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5 de Julio,  Salta, Centro, Argentina
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La identidad frente a la tecnología

El cambio vertiginoso de la civilización impone al hombre contemporáneo la alternativa de ceder a la comodidad de disfrutar al costo de perder intimidad y libertad.
Sabado, 22 de febrero de 2025 21:08
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Hace poco, leí una frase que sorprendió. Cierta autora decía que hay sólo dos novelas: "La Ilíada" y "La Odisea"; y que todo lo que se ha escrito después son meras variaciones de estas dos novelas homéricas. La idea me pareció algo reduccionista, pero, confieso que, por alguna razón, se instaló en mi cabeza. Así, cada vez que termino de leer un libro me pregunto si, en el fondo, no tiene algo de razón. O mucha.

Como "La Ilíada" y "La Odisea"; existen dos libros icónicos de la ciencia ficción distópica; novelas que anticipan futuros sombríos. Ambos distintos; ambos igual de escalofriantes. Se trata de "1984" de George Orwell y de "Un mundo feliz" de Aldous Huxley. Son libros que he leído varias veces en mi vida y que seguiré releyendo.

Hace poco terminé de leer el libro de Neil Postam, "Divertirse hasta morir. El discurso público en la era del «show business»". Un libro publicado en 1985 (con reediciones en 1991, 2001 y 2012) y del cual transcribo aquí su prefacio: "Estábamos pendientes del año 1984. Cuando llegó, sin que se cumpliera la profecía, los estadounidenses reflexivos entonaron su propia alabanza en voz baja. Se habían mantenido firmes las raíces de la democracia liberal. Dondequiera que el terror hubiera cundido, nosotros, al menos, no habíamos sido visitados por pesadillas orwellianas. Pero habíamos olvidado que al lado de la pesimista visión de Orwell, había otra, un poco anterior y menos conocida, pero igualmente escalofriante: 'Un mundo feliz', de Aldous Huxley. Contrariamente a la creencia prevaleciente entre la gente culta, Huxley y Orwell no profetizaron la misma cosa. Orwell advierte que seremos vencidos por la opresión impuesta exteriormente. Pero, en la visión de Huxley, no se requiere un Hermano Mayor para privar a la gente de su autonomía, de su madurez y de su historia. Según él lo percibió, la gente llegará a amar su opresión, y a adorar las tecnologías que anulen su capacidad de pensar".

"Lo que Orwell temía eran aquéllos que pudieran prohibir libros, mientras que Huxley temía que no hubiera razón alguna para prohibirlos, debido a que nadie tuviera interés en leerlos. Orwell temía a los que pudieran privarnos de información. Huxley, en cambio, temía a los que llegaran a brindarnos tanta que pudiéramos ser reducidos a la pasividad y el egoísmo. Orwell temía que nos fuera ocultada la verdad, mientras que Huxley temía que la verdad fuera anegada por un mar de irrelevancia".

"Orwell temía que nos convirtiéramos en una cultura cautiva. Huxley temía que nuestra cultura se transformara en algo trivial, preocupada únicamente por algunos equivalentes de sensaciones varias. Como Huxley lo destacó en su libro "Nueva visita a un mundo feliz", los libertarios civiles y racionalistas, siempre alertas para combatir la tiranía, «fracasaron en cuanto a tomar en cuenta el inmensurable apetito por distracciones experimentado por los humanos». En "1984", la gente es controlada infligiéndole dolor, mientras que en "Un mundo feliz" es controlada infligiéndole placer".

"Resumiendo, Orwell temía que lo que odiamos terminara arruinándonos, y en cambio, Huxley temía que aquello que amamos llegara a ser lo que nos arruinara. Este libro trata la posibilidad de que sea Huxley, y no Orwell, quien tenga razón".

Creo que Postam plantea cosas importantes y por eso lo transcribí completo. Sin embargo; no creo que haya que decidir quién tiene razón; si Orwell o Huxley. Ambos la tienen y, hoy, ambas pesadillas se han anudado y entrelazado en la conformación de nuestra realidad.

El panóptico asfixiante

Los escritores solemos tener pesadillas recurrentes y el panóptico orwelliano de "Gran Hermano" suele ser una de ellas. Es notable pero este miedo que marcó a mi generación no existe para las nuevas generaciones. Tanto no existe que ni siquiera conocen el concepto de panóptico de Jeremy Bentham. Más notable; las personas invierten el panóptico y dirigen sus cámaras -atentas y vigilantes- hacia sí mismos. Se hacen "observar". Se exponen -gozosos- percibiéndose -de manera equivocada- «libres».

La angustiante sensación de ser observado todo el tiempo, tal y como los guarda cárceles miran a los detenidos desde el muro panóptico que todo lo ve y registra; devino ahora en la necesidad de exponerse; de «ser vistos». De «ser notados»; de «existir» en el mundo digital tan ansiado. No ser visto es no existir. La no existencia en el mundo virtual equivale a la muerte real en el mundo real.

