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Pequeño J y la impunidad del flagelo del crimen organizado

Domingo, 16 de noviembre de 2025 01:43
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Cada vez más, los productores televisivos conceptualizan a las series como la nueva forma de la literatura. Contenidos empaquetados en un formato específico para una audiencia cada vez más visual. Episodios como los capítulos de un libro y temporadas como los tomos de una saga. Y, así como la literatura suele adelantarse a la realidad; las series también se adelantan a ella. Me pregunto si es que la ficción se adelanta a la realidad o si es que ésta, carente de imaginación, termina copiando y emulando a las ficciones. No tengo respuesta.

En todo caso, las ficciones -literarias, y ahora también, las televisivas-, son un buen punto de partida para pensar. Al fin y al cabo, y como bien dijo Ian Hamilton: "Leemos 'Un mundo feliz' para saber cómo podrían ser las cosas si no leyéramos 'Un mundo feliz' ". Lo paradójico es que nos parecemos a "Un mundo feliz" por no haber leído, nunca, "Un mundo feliz".

Volviendo a las series, hay una, "The Wire" -vieja- que ha devenido serie de culto. Quizás por lo cruda; tal vez por lo vigente. La serie retrata - con mucha realidad - el narcomenudeo en las calles de los barrios periféricos de la ciudad de Baltimore, en Estados Unidos.

La trama se desata a raíz de una situación puntual: un juez ordena investigar una serie de asesinatos que ocurren en un barrio marginal y, para ello, la policía compone una brigada especial con efectivos de distintos departamentos. Lo que es evidente de entrada, es que a esta "unidad especial" se destinan los peores recursos. Y, por distintas razones, estas "sobras" comienzan a dar resultados no esperados. Y así comienzan los problemas.

Sigue al dinero

La política busca fotos rápidas de cargamentos decomisados y de armas secuestradas, mostrando que la situación "está bajo control" ; mientras que el equipo especial, por el contrario -una vez que va descubriendo la densa trama que se esconde detrás de los asesinatos-, quiere resolver el problema en serio. Para ello necesita tiempo, paciencia, más investigación y, sobre todo, dejar de lado las fotos oportunistas que evidencien la presencia de un trabajo encubierto y poder seguir buceando en el lodazal. Es claro el conflicto de intereses: la política busca resultados rápidos y superficiales; el equipo de trabajo quiere llegar al fondo de la cuestión. Y, si bien no se puede descartar la estrechez de miras y el oportunismo político, tampoco se puede descartar la complicidad: se entrega a las capas bajas, y se protege a las de mayor nivel.

En una escena memorable el detective Lester Freamon dice: "Si sigues a las drogas sólo vas a encontrar a drogadictos y a traficantes, pero, si sigues al dinero… no tienes idea a dónde diablos eso te va a llevar". Cuando, tal y como lo advierte el detective, al seguir la pista del dinero comienzan a entender la compleja arquitectura legal y financiera detrás de la que se esconden los traficantes; o cómo financian campañas de fiscales de distrito, concejales, jueces, diputados y senadores; toda la trama adquiere otro cariz.

Una realidad similar

El triple homicidio de Florencio Varela parece desnudar algo similar. Una realidad que nos es ajena pero que, al mismo tiempo, es cotidiana. Vimos con horror una trama de torturas y de salvajismo sin igual; delincuentes precarios producto de una sociedad precarizada. Barrios sumidos en la pobreza y en la marginación. Que el narcomenudeo sea economía de subsistencia para parte de esa población es otra arista del problema que le agrega complejidad. Por desgracia, no parece haber mucha distancia entre ese Baltimore retratado por la serie y el Florencio Varela marginal que nos mostraron las cámaras de televisión.

Que sólo 10 de cada 100 chicos terminen el secundario en tiempo y forma, cuando hace cinco años lo hacían 16 de cada 100, puede ser una parte de la explicación. Que en el conurbano vivan 1.800.000 jóvenes de 15 a 24 años (según el Censo de 2022 y proyecciones actualizadas) y que, entre el 30% y el 40% de ellos (según estimaciones derivadas de la EPH del INDEC) no estudian ni trabajan; implica que hay entre 540.000 y 720.000 adolescentes que viven en una especie de limbo; carentes de proyecto de vida o visión de futuro. Si se suma los chicos que sí van a la escuela de manera intermitente, o que trabajan en empleos precarios y en condiciones de informalidad; sólo en el conurbano hay al menos un millón de jóvenes expuestos a una cultura de una legalidad borrosa, con una percepción muy laxa de los límites, donde la violencia y la marginalidad se superponen en una espiral cada vez más presente y audaz.

Además, vivimos en una sociedad que cada vez condena menos el consumo de drogas; o que, incluso, la justifica y la naturaliza. Así, se escucha hablar, con más frecuencia de la razonable, el término "drogas de esparcimiento". Como si fumar marihuana, consumir cocaína o drogas de diseño, fuera igual que ir a bailar. En estas páginas, Cynthia Molinari describió y analizó de manera brillante el "uso recreativo" de las drogas de cualquier tipo; el drama que significa; la dependencia que genera; y, más terrible, nuestro miedo y apatía ante la situación.

