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Vladimir Putín y la identidad de Rusia

¿Es la hora del líder ruso? Ubicado en el centro de la escena mundial, su proyecto es el de recuperar a Eurasia como la región de influencia de Moscú.
Lunes, 10 de marzo de 2025 20:58

Algunos políticos europeos podrán decir que "Trump lo hizo" pero lo cierto es que Vladimir Putin está situado hoy en el centro de la política mundial. La invasión a Ucrania, cuyo estallido hace tres años hizo que muchos imaginaran como su tumba, lo proyectó hacia ese lugar de privilegio.

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Algunos políticos europeos podrán decir que "Trump lo hizo" pero lo cierto es que Vladimir Putin está situado hoy en el centro de la política mundial. La invasión a Ucrania, cuyo estallido hace tres años hizo que muchos imaginaran como su tumba, lo proyectó hacia ese lugar de privilegio.

Derechas e izquierdas se confunden transversalmente en alabanzas sobre el líder ruso. Sectores de la izquierda, que privilegian el enfrentamiento con Estados Unidos, coinciden con una franja de la derecha nacionalista europea y latinoamericana, que ensalza su defensa de los valores culturales y religiosos supuestamente traicionados por Occidente.

Resulta ingenuo explicar el fenómeno de Putin como un simple accidente histórico, un rayo caído en medio de una noche estrellada. Políticamente Putin es un pragmático que busca siempre acomodar sus movimientos a las circunstancias. Su formación como oficial de inteligencia en la mítica KGB comunista lo capacitó en las virtudes del secreto, las maniobras subterráneas y el descubrimiento de los flancos vulnerables del enemigo, pero detrás de esas maniobras tácticas hay una visión cultural y política que ayuda a comprenderlas.

En enero de 2024 Putin entregó para su lectura a los más encumbrados jerarcas del Kremlin tres obras fundamentales de otros tantos autores clásicos rusos: "Sobre la desigualdad", de Nicolás Berdiáyev (1874-1958), "La justificación del bien", de Vladimir Soioviov (1853-1900) y "Nuestra Misión", de Iván Ilyn (1883-1954).

Putin pretende rastrear en estos intelectuales conservadores una visión que supone anclada en siglos de historia. Se trata de la reivindicación de un "excepcionalismo ruso", en cierto sentido similar al excepcionalismo estadounidense, que reivindica una singularidad cultural y alimenta la pretensión de constituir una nación con una misión redentora a cumplir en el concierto mundial.

Esa visión está cimentada en tres pilares: el nacionalismo, el cristianismo ortodoxo y el euroasianismo. Esa tríada supone una "visión positiva" de la historia rusa, que promueve el orgullo nacional y permite trazar un hilo invisible que une a Pedro el Grande (1672-1725), Catalina II (1729-1796) y Alejandro I (1771-1825) con José Stalin y, por supuesto, con el propio Putin.

Nacionalismo y religión

En esta cosmovisión el nacionalismo está entrelazado con el patriotismo, concebido como el culto a la "tierra de los padres", y la unidad del cuerpo social, entendido como la máxima obligación del gobernante. No casualmente el partido de Putin se denomina Rusia Unida y la popularidad presidencial es la condición de un liderazgo que encarna la supervivencia misma de la Nación. Así sucedió con el "padrecito zar", denominación popular de los antiguos monarcas, y el "culto a la personalidad" impulsado por Stalin.

Este nacionalismo tiende a una hiper- centralización del poder. Fundado en la experiencia de un país carente de tradición liberal, Ilyin afirma que "Rusia tiene necesidad de una dictadura firme, nacional patriótica". Para Iliyn, "el soldado representa la unidad nacional del pueblo, la voluntad del Estado ruso, la fuerza y el honor".

En su revalorización del legado de Stalin, Putin destaca su rol en la "gran guerra patriótica" que culminó con la derrota del nazismo y con el Ejército Rojo desfilando por las calles de Berlín. Esta justificación del stalinismo anida en Soloviov: "quien ama a Rusia debe desear su libertad, ante todo la libertad para la misma Rusia, para su independencia y su autonomía internacionales". La conclusión es inequívoca: la libertad nacional de Rusia está por encima de la libertad individual de los rusos.

Pero el nacionalismo ruso tiene hondas raíces religiosas. La Iglesia Ortodoxa es el tejido que vincula a gobernantes y gobernados. Desde el Gran Cisma de Oriente de 1054, cuando la Iglesia de Bizancio se separó de Roma, el cristianismo ortodoxo tiene una impronta "césaropapista", que asocia al poder religioso con el poder político. La caída de Constantinopla en manos de los turcos musulmanes en 1453 hizo que el epicentro del mundo ortodoxo se mudara a Moscú, erigida en la "Tercera Roma".

