en Washington, reveló en abril que el gobierno de Canadá, el país histórica, geográfica, económica y culturalmente más vinculado con Estados Unidos, había encargado a un grupo de expertos la elaboración de un informe sobre el tema. El documento, titulado "Disrupciones en el horizonte", señalaba que" las divisiones ideológicas en Estados Unidos, la erosión democrática y el malestar interno aumentan, pudiendo hundir al país en una guerra civil". El trabajo calificaba a esa hipótesis como "un acontecimiento altamente improbable pero de altísimo impacto". Tratándose de la primera superpotencia, no es un pronóstico tranquilizador.

* Vicepresidente del Instituto de Planeamiento Estratégico

 

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