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Se está haciendo cada vez más frecuente en nuestros días una "enfermedad" conocida como Síndrome de Hubris o Síndrome de la arrogancia. No es un trastorno clínico reconocido. En realidad, es una descripción de comportamientos asociados al poder.
Se manifiesta como un cambio en la personalidad de personas que han alcanzado un poder o éxito significativo y se caracteriza por un exceso de confianza, arrogancia y desprecio a los demás con un acentuado apego al mantenimiento de ese poder o éxito. Tienen una inocultable obsesión por la imagen y, valga la redundancia, el poder, siendo capaces de cualquier cosa por no perderlo.
Pero no es privativo de los políticos, si bien una gran mayoría está representada por y en ellos. Es sumamente notorio y harto demostrado el daño que puede llegar a infringir a la sociedad, alejándola de una saludable alternancia, en lo que al poder concierne.
En el transcurso de la semana, y como claro exponente de que la agenda de ciertos políticos está en las antípodas de las necesidades de la gente, el Senado bonaerense aprobó la reelección indefinida de legisladores provinciales. Se ven beneficiados también concejales y consejeros escolares pero no así los intendentes por ahora.
La polémica iniciativa recibió el apoyo de los legisladores oficialistas del gobernador Kicillof y de todo el espectro kirchnerista, pero como la votación había quedado empatada, por una picardía (intencionada por cierto) de la troupe de Massa y su Frente Renovador, la vicegobernadora Verónica Magario fue quien determinó el resultado final de la misma. Estos personajes privilegian su situación personal por sobre los intereses del pueblo, que los eligió sus representantes. Estas conductas poco favorecen al sistema republicano. Más bien, erosionan la democracia en su raíz más sensible: la ética cívica y la sensibilidad social.