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La ganadería constituye la más antigua y también la más importante de las explotaciones económicas argentinas. Desde los primeros días del establecimiento hispánico en nuestras tierras, la procreación y cría de ganado, encontró en estas comarcas el cauce natural y casi exclusivo entre las actividades económicas.
Las luchas por la producción de ganado y carne proporcionan probablemente el barómetro más exacto del clima político general de la Argentina. La cría de ganado constituyó la base económica del enriquecimiento de los estancieros argentinos, columna vertebral de la aristocracia terrateniente. El modelo agroexportador implicó el predominio de capitales británicos primero, y norteamericanos después, en el negocio del enfriamiento de la carne, esto comprometía los intereses de inversores extranjeros, cuyo papel en la política fue durante mucho tiempo un motivo de preocupación.
Así, desde los albores del siglo XVI se extiende en el tiempo la reproducción del ganado hasta nuestros días, su influencia, la de sus productos o de sus servicios, está íntimamente ligada a toda nuestra historia, y su continuidad en el presente se extiende por todo el orbe al que la tierra generosa abastece. Aún hoy, el ganado sigue siendo un protagonista central en la historia y en economía de la Argentina.
Empero, el ganado vacuno no formaba parte de los ejemplares animales que habitaban el suelo, al momento de la ocupación íbera. Fue un ganado foráneo y de importación, que gravitó decididamente en la configuración de la futura nacionalidad, signando las políticas públicas hasta la actualidad.
Al respecto, el historiador Emilio Coni expresó: "Ningún animal doméstico, sin exceptuar el caballo; ninguna nueva planta, ni siquiera el trigo, produjeron en el Río de la Plata revolución semejante a la causada en las costumbres por la introducción del vacuno".
Primeros registros
La primera noticia histórica sobre la internación del primer ganado bovino a las regiones del Río de la Plata la encontramos en La Argentina, obra de Ruy Díaz de Guzmán, en la que registra la introducción al Paraguay de siete vacas y un toro de Goes. En 1552, habrían salido ciertos españoles de la Asunción en viaje a San Vicente, en la costa del Brasil, con el fin de traer vacas, inexistentes hasta entonces en el Paraguay.
Las rivalidades añejas de españoles y portugueses impidieron que esa extracción de ganado se hiciera de modo normal.
A este precario plantel vino a agregarse con el tiempo un nuevo arreo de ganado. La segunda internación de bovino a la Asunción estaría marcada por el ganado vacuno y lanar que Felipe de Cáceres llevó en el año 1569 por orden del Adelantado del Río de la Plata, don Juan Ortiz de Zárate. Este capitán español de la conquista poseía dehesas y fundos en Charcas y Tarija, y tenía fama de ser un acaudalado hacendado. Ortiz de Zárate en su capitulación con la Corona, obtuvo el título de Adelantado, y se había comprometido a introducir desde sus estancias "cuatro mil cabezas de vaca". Dicho acuerdo no se hubo cumplido.
Lo cierto es que Felipe de Cáceres llegó a Asunción conduciendo ovinos, yeguarizos y bovinos en cantidad de seiscientas cabezas que se alojaron en Ibitimiri, fundo de su propiedad cercano a la Asunción.
De este plantel de ganado vacuno de la Asunción integrado por las vacas de Goes y las provenientes de Ortiz de Zárate, habrían de salir con el tiempo las que poblarían los campos de la Mesopotamia argentina.
Las primeras recuas de ganado vacuno no debieron ser de grandes proporciones, pues una vaca costaba por aquel entonces trescientos pesos, una cifra muy alta para cualquier bolsillo en aquellas remotas jornadas.
A pesar de que los primeros conquistadores iban corriendo tras la quimera del oro, la plata o las perlas, no faltó quien supiera apreciar las perspectivas ganaderas de las pampas porteñas y santafesinas. Fue uno de ellos Jaime Rasquín, quien dos décadas después de la primera fundación de Buenos Aires decía de la entrada del Río de la Plata: "será lo mejor, pues tendrán dehesas para criar infinitos ganados; hay en esta provincia tantos campos y dehesas que tendría por imposible poblarlos en doscientos años". De tal suerte, Rasquín tuvo una visión que el porvenir había de confirmar y aún superar.
Al momento de fundar Juan de Garay la ciudad de Santa Fe de la Vera Cruz en 1573 vino con la expedición un lote de ganado vacuno, lanar y yeguarizo, proveniente de las dehesas paraguayas. Cuando en 1580, Garay procede a fundar la ciudad de Santa María en el puerto del Buen Aire, trajo consigo quinientas vacas, mil caballos y otros ganados.
