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5 de Julio,  Salta, Centro, Argentina
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La guerra -¿perdida?- contra el fentanilo

La droga es una pandemia que afecta por ahora a los países desarrollados. Los opioides sintéticos, cada vez más extendidos, tienen su fuente generadora en China y México.
Sabado, 14 de septiembre de 2024 21:23
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Está inconsciente, tirado en la acera y apenas respira. Alguien explica que se trata de una sobredosis de fentanilo -un opioide sintético cincuenta veces más potente que la heroína-. Mientras un bombero le hace inhalar, otro le inyecta a la víctima naloxona; sustancia que revierte el efecto químico de los opioides. La primera inyección no hace nada; aplica una segunda. El hombre se sienta, se tambalea y se pone de pie. Rechazando toda ayuda, se aleja, tambaleándose. Los bomberos solo pueden verlo irse. Detrás de esta escena, se ve la calle llena de personas sentadas, desplomadas o tendidas en la acera entre un revoltijo de refugios improvisados. Muchos inhalan vapores de pipas de vidrio o de pedazos de papel de aluminio. Fumar opioides es hoy más común que inyectarlos, pero también hay agujas usadas esparcidas. El fenómeno, "normal" en muchas ciudades de Canadá -en especial Vancouver-, y de los Estados Unidos; asombra -y pasma- por su extensión y profundidad.

En Canadá, en 2012, el fentanilo estaba involucrado en sólo el 5% de las muertes por sobredosis. En 2023, esa cifra trepó al 85%. El número anual de muertes ha aumentado diez veces durante el mismo período. Las sobredosis son la principal causa de muerte para los habitantes de la Columbia Británica de entre 10 y 59 años; cobrando más vidas al año que el asesinato, el suicidio, los accidentes y las enfermedades naturales combinados.

Mientras tanto, aparecen en escena otras drogas sintéticas, como los nitazenos, un grupo de drogas opioides que pueden ser, todavía, más potentes que el fentanilo y cuyo uso se expande por Estados Unidos, Canadá, Eslovenia, Bélgica, Estonia, Letonia, Reino Unido e Irlanda. Todas estas drogas sintéticas, de las que existen varios tipos, son mucho más fuertes que la heroína. Su aparición suscitó advertencias de organismos sanitarios de todo el mundo y el fenómeno se agudizó tras la prohibición del cultivo de amapola en Afganistán; que provocó una caída del 95% en la producción de opio en 2023, respecto al año anterior.

Epidemia en erupción

Estados Unidos atraviesa la epidemia de drogas más mortífera de su historia. Las sobredosis mataron a más de 100.000 estadounidenses solo entre agosto de 2021 y agosto de 2022. En muy pocos años las muertes por drogas se han duplicado. Y, la mayoría de estas sobredosis involucran fentanilo; el que mata a alrededor de 200 estadounidenses por día.

Dado que todo el fentanilo utilizado en Estados Unidos se produce en el exterior, a Estados Unidos se le hace esencial detener el flujo de esta droga al país. Hasta ahora, estos esfuerzos son poco efectivos. Por un lado, los opioides sintéticos como el fentanilo pueden producirse a partir de una amplia variedad de productos químicos precursores muchos de los cuales tienen usos comerciales legítimos, por lo que restringir la oferta de estos elementos se hace difícil y poco práctico. Además, cuando los reguladores prohíben o restringen estos ingredientes, los productores sólo cambian la "receta".

Menos discutidos, pero igual de importantes, son los obstáculos geopolíticos que dificultan al gobierno estadounidense el cierre de los canales de suministro. La mayor parte del fentanilo del mundo y sus productos químicos precursores provienen de China y de México; países cuyas políticas y prioridades actuales dificultan su control.

La cooperación de las fuerzas del orden de Estados Unidos con China, que era limitada, ha colapsado por completo en los últimos años. Sin un reseteo de las relaciones entre Estados Unidos y China es poco probable que esto cambie. El gobierno mexicano también ha desmantelado la cooperación policial con Estados Unidos. Aunque una serie de reuniones bilaterales de alto nivel pueden haber abierto un camino hacia una mayor cooperación, no queda claro si esto llevará a acciones reales y significativas por parte del gobierno mexicano.

Lejos, en China

Estados Unidos sabe que cortar la producción de fentanilo en su origen implica cortarla en China. Desde 2015 viene presionando a Beijing para que refuerce los controles sobre los medicamentos de la clase del fentanilo y para que tome en serio la aplicación de estos controles. En algún momento esta estrategia pareció rendir algún fruto pero, entonces, los traficantes chinos evitaron los controles y redirigieron sus operaciones a través de México.

