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Donald Trump insiste en comprarle Groenlandia a Dinamarca. Como ya intentó en 2019, cuando una oferta similar recibió un rechazo generalizado en la opinión pública danesa y obligó a suspender una visita oficial a Copenhague, el presidente electo sostuvo que "para la seguridad nacional y la libertad en todo el mundo, Estados Unidos de América siente que la propiedad y el control de Groenlandia es una necesidad absoluta".
En una manifestación humorística del fatalismo geográfico que suele signar la historia de las naciones, podría decirse que nada más apropiado para el destino de Groenlandia, una isla helada del Ártico que es el doceavo territorio del mundo, con una superficie de más de dos millones de kilómetros cuadrados, equivalente a la de México, y una población de apenas 60.000 habitantes, que estar en el medio de una silenciosa "guerra fría" entre Estados Unidos y China.
Washington y Beijing disputan el control económico de un territorio integrado a Dinamarca desde 1814 pero con un estatuto de autonomía regional, adquirido en 2009, que tiende a convertirse progresivamente en independencia. Durante siglos los habitantes de la isla más grande del mundo vivieron literalmente de la caza y de la pesca hasta que en 2010 la presión de los movimientos ecologistas hizo que la Unión Europea prohibiese a sus miembros adquirir las pieles de las focas, por considerarlas una especie en peligro de extinción.
Esa restricción impactó fuertemente en la economía y el nivel de vida de la población. La isla quedó más dependiente que nunca de la ayuda financiera de Copenhague, cuyo monto de 600 millones de dólares anuales sufraga la mitad del presupuesto público. Pero el cambio climático, que tantos estragos causa en el planeta, resultó una bendición para esta "isla continente" donde, como sucede también en otras zonas del Ártico, el hielo se derrite a un ritmo cuatro veces mayor a lo previsto tiempo atrás y empiezan a abrirse en las vecindades del Polo Norte dos rutas marítimas alternativas que permitirían acortar enormes distancias y agilizar inmensamente el transporte y el comercio internacional, con un gigantesco impacto en la geografía económica mundial.
La primera de estas vías es la Ruta del Norte, que pasa por la frontera septentrional de Rusia, permitiría ahorrar unos 7.000 kilómetros de navegación y evitar los pasos de Malaca, Panamá y Suez, con todos sus condicionantes políticos. La segunda es el Paso del Noroeste, que recorre el norte de Canadá y las aguas de Groenlandia y ahorraría 8.500 kilómetros. Al actual ritmo de este derretimiento de hielos se estima que para 2050 ambas estarían abiertas durante la mayor parte el año.
El acelerado deshielo de toda la región del Ártico empezó también a hacer viable en algunas zonas el incipiente desarrollo de la agricultura y la ganadería y abrió terreno para la explotación de los recursos naturales enterrados en el subsuelo, que incluyen reservas petrolíferas, yacimientos de uranio y zinc y los depósitos mundialmente más importantes de las denominadas "tierras raras", como el neodimio, praseodimio, disprosio y terbio, transformados en minerales estratégicos de creciente demanda internacional.
El gobierno local empezó entonces a ser cortejado por las compañías extranjeras interesadas en la explotación de esos inmensos recursos. En 2013 el Parlamento isleño levantó las prohibiciones a la exploración de los minerales radiactivos, heredadas de Dinamarca, lo que abrió camino a las inversiones para la exploración de las "tierras raras", que generalmente se encuentran mezcladas en materiales radiactivos como el uranio.
La propuesta china
China, que virtualmente monopoliza la producción y comercialización de "tierras raras" a escala mundial, se adelantó a ofrecer a Groenlandia la financiación de grandes obras de infraestructura, absolutamente necesarias en un territorio tan extenso y deshabitado, a cambio de preferencias en la concesión de la explotación de los recursos naturales. La propuesta alarmó al gobierno danés, que optó por financiar la construcción de tres aeropuertos contemplados en la oferta de Beijing. La presencia china abrió un intenso debate en Groenlandia ante la posibilidad de que los inversores contrataran trabajadores de su país de origen, cuyo costo salarial es infinitamente más bajo que la mano de obra local, protegida por la legislación laboral danesa. No obstante, el Parlamento isleño terminó aprobando una legislación que, aunque con limitaciones temporarias y otras restricciones, admite esa alternativa.