Esta entrada de vacunos al litoral fue acrecentada por una partida traída de Córdoba y luego de Santiago del Estero por Juan de Espinosa que cumplía al efecto órdenes de Garay. Estos vacunos del centro y norte argentinos tenían por origen dos entradas: una de Coquimbo en 1557, efectuada por García de Mendoza gobernador de Chile, y la otra realizada por los mismos pobladores desde Charcas al Tucumán.
Las "vaquerías"
El bovino de raza andaluza se multiplicó considerablemente en la llanura bonaerense, en tanto que las llanuras mesopotámicas se pueblan de ganado vacuno. Desde 1608 prosperan las "vaquerías", que fueron concedidas a empresarios que desjarretaban el ganado reyuno o cimarrón, también llamado mostrenco, la "Res Nullius", para aprovechar el cuero en los primeros tiempos.
Los apetitos de los vecinos por el aprovechamiento del ganado mostrenco en las vaquerías, hizo necesario tomar medidas que impidieran su extinción. En 1615 el gobernador Hernandarias de Saavedra dice que: "los vecinos han quedado más pobres por a ver consumido todos los ganados de la Provincia" y dos años después manifiesta: "E puesto mucho cuidado en que no se hagan matanzas de ganado vacuno en que avia grandes desorden porque matavan terneras y las reses hembras con que a ydo en mucho augmento en estos dos años".
En 1619 la noticia de las vaquerías platenses había llegado ya a España, aumentada de volumen como es de práctica, y el Rey, por cédula del 12 de diciembre de 1619, escribía lo siguiente al Gobernador del Río de la Plata: "He sido informado que en esas provincias se ha multiplicado en tan gran manera la cría del ganado silvestre y cimarrones, caballos y yeguas y bacas, que juntos en tropas de grandes cantidades cuvren la tierra por tan largos espacios que la maltratan y esterilizan … y así os mando veays el remedio que esto podría tener … o ir matando lo superfluo y lo bovino, cuyos cueros se podrán traer a estos Reynos en los navíos de permisión".
Este gobernador instó a los pobladores para que, en vez de matar el ganado cimarrón, para utilizar sólo el cuero y el sebo, lo utilizaran para poblar estancias. De 1619 a 1621 los vecinos de Santa Fe recogieron gracias a la previsión de Hernandarias, más de 50.000 cabezas vacunas, con las cuales poblaron sus estancias. Posteriormente, en ellas se instalarían los saladeros, una creación propiamente rioplatense que perdura hasta el siglo XIX.
También empezaron a surgir, a expensas del ganado vacuno y las dilatadas comarcas de pastoreo, las estancias. Fueron famosas en el período hispano las que se explotaron en las misiones jesuíticas, las reducciones del Tape y la estancia del Guayra cobraron justo renombre.
Después de la Revolución de Mayo, los gobiernos patrios se preocuparon por conservar la principal fuente de recursos que poseían y era evidentemente el ganado vacuno. Se extiende la línea de fronteras para asegurar los campos de pastoreo, se dictan medidas para impedir la disminución del ganado, y a los nuevos pobladores de los campos de la provincia de Buenos Aires se les estimuló concediéndoles vacas de cría en sus nuevos establecimientos.
La llegada del toro Tarquino
No obstante, debió transcurrir un largo período de tiempo para producir el refinamiento de la raza bovina. El primer paso en materia de importación de ganado bovino fino se efectúa en el año 1823, y fue el señor John Miller el hacendado que introdujo al país el primer toro inglés de la raza Shorthorn o Durham.
El toro importado llamado "Tarquino" además de iniciar el "pedigree" del ganado vacuno, acredita una historia sobre su procedencia y llegada al país. Stanwick en su "Historia del Shorthorn" expresa que el toro anotado en el Iberd Book inglés con el número siete mil quinientos ochenta y criado por R. Moore, es el Tarquino, traído por Miller. En cuanto a la fecha en que este animal llegó a Buenos Aires para luego ser llevado a la Estancia "La Caledonia" ubicada en Cañuelas, de don Eduardo Olivera, la ha circunscripto entre 1823- 1826.
También informó Tomás Miller que Tarquino antes de ser conducido a La Caledonia, estancia de su familia, quedó durante un tiempo depositado en la quinta de Mr. Brittain. Por estas circunstancias, no sería improbable que las vacas lecheras de Mr. Brittain hubiesen tenido el mismo origen que el famoso Tarquino. La procreación de Tarquino y sus descendientes se multiplicaron extensamente en el país por más de medio siglo.
Los hacendados argentinos contaron con esta corriente de sangre en sus ganaderías, y la marca de Miller se difundió ampliamente hasta los días de Caseros.
Los tiempos posteriores, constituyen el crecimiento exponencial de la producción y exportación ganadera, y también de una etapa crítica en el desarrollo político de la Argentina.