inicia sesión o regístrate.
Cada 20 de noviembre la Argentina conmemora la Batalla de la Vuelta de Obligado, un acontecimiento que trasciende la historia militar para convertirse en un símbolo profundo de la soberanía nacional. En 1845, en un recodo del río Paraná, fuerzas de la Confederación Argentina al mando de Juan Manuel de Rosas y del general Lucio Norberto Mansilla enfrentaron a las escuadras combinadas de Inglaterra y Francia, las potencias más poderosas del mundo en aquel momento.
El combate fue desigual. Del lado argentino, una resistencia improvisada pero patriótica; del otro, la tecnología naval más avanzada de la época. Sin embargo, la bravura criolla y el espíritu de independencia lograron lo impensado: que aquellas flotas invasoras, pese a vencer militarmente, comprendieran que no podrían someter a un pueblo decidido a defender su destino.
El resultado inmediato fue devastador en vidas y materiales, pero el efecto político fue monumental. Europa entera tomó nota de que en el sur del continente americano existía una nación dispuesta a hacer respetar su soberanía sobre los ríos y su territorio. Finalmente, los invasores se retiraron sin conseguir su objetivo. Rosas había logrado lo que pocos esperaban: la expulsión de las potencias imperiales del corazón de América del Sur.
Rosas y el control de los ríos
El Día de la Soberanía Nacional, instaurado en 1974, reconoce esa gesta. Pero también reivindica la figura de Juan Manuel de Rosas, tantas veces vilipendiada y tergiversada. Gobernador de Buenos Aires y encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación, Rosas fue un hombre de su tiempo: autoritario, pragmático, conservador en sus costumbres, pero sobre todo profundamente nacionalista. Su proyecto político, más allá de los matices ideológicos, buscaba consolidar la unidad territorial, proteger la producción nacional y preservar la independencia frente a las potencias extranjeras.
Sin embargo, desde su caída en Caseros en 1852, la historia oficial - escrita en buena parte por sus enemigos - se encargó de construir un relato donde Rosas aparecía como un tirano bárbaro que debía ser derrotado por los "civilizadores" del liberalismo. Una lectura funcional al proyecto de las élites que, de la mano de Mitre y Sarmiento, impusieron una Argentina portuaria, europeísta y dependiente, dejando en segundo plano la raíz hispano-criolla y federal que Rosas había encarnado.
Mientras Rosas resistía las presiones extranjeras, el sector político unitario, exiliado en Montevideo y aliado a los intereses británicos, conspiraba activamente contra él. Estos grupos, defensores del liberalismo centralista, promovían una visión de país reducida al puerto y a la elite comercial porteña, en abierta oposición a los intereses del interior. En su desesperación por recuperar el poder, solicitaron el apoyo militar inglés y francés para intervenir en la Confederación. Así, el liberalismo argentino del siglo XIX no solo se distanció del proyecto federal, sino que legitimó la injerencia extranjera en asuntos internos, en nombre del "progreso" y de la "civilización".
Milei y los fantasmas
En este contexto histórico, surge la pregunta: ¿El presidente Javier Milei habrá celebrado el Día de la Soberanía Nacional?
Su discurso político, en múltiples oportunidades, ha mostrado una clara admiración por los liberales del siglo XIX —Sarmiento, Mitre, Alberdi, Rivadavia— a quienes considera fundadores del progreso argentino. En contrapartida, ha calificado a Rosas como un "tirano", alineándose con una visión ideológica que asocia todo lo hispánico y tradicional con el atraso, y todo lo liberal y anglosajón con la modernidad y la libertad.
Milei no es el primero en reabrir esta grieta simbólica. Pero su caso resulta paradigmático, porque al mismo tiempo que reivindica la soberanía individual como principio sagrado, minimiza la soberanía nacional en favor de un cosmopolitismo económico que lo lleva a idealizar a Estados Unidos, Israel o Inglaterra como modelos indiscutibles.
Desde su perspectiva, la apertura irrestricta al mercado mundial y la competencia sin barreras constituyen la expresión máxima de la libertad. Pero en la práctica, esa visión puede implicar una nueva forma de dependencia, en la que el país renuncia a sus herramientas estratégicas - recursos naturales, moneda, industrias - para someterse a las leyes del capital global, pero sobre todo a las del imperialismo financiero.
Resulta paradójico que un gobierno que se declara patriota y defensor de la libertad pueda desentenderse de la memoria de un episodio tan decisivo para la independencia nacional. La Batalla de la Vuelta de Obligado no fue una defensa del estatismo ni del proteccionismo; fue, esencialmente, una defensa de la autodeterminación, del derecho de un pueblo a decidir sobre su destino sin tutelajes externos. Celebrarla no implica ser rosista, sino reconocer la raíz soberana de nuestra historia.
Rosas, con todos sus errores, supo resistir el embate del mundo más poderoso de su tiempo, no desde un discurso teórico sino desde la acción concreta. Y lo hizo apelando a valores que trascienden la política: la dignidad, la fe, el amor por la tierra y la tradición.
Una fecha que interpela
El pasado 20 de noviembre, cuando flameaban las banderas recordando aquella jornada heroica de 1845, la pregunta será inevitable: ¿El presidente Milei habrá dimensionado la importancia de la efeméride o la ignorará por considerarla parte del pasado "colectivista"?
Más allá de su respuesta, el pueblo argentino - que sigue luchando por afirmar su identidad en un mundo incierto - sabrá que la soberanía no se declama, se ejerce. Y que en cada generación vuelve a resonar el eco de aquellos cañones sobre el Paraná, recordándonos que la libertad no consiste en abrir los ríos al extranjero, sino en tener el coraje de defenderlos. Hoy nuestros "ríos" son la industria nacional y un Proyecto de Desarrollo económico que integre el territorio y haga florecer la productividad argentina. La Escuela austríaca y el anarcocapitalismo, además de no haber tenido éxitos comprobados son opuestos a la defensa de cualquier soberanía, incluso tan utópicos como el perverso marxismo. Seguramente, si los Estados Unidos tuvieran una conmemoración de una gesta como "Vuelta de Obligado", el Presidente Trump sería el primer orgulloso en festejar y en mostrar al mundo lo que es capaz de hacer su nación.