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28 de Junio,  Salta, Centro, Argentina
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China, la superpotencia que aprende de Marx y Confucio

El país que construyó el mayor socialismo de la historia asimiló ideas y éxitos de Occidente, en dos décadas multiplicó por 20 su producto. 
Jueves, 19 de junio de 2025 02:07
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China es cada vez menos comunista y más nacionalista. Legitimada como la superpotencia en ascenso y en plena disputa con Estados Unidos por el liderazgo mundial, el Partido Comunista asume como propias las raíces históricas de una civilización milenaria y trata de promover una idea de superioridad cultural sobre un Occidente en decadencia. En esa pretensión está inscripta la exaltación de la figura de Confucio como padre fundador y de su pensamiento como una guía permanente para la acción de los gobernantes.

Uno de los máximos teóricos de ese nuevo nacionalismo chino es Eric Li, un consultor de empresas educado en Occidente que cumple un rol relevante en el aparato propagandístico gubernamental. Li postula un nacionalismo antiliberal que enarbola la superioridad del sistema político chino sobre las democracias occidentales. Esa plataforma ideológica parece destinada a signar el futuro del régimen de Pekín, cuyo mensaje proclama ese nacionalismo antiliberal con más entusiasmo que la clásica retórica comunista.

El "Financial Times" comparó a Li con Steve Bannon, uno de los principales ideólogos de Donald Trump. En un artículo publicado en Foreign Affairs en diciembre de 2016, Li elogió la cruzada de Trump contra las "elites globales". Desde su perspectiva, la "autocracia" puede ser vista como una forma de "democracia". En un artículo en "The Economist," señaló que la democracia debe medirse "no por los procedimientos sino por los resultados". Ese axioma parece diseñado a la medida de un régimen político que en cuatro décadas multiplicó por veinte el producto bruto interno y sacó de la pobreza a más de 800 millones de personas.

Desde la asunción de Xi Jinping en 2012 el gobierno fomenta el orgullo nacional. Su prédica está centrada en un esfuerzo para convertir al nacionalismo en una "ideología de Estado". Ese proceso comenzó en 2008, en coincidencia con la crisis del sistema financiero internacional que marcó el agotamiento de la era unipolar iniciada en 1991 con la desaparición de la Unión Soviética y convalidó el nuevo status de China en el sistema de poder mundial.

En el ensayo publicado en "Foreign Affairs", Li sostuvo que China "desafiará el sentido común convencional en Occidente sobre la evolución política y la marcha inevitable hacia la democracia electoral". Para Li, los críticos de China "equiparan erróneamente liberalismo con democracia". Denunció también que el liberalismo es una ideología opresiva promovida por las elites globales, mientras que líderes fuertes como Narendra Modi y Vladimir Putin (no mencionó a Trump) buscan "reafirmar los poderes nacionales contra un orden universal de gran alcance".

Una característica particular de los países asiáticos es su enorme capacidad para incorporar y hasta superar los avances occidentales adaptándolos a sus realidades autóctonas sin adoptar su estilo de vida ni sus instituciones, porque temen que harían peligrar su identidad cultural. En las últimas décadas ése fue el secreto del "milagro japonés", el desarrollo vertiginoso de los "tigres asiáticos" y el ascenso de China y también la causa del traslado del epicentro de la economía mundial desde el Océano Atlántico hacia el Pacífico y de que la mayoría de los futurólogos coipancidan en pronosticar que el siglo XXI será "el siglo de Asia".

George Kennan, uno de los máximos arquitectos de la política exterior estadounidense durante la "guerra fría", decía que "en Asia todo es distinto, incluso el comunismo". El Partido Comunista Chino es una demostración excepcional de esa gigantesca capacidad de adaptación, imitada luego por sus camaradas vietnamitas. En la década del 50, con Mao Tse Tung, protagonizó la revolución socialista más grande de la historia, ya que por su dimensión demográfica fue mayor aún que la Revolución Rusa de 1917. Treinta años después, en la década del 80, con Deng Xiaoping, también desencadenó la explosión capitalista más exitosa de la historia, que por su velocidad resulta mayor aún que la realizada por Estados Unidos.

