inicia sesión o regístrate.
Este no es nuevo debate. El protocolo para el uso de dispositivos digitales en el sistema educativo provincial busca ordenar una realidad, que más allá que nos guste o no, ya habita nuestras aulas: la de niños y adolescentes con celulares en las manos, con todo lo que ello implica.
La tecnología se metió en nuestras vidas con tal fuerza que ya es difícil imaginar nuestro día a día sin notificaciones, sin mensajes, sin esa sensación de "estar conectados". Y los chicos, naturalmente, forman parte de este mundo digital. Navegan en redes, comparten fotos, consumen contenidos, reciben información constante.
El nuevo protocolo provincial no prohíbe de manera absoluta, pero regula el uso de celulares y dispositivos digitales en las escuelas primarias y secundarias, tanto de gestión estatal como privada, con el objetivo de mejorar la concentración, el rendimiento académico y la salud mental de los estudiantes. Una decisión que abre una oportunidad: la construcción de un uso responsable, educativo y consciente de la tecnología.
Ya lo advertimos desde este mismo espacio en varias oportunidades: el exceso de pantallas está relacionado con la pobreza del lenguaje en la infancia. Los especialistas señalan que los niños que pasan demasiado tiempo frente a pantallas tienden a tener menos vocabulario, a manifestar dificultades para expresar sus ideas y menor capacidad para sostener una conversación o comprender consignas complejas.
El lenguaje no solo es comunicación, es pensamiento. Y cuando un niño tiene pocas palabras, tiene menos herramientas para comprender el mundo, resolver problemas y construir vínculos sanos. Frente a esto, la escuela es clave, es el espacio donde esas palabras se enriquecen, donde el diálogo, la lectura compartida y la interacción con otros cobran valor.
Hay un dato inquietante: muchos niños pequeños se quedan absortos frente a las pantallas, pero esa no es atención sostenida, sino fascinación. La atención se desarrolla en experiencias reales, con todos los sentidos, en contacto con otros, con el mundo físico. Está demostrado que el celular, como cualquier dispositivo diseñado para capturar atención, estimula la liberación de dopamina, la hormona que nos hace sentir placer y nos invita a repetir la experiencia. Cada notificación, cada "me gusta", cada nuevo video interrumpe la atención y demanda un cambio de foco. En el aula, esto es un problema: cada interrupción implica minutos de pérdida de concentración y esfuerzo adicional para volver a la tarea. En un mundo donde los niños ya llegan con un umbral de atención fragmentado, la escuela tiene la tarea de recuperar la experiencia de prestar atención sostenida, explorar, equivocarse y resolver sin distracciones.
Por eso el nuevo protocolo busca ordenar el uso pedagógico de la tecnología y restringir su utilización social o recreativa durante la jornada escolar. ¿Es un límite? Sí, un límite necesario. Porque no se trata solo de prohibir, sino de dar alternativas: enseñar a gestionar el tiempo, cuidar la privacidad, protegerse del ciberacoso y usar la tecnología como herramienta.
La familia y la escuela
La regulación tecnológica no puede ser solo una disposición ministerial, necesita del acompañamiento familiar. Si en casa el celular cumple el papel de "niñera", difícilmente en la escuela se logre un uso equilibrado. El desafío es cultural, fomentar la conversación, la lectura, el juego compartido, los momentos sin pantallas.
La escuela, por su parte, tiene la responsabilidad de educar ciudadanos digitales. Esto implica enseñar habilidades tecnológicas, pero también éticas: saber discernir información, cuidar la privacidad, respetar la huella digital, desarrollar pensamiento crítico frente a los contenidos y construir hábitos saludables.
El protocolo de Salta abre un marco para eso. No se trata de decir simplemente "no uses el celular", sino de proponer momentos y espacios donde la tecnología se use con un fin educativo, y otros donde se privilegie la interacción cara a cara. Es también una invitación a repensar el vínculo con las familias: la comunicación no puede descansar únicamente en un chat, sino en el encuentro, la palabra y la escucha.
¿Qué podemos hacer desde hoy? Establecer acuerdos claros en cada institución sobre el uso de dispositivos, comunicándolos de manera participativa con estudiantes y familias. Ofrecer experiencias educativas que atrapen: cuando el aula es significativa, el celular deja de ser una tentación constante. Formar en competencias digitales y emocionales, porque usar un celular también implica regular emociones, administrar tiempos y tomar decisiones responsables. Promover tiempos sin pantallas en la escuela como en la casa, para recuperar el diálogo, la mirada, el juego compartido.
Este debate es pedagógico y cultural. Es una oportunidad para repensar nuestra relación con la tecnología y devolverle a la escuela su papel central como espacio de encuentro humano. Como adultos, tanto docentes, directivos, como familias, tenemos la responsabilidad de dar el ejemplo, acompañar y poner límites que cuiden.
Se trata de enseñar a usar la tecnología sin que nos use. Y esa, es una lección que debemos aprender.