Durante el zarismo la Iglesia Ortodoxa fue un brazo del aparato del Estado. Luego, bajo el comunismo, eludió la persecución con una actitud de sumisión política al régimen. Pero esa condición estatal reapareció vigorosamente tras el colapso de la Unión Soviética, que alimentó un renacimiento religioso, generado por el vacío espiritual que dejó la crisis del marxismo, erigido durante setenta años en una "religión del Estado".

Putin rescató el pensamiento de Berdiáyev, que exaltaba la espiritualidad del pueblo ruso. El resultado es que el Patriarca Krill, jefe de la cofradía ortodoxa, es un sólido aliado del Kremlin, una solidaridad ratificada en su abierto respaldo a la intervención en Ucrania, justificado en la condena a Volodomir Zelensky (de origen judío) anatemizado por exponente de la "cultura woke" por haber autorizado la "Marcha del Orgullo Gay" en las calles de Kiev, la ciudad que históricamente fue el punto de partida de la expansión del credo ortodoxo en el territorio que hoy llamamos Rusia.

La irrupción de Eurasia

Alexander Dugin, a quien muchos consideran exageradamente el "ideólogo de cabecera de Putin", reivindica esa aleación entre nacionalismo y religión como la base cultural del "euroasianismo", entendido como un espacio geográfico para la expansión de la cultura rusa y, a la vez, un puente entre las civilizaciones de Oriente y Occidente. Para ilustrar su tesis Dugin cita a Berdiáyev: "Rusia está en el centro de Occidente y Oriente, une a los dos mundos".

La trayectoria política de Dugin incluyó una sugestiva etapa "nacional- bolchevique", reminiscencias de una corriente minoritaria que afloró en el Partido Comunista soviético en la década del 30, en vísperas del pacto Molotov-Ribbentrop, al que visualizaba como una alianza contra las democracias liberales, en línea con el pensamiento del ala izquierda del Partido Nacional Socialista Alemán, exterminada por Hitler.

Luego, en 2001, Duguin fundó el Partido Eurasia y se lanzó a la palestra con un férreo alineamiento con Putin.

Putin demostró apreciar esas ideas. En un discurso de noviembre de 2003 subrayó que "Rusia, como país eurasiático, es un ejemplo único donde el diálogo de las culturas y las civilizaciones se ha convertido prácticamente en una tradición en la vida del Estado y la sociedad".

La idea euroasiática subyacía en la configuración de la Confederación de Estados Independientes (CEI), que en 1991 sucedió a la disolución de la Unión Soviética para sostener precariamente la unión de Rusia con las otras doce de las quince repúblicas socialistas soviéticas surgidas de esa debacle, aunque quedó desdibujada en la década del 90 por la pérdida de influencia de Moscú a raíz de la fase de decadencia que signó el gobierno de Boris Yeltsin, y eclosionó con la crisis económica de 1998, cuyo estallido catapultó el ascenso de Putin.

Con Putin el proyecto euroasiático empezó a tomar forma en 2002 con el nacimiento de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), una alianza militar integrada por Rusia, Armenia, Kazajistán, Bielorrusia, Kirguistán y Tayikistán, y en 2015 cuando los mismos países constituyeron la Unión Económica Euroasiática (UEA).

Eurasia es para Putin su "extranjero cercano", una esfera de influencia en la que combatirán toda presencia externa. Ucrania integra ese espacio. Según Duguin, "Ucrania como estado independiente con ambiciones territoriales representa un peligro enorme para Eurasia, así que sin antes resolver el problema de Ucrania no tiene sentido hablar de política territorial". Allí reside la causa del presente conflicto, donde Putin juega el destino de su proyecto estratégico.

Para Putin "quien no añora a la Unión Soviética no tiene corazón, pero quien pretende resucitarla no tiene cabeza". Su originalidad reside en haber encontrado una fórmula política que pretende garantizar la continuidad histórica de la Rusia eterna. Hasta ahora ha tenido éxito. En el futuro tendrá que demostrar que no vuelva a repetir lo sucedido con la Unión Soviética cuando su atraso tecnológico en relación con Estados Unidos tornó inviable su condición de superpotencia y se vio obligada a disolverse.

* Vicepresidente del Instituto de Planeamiento Estratégico

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