Mao tomó las recetas occidentales de Marx y su versión eurasiática de Lenin y las tradujo a la historia y la cultura chinas. Deng lo hizo con el capitalismo anglosajón. Pero ambos experimentos tuvieron como actor principal al mismo partido político y fue realizado "a la China". Esto explica que en el pasado los comunistas soviéticos condenaran el "desviacionismo" de Pekín y en el presente los exégetas del capitalismo anglosajón denuncien la falsedad del modelo chino.

El mandarinato del siglo XXI

En su novela "Los conquistadores", el célebre escritor francés André Malraux pone en boca de uno de sus personajes, el anciano Cheng Daid, una sentencia ilustrativa: "China se ha apoderado siempre de sus vencedores. Lentamente, es verdad, pero siempre". Esa apreciación vale para su mentor más antiguo, el sabio Confucio, que a la vuelta de los siglos terminó por imponerse sobre los efectos de todas las oleadas importadas que se sucedieron a lo largo de su milenaria historia, incluidas las últimas expresiones del pensamiento occidental, sean la encarnada por Marx o por Adam Smith.

Ante el vacío ideológico y espiritual creados por el giro hacia la economía de mercado impulsado por Deng, los comunistas chinos recurrieron nuevamente a su historia para justificar su presente. A tal efecto sacaron a Confucio del sótano donde había quedado confinado para colocarlo en la vidriera. Tanto es así que la promoción de la imagen internacional de China quedó a cargo de los Institutos Confucio, una organización estatal consagrada a la difusión del idioma y la cultura chinas cuyas filiales en los distintos países actúan como "embajadas paralelas" encargadas de explotar políticamente el software ("poder blando"), complementario del hardware ("poder duro"), representado por su poderío económico.

El "confucianismo" es la escuela de pensamiento más antigua de Asia. Su aparición es casi contemporánea al nacimiento de la filosofía occidental en la Grecia antigua en el siglo V de la era precristiana. No constituye una religión ni tampoco un sistema de ideas rígido sino más bien la recopilación de un conjunto de enseñanzas morales, políticas y sociales predicadas por Confucio (nacido en 551 y muerto en 479 a.C.) y orientadas a mejorar la conducta humana en todos los ámbitos para avanzar hacia una "sociedad armoniosa", una expresión con la que los comunistas chinos sustituyen hoy a las viejas invocaciones a una "sociedad socialista".

Ente esas enseñanzas importa destacar el respeto a la autoridad, sea de carácter familiar o política, el principio de solidaridad, que tiende a promover la fraternidad entre los semejantes, la práctica de la humildad en las conductas individuales y el deber de los gobernantes de cuidar no sólo a sus súbditos sino también a sus descendientes, un precepto que obliga a una visión de largo plazo, un rasgo singular de las civilizaciones orientales, cada vez más ausente en Occidente, salvo en la Iglesia Católica.

En términos estrictamente políticos Confucio hacía hincapié en la idoneidad de los funcionarios del imperio, un requisito que exigía el cumplimiento de exámenes de ingreso en la administración pública. Ese fue el origen de la institución del "mandarinato", una clase dirigente ilustrada fiel al emperador cuyo predominio se mantuvo ininterrumpidamente durante más de dos milenios hasta la caída de la monarquía en 1912, fecha que abrió el período de guerra civil que culminó con la victoria comunista en 1949.

La organización del Partido Comunista Chino presenta una notable similitud con ese antiguo mandarinato. No se ingresa voluntariamente en su seno. Sus miembros, que son los ocupantes naturales de los cargos políticos de cierta relevancia, son seleccionados entre la población por su lealtad política y sus capacidades personales. Confucio aprobaría calurosamente ese sistema de gobierno. Mucho más si supiera que la Constitución china contiene una norma, inimaginable en Occidente, que establece expresamente que la autoridad del Partido está por encima del poder del Estado. A quienes cuestionen ese modelo, Eric Li les sugeriría, con orgullo y suficiencia, que antes de opinar examinen y comparen los resultados.

* Vicepresidente Instituto de Planeamiento Estratégico

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