El interés chino abarca virtualmente a todos los sectores de la economía groenlandesa, incluidos por supuesto sus recursos energéticos. Sus compañías petroleras insisten en obtener concesiones para la explotación de la zona costera del norte de la isla. Hay también cuatro proyectos mineros en desarrollo, asociados a la extracción de hierro, cobre y otros minerales. El Partido Popular Danés, una formación nacionalista alerta contra el peligro de que Groenlandia termine transformada en un protectorado chino.
Lo cierto es que, más allá de sus intereses económicos, China pretende asumir un activo protagonismo en el Ártico. Pese a no tener continuidad geográfica con la región, Beijing insiste en proclamarse un "estado cuasi-ártico" y en 2013 logró ser aceptada como miembro observador en el Consejo Ártico, el foro intergubernamental fundado en 1996 que integran los ocho estados de la región: Estados Unidos, Rusia, Canadá, Noruega, Finlandia, Suecia, Islandia y Dinamarca. En ese juego, una Groenlandia independiente sería una pieza geopolíticamente codiciada.
Contraofensiva
En realidad, Trump tampoco fue original. En 1867 un informe del Departamento de Estado recomendaba que "debiéramos comprar Islandia y Groenlandia, especialmente la segunda. Las razones son políticas y comerciales". En 1917 Estados Unidos le compró a Dinamarca las Indias Occidentales y las rebautizó como islas Vírgenes. En 1946 el presidente Harry Truman realizó una oferta de compra de Groenlandia por 100 millones de dólares en oro, equivalentes hoy a unos 13.000 millones de dólares, que fue rechazada por Dinamarca.
El vínculo de Estados Unidos con Groenlandia, mediado por Dinamarca, se intensificó con la creación de la OTAN, que habilitó la suscripción de un tratado bilateral de defensa recíproca entre Washington y Copenhague y permitió la instalación en 1953 de una base aérea norteamericana en Thule, en la costa septentrional de la isla.
En esa base, que por estar ubicada dentro del Círculo Polar Ártico es la unidad militar más cercana al Polo Norte, está asentado el Duodécimo Escuadrón de Alerta Espacial, encargado de la vigilancia anti misilística y espacial. Según el Pentágono, es "un lugar ideal para rastrear misiles balísticos intercontinentales y satélites en órbita terrestre baja", una cualidad que la convierte en un nudo vital para el sistema de defensa estadounidense.
La población local de Groenlandia, en su inmensa mayoría de la etnia inuit, originaria de la isla, con una lengua propia, que convive con una pequeña minoría danesa, empieza a visualizar en esta creciente disputa geopolítica una formidable fuente de recursos económicos que le permitiría vivir holgadamente independizándose de Dinamarca. Estados Unidos no puede alentar la secesión territorial en un aliado de la OTAN.
La novedad es que el primer ministro groenlandés, Múte Bourup Egede, insinuó que era hora de pensar en la independencia: "ha llegado el momento de que nuestro país dé el siguiente paso y demos forma a nuestro futuro. Al igual que otros países del mundo debemos trabajar para eliminar los obstáculos a la cooperación- que podemos describirlos como grilletes del colonialismo y avanzar".
* Vicepresidente del Instituto de Planeamiento Estratégico
La insólita iniciativa de Donald Trump no sorprendió tanto en un país con una antigua tradición de adquisiciones territoriales para la ampliación de sus fronteras, que incluye la compra de Alaska a Rusia, de Lousiana a Francia y de Florida a España. Precisamente, la adquisición de Alaska, tal vez el mayor error histórico de la Rusia zarista, convirtió a Estados Unidos en un "Estado ártico".