Mientras haya demanda, habrá narcotraficantes y adictos. A los primeros hay que combatirlos y castigarlos; a los segundos ayudarlos, contenerlos y buscar cómo sacarlos del drama de la dependencia. Pero ¿existe el Sedronar? No lo veo haciendo nada de lo que debería hacer: concientizar; encarar una campaña -real, seria y potente- que muestre los enormes daños que produce el consumo de drogas. No veo que asista ni acompañe a nadie. No veo que mantenga la cantidad de centros de rehabilitación en la cantidad o en la calidad en la que se necesita. El Sedronar no es siquiera un paliativo. Sólo es otra cara de un Estado que reniega de su función.

Carencias que desnudan la verdad

Pero trabajar sobre la demanda no es suficiente. Si se quiere combatir al narcotráfico -que permea nuestras fronteras con facilidad, sale en barcos por la hidrovía y se exporta en barcos y submarinos a Europa-; tanto como si se quiere combatir el narcomenudeo en Rosario o en Florencio Varela; lo que hay que hacer es seguir la estela que deja el dinero detrás de cada transacción.

Habría que investigar, por ejemplo, por qué hay tan pocos fiscales destinados al tema. ¿Hay, acaso, alguna connivencia con la justicia que se tenga que investigar? ¿O hay una connivencia policial? ¿Hay, acaso, complicidad penitenciaria? ¿Cómo es posible que, desde la cárcel, los más poderosos jefes narco sigan "operando" con total impunidad? Se dice ahora que alguien por arriba de Pequeño J habría ordenado el triple crimen desde su celda. ¿Es verdad? ¿Hay, acaso. connivencia política? El dinero narco, ¿financia campañas políticas en general; o a políticos en particular?

El bochornoso caso de José Luis Espert; ¿es un caso aislado o el emergente de un problema estructural mayor? ¿Quiénes investigan el hilo que mantiene unido a Fred Machado con LLA y que va más allá de la figura de Espert? ¿Quién investiga el vínculo entre Claudio Ciccarelli -primo hermano de Machado y sospechado de ser su testaferro- y la senadora electa libertaria por Río Negro -Lorena Villaverde-, detenida en Estados Unidos en 2002 por narcomenudeo y por tener 50.000 dólares sin declarar? De nuevo, ¿son casos aislados o evidencian un problema estructural mayor?

Tampoco veo activa a la UIF. ¿Por qué no hay una unidad especial dedicada a investigar la traza que va dejando el dinero tras cada operación ligada al narco tráfico? ¿Por qué pareciera que es tan simple lavar el dinero de la droga? ¿Acaso se inyecta ese dinero, una vez lavado, en actividades legítimas; legitimándolo y contaminando todo a la vez? El "Proyecto de Principio de Inocencia Fiscal" que se va a presentar; ¿no ayudará a agravar el problema?

Cuando no hay justicia todo puede pasar. Desde la imposición de la perversa "plata o plomo" en las bases de la pirámide del narcotráfico, hasta la más violenta e irracional anarquía y anomia que termina por alcanzar a toda la sociedad.

Frustración y resiliencia

Para cerrar, la serie muestra lo frustrante y asimétrica que es esta lucha. Muestra -con claridad- cómo se puede ganar una batalla y perder la guerra. Que a narco depuesto, narco puesto; y que el nuevo jefe narco será de peor calaña que el anterior.

Muestra que la guerra no se gana deponiendo jefecitos barriales sino que hay que combatirla en todos los otros niveles también: policiales, penitenciarios, ministeriales, políticos e institucionales. Que para ganar la guerra hay que reducir la demanda; no fomentarla. Que hay que priorizar el bien común; no los intereses personales o partidarios. Que hay que aumentar la educación, el desarrollo social y combatir la informalidad. Que de nada sirven las declaraciones altisonantes y vacías; ni las fotos oportunistas y rápidas; ni gendarmes desplegados corriendo por las calles como pollos sin cabeza disparando balas como personas sin corazón.

Las drogas son un flagelo y un drama sin igual que nos puede llevar puestos como sociedad y como país. Latinoamérica tiene, a la mano, ejemplos de narcoestados y de narco ciudades -las imágenes de Río de Janeiro estremecen-; que podrían ser el espejo de nuestro futuro de seguir insistiendo por este camino.

Me pregunto si este es el legado que les queremos dejar a nuestros hijos y nietos. Se me ocurre que pocas preguntas son más importantes de responder. Sería bueno que el horror que terminó con las vidas de Brenda, Morena y Lara no se vuelva a repetir. Pero claro, para eso, tenemos mucho por hacer. No sé. Ojalá.

 

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