Y, para ellos, esta exposición no es vigilancia. No la perciben ni la vivencian con esa carga angustiante sino, todo lo contrario, les resulta algo liberador. Tampoco la ven ni la viven como algo intrusivo o invasivo sino que la consienten, la alientan, la fomentan. La necesitan. Dependen de ella. El deseado «Me gusta» es la dopamina aliviadora; una nueva droga en formato digital sin la cual se desestabilizan y desarrollan profundos conflictos psicológicos. El soma diario de "Un mundo feliz".

"Las enfermedades neuronales como la depresión, el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), el trastorno límite de la personalidad (TLP) o el síndrome de desgaste ocupacional

(SDO) definen el panorama patológico de comienzos de este siglo"; dice Byung-Chul Han en "La sociedad del cansancio". Antes por la observación impiadosa no voluntaria impuesta por el panóptico; hoy por la exhibición pornográfica voluntaria resultado de haber invertido la ecuación.

Si bien el filósofo surcoreano pone su mirada sobre estas enfermedades como producto del agotamiento que sobreviene por habernos convertido en sujetos de productividad en una sociedad del rendimiento; la depresión, el TDAH y el TLP comparten su raíz patológica con esta inversión del panóptico; el resultado de esta "sociedad de la transparencia" en la que todos debemos exponernos; mostrarnos; exhibirnos en el mundo virtual para tener alguna consistencia en el mundo real. Las casas hechas de cristal imaginadas por Evgueni Zamiatín -padre de la distopía rusa-, en "Nosotros".

Pero si bien es cierto, como plantea Postman, que "la gente llegará a amar su opresión, y a adorar las tecnologías que anulen su capacidad de pensar", como imaginaba Huxley; el "Gran Hermano" de Orwell existe en simultáneo.

El panóptico invertido «es» el "Gran Hermano". Cada cámara, cada interacción, cada "clic", cada red social; es un rastro invisible y una marca digital única que mide y sopesa nuestras preferencias y nuestra personalidad; pautas que quedarán grabadas a fuego en el mundo físico de los datos infinitos.

Cada cámara, cada interacción, cada "clic", cada red social; es un sensor que graba nuestra conducta; convirtiéndonos en singularidades. La magia ocurre en la manipulación individual de estas singularidades; lo que conseguirá resultados colectivos a través de una infinidad de coerciones individualizadas e invisibles.

Las pesadillas se entrelazan y se complementan; no se excluyen mutuamente.

Sin grados de libertad

Para completar la pesadilla, la pandemia eliminó de nuestro inconsciente colectivo la noción de «grados de libertad» que, antes, considerábamos indispensables.

Los Estados avanzaron sobre algunas libertades individuales en pos del «bien común». Y nosotros los hemos dejado avanzar en pos de la seguridad. Y seguimos consintiendo en la eliminación de otros grados de libertad. Paradójico como suena, no nos sentimos ni menos libres ni asfixiados. ¿Cuál será el límite? ¿Habrá alguno? Zamiatín dijo que para que el hombre no cometiera errores no debía tener libertad. ¿Y si esa libertad se cercena desde la concepción con tal de evitar que "no cometamos errores"? Si no conocemos la libertad de pequeños; ¿la "necesitaremos" cuando no la tengamos más en ninguna de sus formas; de adultos?

No por repetirla mucho la frase se hace menos válida. Ian Hamilton dijo: "Leemos "Un mundo feliz" para saber cómo podrían ser las cosas si no leyéramos "Un mundo feliz"". También me gusta pensar en la terrible paradoja que resulta ver cómo nos vamos pareciendo -cada vez más- a "Un mundo feliz" por no haber leído "Un mundo feliz". Lo mismo vale para Orwell y "1984".

Así, amamos a las tecnologías que nos oprimen y nos evitan tener que pensar. Incapaces de distinguirlas, la verdad quedó sepultada bajo un revoltijo de exceso de información y de trivialidad. Perdimos el interés en la lectura; perdimos toda pasión por el conocimiento. Sólo importa el momento y las sensaciones que se puedan extraer de él. Sin darnos cuenta, nos sumergimos de lleno en un placer efímero y aparente que busca tapar un dolor existencial que no sabríamos explicar. Ni reconocer.

Sin saberlo, sin intuirlo siquiera, estamos corriendo una carrera entre la volición y el desastre; encerrándonos en una pequeña caja de cristal enfocando nuestras cámaras sobre nosotros mismos, en trivial y pornográfica exposición; sin saber de qué nos reímos; sin saber qué pensar.

Sin saber, siquiera, qué era pensar. Cerrándonos los caminos hacia la libertad; hacia la verdadera libertad. Celebrando lo libres que somos.

Quizás debamos re imaginar nuestra Ítaca. Quizás sea cierto y no exista nada después de Homero. No sé; quizás.

 

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