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8 de Julio,  Salta, Centro, Argentina
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Voces en la tormenta

Lunes, 31 de marzo de 2025 01:50
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Las montañas de Salta son majestuosas, pero también despiadadas. La serranía de San Lorenzo, con su vegetación cerrada y senderos traicioneros, se convierte en un laberinto cuando la naturaleza decide imponer su autoridad. El 23 de marzo de 2025, un grupo de más de veinte turistas santiagueños lo aprendió en carne propia cuando se extraviaron en medio de las serranías.

La alerta se encendió a las 21:00 del día 23. El Grupo de Rescate de Montaña de Salta, esos héroes anónimos que desafían lo imposible por amor al prójimo, inició la búsqueda en plena noche. La lluvia, intermitente pero implacable, dificultaba cada paso. Con el tiempo, se sumaron más voluntades: la Policía, los Bomberos. Cada uno con su misión, cada uno con su entrega incondicional.

En situaciones así, la comunicación lo es todo. Pero en lo profundo de la montaña, la señal de celular es solo un espejismo. Es entonces cuando emergen aquellos a quienes muchos consideran una reliquia del pasado, pero que, en verdad, son la voz que nunca falla: los radioaficionados.

Esa noche, las ondas radiales vibraron con más fuerza que nunca. Entre las muchas voces que hicieron posible el milagro del rescate, destacaron las de un grupo especial: las radioaficionadas YL Salta. Con destreza y determinación, operaron el famoso QSP —la comunicación en cadena que permite transmitir mensajes a través de diferentes estaciones— y lograron conectar a los rescatistas con el mundo exterior. Su labor fue vital para coordinar el operativo, transmitir reportes y mantener viva la esperanza.

Las horas transcurrieron con el pulso de la incertidumbre. El frío mordía, la fatiga acechaba. Finalmente, la señal esperada llegó a través del éter: habían encontrado a los turistas. Pero la tarea no terminaba ahí. El descenso comenzó en medio de la noche cerrada, con la lluvia como testigo y la hipotermia como enemigo. Los cuerpos estaban extenuados, pero la voluntad, intacta.

Desde el QTH (domicilio de transmisión), las radioaficionadas siguieron transmitiendo cada QTC —mensaje— con la precisión de un latido. Ellas, que no estaban en la montaña, fueron los ojos y los oídos de quienes luchaban por cada paso. Sin su voz, el silencio podría haber sido fatal.

Pasadas las cinco de la mañana del día 24, las primeras siluetas emergieron en la niebla. Los más fuertes, los más rápidos, los que aún tenían energía para sostener a los rezagados. Los demás venían detrás, cargando no solo mochilas, sino también la satisfacción de haber vencido a la adversidad. Y cuando las fuerzas parecían agotadas, una voz anónima seguía allí, desde la radio, repitiendo mensajes de aliento, como una brújula que guía en la tormenta.

El amanecer encontró a los rescatados y a los rescatistas abrazando la vida. El cielo seguía encapotado, algunas gotas se resistían a desaparecer, pero en el horizonte, tímidos, los rayos del sol pedían permiso entre las nubes. Quizás querían disculparse por la noche implacable, quizás solo querían iluminar la hazaña de quienes, sin esperar reconocimiento, hicieron lo que mejor saben hacer: servir.

Y cuando alguien me pregunta qué significa ser radioaficionado, sonrío. Es poder hablar con amigos imaginarios y, a veces, narrar historias como esta. Es sostener un micrófono con una mano, un lápiz con la otra y una taza de café al lado, mientras el alma se entrega a la misión de que todo salga bien.

Lo hermoso de ser radioaficionado no es solo la tecnología. Es el corazón que ponemos en cada frecuencia.

Ya salió el sol; el mundo sigue girando, las obligaciones continúan, aunque cansados todos están ahí, cumpliendo con sus tareas, esperando volver a escuchar la convocatoria para hacerse presente cuando sea necesario.

Los héroes anónimos sin reconocimiento oficial, pero hoy la sociedad sabe que existen.

 

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