inicia sesión o regístrate.
Emergente del Frente Farabundo Martí, la fuerza revolucionaria que enfrentó a las fuerzas oficiales en El Salvador entre 1980 y 1992, Nayib Bukele se encamina hoy a convertirse en el dictador de derecha con mejores modales del mundo.
El nació al comenzar esa guerra civil, y tenía 11 años cuando se inició el ciclo de alternancia entre las dos principales fuerzas políticas, ARENA y el Frente en que él daría sus primeros pasos en la vida política, pero en junio de 2019, con 38 años, se separó de su antiguo partido y se impuso en primera vuelta a los dos grandes rivales, con el 53,1% de los votos. Hasta 2021, gobernó con minoría legislativa en un pueblo agobiado por los asombrosos porcentajes de criminalidad debidos a las "maras" u pandillas, otro emergente tardío de la guerra civil, integradas por jóvenes sin educación y sin trabajo.
Lo que sigue es bastante conocido. Avanzó en las elecciones legislativas de 2021 hasta lograr mayoría calificada, lo que le permitió gobernar con el mismo poder que un presidente de facto. Con una contundencia implacable, y pasando por alto los límites de la ley y los derechos humanos, detuvo a más de 60.000 pandilleros y construyó una mega cárcel donde los alojó sin juicio, defensa ni pruebas. Entre 2019 y diciembre de 2024, el número de asesinatos bajó de 2.390 a apenas 114, con una tasa de criminalidad que ubica a El Salvador como el país más seguro de la región y uno de los más seguros del mundo.
Bukele fue construyendo un poder absoluto que le permitió, además, asegurarse que la Sala en lo Constitucional revocara cualquier fallo adverso a su gobierno. Logró una renovación muy grande en la Justicia, a través de maniobras política que derivaron en la designación de magistrados encolumnados en su proyecto. Así, logró que le habilitaran el año pasado la reelección presidencial pese a que estaba expresamente prohibida por la Constitución. Y logró el 82,2% de los votos.
Pronto logró el poder absoluto bajo la apariencia de un régimen democrático. Cada vez más parecido a Alfredo Stroessner, a Nicolás Maduro, a Daniel Ortega y al régimen cubano. Ante denuncias planteadas por la OEA, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y la ONU, Bukele respondió que era "un problema de los salvadoreños, exclusivamente".
En realidad, es un problema de la democracia como sistema. En Ecuador, Colombia y Bolivia hay ejemplos similares, pero menos exitosos. Y en la Argentina, la idea del poder, de la república y de la libertad que sostienen "los pibes de la liberación" y las "fuerzas del cielo, con escenografías y libretos aparentemente antagónicos, justifican la concentración del poder con fundamentos dogmáticos que, como tales, no admiten discrepancia ni debates.
El expresidente colombiano, Alvaro Uribe, como Cristina Kirchner, Rafael Correa y Jair Bolsonaro, acusan a los fallos adversos como "persecución política".
El presidente Donald Trump, quien intentó una ocupación del Capitolio para desconocer su derrota ante Joe Biden, es un ejemplo ampliado de esta erosión de la democracia y los derechos humanos. Sus sospechosos acuerdos con Bukele y Maduro, sumados a la barbárica expulsión de extranjeros desde su país muestran los alcances de la cultura autoritaria.
Y Bukele les traza el camino: con un 80% de aprobación en las encuestas, ya logró la sanción de una forzada reforma constitucional que le permite aspirar a un mandato indefinido. Como Xi Jinping y Vladimir Putin.
"Prefiero que me llamen dictador a ver cómo matan a los salvadoreños en las calles", dijo en un discurso de alcance internacional.
"Ha muerto la democracia"; dice la derrotada oposición salvadoreña.
El éxito de Bukele, sostenido en su eficacia frente a las pandillas, ¿alcanzará para resolver los problemas sociales y económicos del Ecuador? ¿Podrá sostener con el equívoco Trump una relación positiva para los salvadoreños?
La democracia no necesariamente está muerta en nuestro continente, pero atraviesa mares tormentosos. Y faltan timoneles