A diferencia de drogas como la metanfetamina, que permanecen arraigadas en manos de sindicatos del crimen organizado chinos, la cadena de producción del fentanilo a menudo comienza con actores pequeños y medianos en las industrias química y farmacéutica de ese país; incluidos negocios familiares. Estas empresas en apariencia legítimas envían precursores de fentanilo a cárteles de

drogas chinos o mexicanos. Los cárteles sintetizan estos precursores en fentanilo terminado y luego lo introducen en el mercado estadounidense.

Empeorando las cosas, China considera que la colaboración contra el narcotráfico es un tema secundario en sus relaciones geoestratégicas. Incluso en el sudeste asiático y el Pacífico -donde Beijing se toma más en serio el tráfico de drogas-, su colaboración con las autoridades extranjeras tiende a ser altamente selectiva, egoísta y subordinada a sus intereses geopolíticos. A diferencia del gobierno estadounidense, que busca desvincular el problema de la geopolítica, China ve esta crisis a través del prisma de su rivalidad con Estados Unidos. Lo hacía incluso antes de la visita a Taiwán de la entonces presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi; hecho después del cual China terminó toda cooperación con Estados Unidos. Sanciones financieras y comerciales tampoco cambian el estado de cosas.

Es más. El gobierno chino rara vez toma medidas contra los escalones más altos de los sindicatos del crimen organizado a menos que infrinjan algún conjunto estrecho de intereses estatales centrales. Estos grupos criminales brindan una gran variedad de servicios a negocios legales, incluidas empresas con vínculos con funcionarios gubernamentales y con el propio Partido Comunista Chino. Así, estas condiciones dejan mucho espacio libre para que las redes criminales chinas amplíen su alcance, incluso en América del Sur. Hay señales de que los barcos pesqueros chinos en aguas latinoamericanas a veces transportan drogas y productos químicos precursores. También se sabe de actores chinos que desempeñan un papel significativo en el lavado de dinero para cárteles mexicanos a través de redes financieras y comerciales informales.

Otro fenómeno en auge es el aumento del pago en especies: a cambio de precursores de drogas, los cárteles mexicanos proporcionan a los traficantes chinos productos codiciados en el mercado negro chino: madera y vida silvestre protegida. El daño a la sostenibilidad económica, la seguridad alimentaria y la biodiversidad global es grave, sin mencionar el riesgo de la propagación mundial de enfermedades zoonóticas.

Más cerca, en México

Aunque las relaciones con México no han empeorado en la misma medida, la política antidrogas de Estados Unidos también enfrenta obstáculos allí. El colapso del estado de derecho en México va mucho más allá del costo humano de su guerra contra las drogas; que ha cobrado la vida de más de 30.000 mexicanos cada año desde 2017, sin contar las más de 112.000 personas desaparecidas durante ese mismo período. Además de controlar el tráfico de drogas, los cárteles han expandido sus redes de extorsión e incluso han llegado a dominar partes de la economía formal del país. Ahora tienen presencia en la agricultura, la pesca, la tala, la minería y el suministro de agua. Su asalto al poder estatal y a la sociedad civil ha tomado nuevas formas, incluyendo intentos cada vez más asertivos de influir en las elecciones e infiltrar instituciones estatales.

En 2018, al asumir el cargo, el presidente Andrés Manuel López Obrador prometió abordar la crisis "con abrazos y no balas". Con esto, se refería a medidas sociales y económicas para cambiar las fuerzas estructurales que llevan a los jóvenes a las manos de los cárteles. Pero aparte de crear una nueva Guardia Nacional -lo último en una larga serie de reorganizaciones institucionales caóticas en las fuerzas de seguridad mexicanas-, AMLO nunca ha articulado una visión clara ni efectiva de cómo cambiar la situación.

La esperanza del gobierno mexicano parece ser que, si permite que los cárteles se enfrenten entre sí, estos alcanzarán un equilibrio de fuerzas y la violencia disminuirá. Pero el conflicto que está causando gran parte de la violencia -una brutal guerra por la primacía entre el Cártel de Sinaloa y su principal rival, el Cártel Jalisco Nueva Generación-, no ha disminuido. Al contrario, se ha intensificado y extendido a otras partes de América Latina, llegando incluso a Chile.

Así, las probabilidades de obtener algún logro significativo en la lucha contra el tráfico de fentanilo suenan escasas. Pero no es posible dejar de lado el inconmensurable costo que esta epidemia está provocando en términos de vidas humanas; tanto en Estados Unidos como en otros países; ni sus efectos sociales y económicos. La inacción no puede ser algo viable. Tendremos que buscar la manera de volvernos más creativos.

 

 

 

 

 

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