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25 de Agosto,  Salta, Centro, Argentina
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Aleros, tambos y casuchas en pasos cordilleranos

Los caminos abiertos por la civilización inca en la cordillera, desde Ecuador a Mendoza, fueron aprovechados por conquistadores, científicos y viajeros durante cinco siglos.
Lunes, 25 de agosto de 2025 00:05
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La Cordillera de los Andes fue una barrera para quienes cruzaban transversalmente en una u otra dirección. Las montañas y los volcanes se elevan hasta casi rozar los 7 km sobre el nivel del mar. Para ello había que buscar pasos y abras con alturas más bajas. Decenas de ellos fueron utilizados desde tiempos inmemoriales.

Los hallazgos de Monte Verde en el sur de Chile indican que el hombre se asentó allí entre 14 y 18 mil años atrás. En la Puna se han encontrado puntas de proyectil tipo "cola de pescado" que usaron los paleo-cazadores para dar cuenta de los últimos representantes de la megafauna pleistocena.

Incas, cultura de altura

No sabemos cuántos pueblos se vincularon entre las dos caras de los Andes a lo largo del Holoceno. Utilizando los aleros y cuevas naturales como principales refugios. Lo que sí une a los pasos cordilleranos desde Jujuy a Mendoza es la presencia de los Incas. Esta fue una cultura de altura y estuvo muy cómoda caminando por los grandes picos montañosos.

En Salta dejaron un testimonio fenomenal en el volcán Llullaillaco de 6.739 m sobre el nivel del mar donde se encontraron tres cuerpos de niños momificados y que constituyen el centro ceremonial arqueológico más alto del mundo.

En Mendoza se tiene el "Puente del Inca", un complejo termal. Muchos de estos lugares estaban unidos por la red vial incaica conocida como Qhapacñan. Esa importante infraestructura caminera se extendía desde Ecuador a Mendoza, en el amplio espacio andino del Tahuantinsuyo y entre otros servicios unía aguas termales y depósitos mineros que los incas supieron aprovechar con maestría.

Los incas fueron un pueblo adaptado al clima, la hipoxia y la hipobaria. Eran portadores de una enorme resistencia física. Los chasquis recorrían cientos de kilómetros por aquellos caminos imperiales y tenían a los tambos como lugar de descanso y protección. Como fueron antes los aleros y después las casuchas en el caso de Mendoza.

Las casuchas del Rey

Los conquistadores españoles comenzaron a circular por el espacio incaico a partir de la primera mitad del siglo XVI. Diego de Almagro y Diego de Rojas por el norte y Francisco de Valdivia y Pedro del Castillo por Mendoza. Muchos otros conquistadores atravesaron los Andes en varias direcciones y por distintos pasos para ir fundando las viejas ciudades argentinas y chilenas. La evolución de los refugios de montaña fue variando desde los aleros prehistóricos, los tambos de los incas hasta, en el caso de Mendoza, las famosas "Casuchas del Rey".

La rigurosidad del clima en los pasos cordilleranos obligaba a refugiarse en busca de protección contra las bajas temperaturas y el viento, además de la preparación de alimentos y descanso para hombres y animales. Hacer fuego era una necesidad imperiosa para sobrevivir en aquellos páramos. Cualquier materia combustible se convertía en un tesoro. íCuántos papeles valiosos se habrán quemado para salvar una vida!

El paso desde Mendoza a Chile y viceversa fue frecuentado por miles de viajeros en los tiempos coloniales y republicanos. Sin embargo, recién a fines del siglo XVIII fueron fabricados refugios que se harán conocidos como "Las Casuchas del Rey o de la Cordillera". La pléyade de viajeros que dejaron inscripto su nombre antes y después de la construcción de Las Casuchas es un verdadero patrimonio histórico y biográfico para Chile y Argentina.

Entre los viajeros que cruzaron en ambas direcciones en las primeras décadas del siglo XVII se destaca el jesuita chileno Alonso de Ovalle (1603-1651). Este rico terrateniente abandonó todo para estudiar en Córdoba y cruzó la cordillera a los 15 años. No sabemos si estuvo o no en la graduación de Esteco en Salta en 1623, pero fue sincrónico a los egresados en ese tiempo. Dejó una obra magnífica titulada "Histórica Relación del Reyno de Chile" (Roma, 1646) que lo convirtió en el primer historiador de su país. Con fina pluma dejó constancia de esos cruces cordilleranos antes de la existencia de Las Casuchas. Al igual que otro jesuita, José Eusebio de Llano Zapata (1721-1780) quién cruzó los Andes desde el Pacífico y dejó constancia en sus "Memorias apologéticas" (1761), una obra inconclusa de la historia natural de la América del Sur del cual solo salió el primer tomo dedicado al reino mineral.

El naturalista checo Tadeo Haenke en el siglo XVIII y el geólogo y biólogo inglés Charles Darwin en el siglo XIX serían otros dos grandes prohombres de la ciencia que cruzarían la cordillera y dejarían sus impresiones en las memorias escritas.

Temprano en la década de 1990, junto a ese gigante de la historiografía americana que fuera Franklin Pease (1939-1999) visitamos en Lima (Perú) la librería El Virrey.

Allí su dueño, don Eduardo Sanseviero, nos mostró un ejemplar que tenía el ex libris de José de San Martín. Ese libro era parte de la biblioteca personal que el Libertador cruzó a través de los Andes y pude atesorar por algunos minutos en mis manos.

En la década de 1860 el alemán August Kahl cruzó desde Chile hacia Argentina e hizo referencia a Las Casuchas. Su obra, que publicó en Berlín en 1866, nunca fue traducida al español. Kahl dice que del lado chileno están más cerca y más alejadas entre ellas del lado argentino. Habla del estado en que se encuentran, su tamaño y forma, y como algunas fueron destruidas por los vientos huracanados. Filosofa sobre la naturaleza en el espíritu que lo hizo su compatriota Alexander von Humboldt en otras latitudes. Entre sus comentarios rescatamos el siguiente: "A menudo se ven las paredes interiores de estas casuchas cubiertas de inscripciones, entre las que algunas contienen un triste epitafio. ¡Qué escenas desesperadas se habrán vivido en estos pequeños espacios!".

Le atribuye la construcción de las casuchas a San Martín aunque hoy se sabe que son una serie de refugios del siglo XVIII construidos a partir de 1765 por Don Ambrosio O'Higgins, padre del libertador chileno, con la anuencia del Rey de España, para permitir el cruce de la Cordillera Nevada entre Mendoza y Santiago de Chile.

Testimonios de científicos

En la década de 1860 cruzó a Chile desde Salta el viajero suizo Jakob von Tschudi (1818-1889), lo cual constituye uno de los primeros registros en los pasos cordilleranos del norte argentino. Describe las penurias de cruzar el desierto, la altura, los animales de cabalgadura, las aguas salobres, la falta de pastos, los suelos cribados por roedores, las temperaturas diurnas y nocturnas, entre otros aspectos dignos de las peripecias de los viajeros.

En Perú se relaciona con el sabio arequipeño Mariano de Rivero y Ustariz (1798-1857), a la sazón amigo de Humboldt, y publican valiosos trabajos sobre arqueología y mineralogía. Un mineral nuevo para la ciencia le es dedicado a Humboldt con el nombre de humboldtina.

Una década antes de Tschudi, otro viajero y pintor, León Palliere (1823-1887) iba a dejar plasmadas sus impresiones de viaje desde el puerto boliviano de Cobija en el Pacífico hasta Salta. Un dibujo de las mulas cargueras en pleno desierto y con la cordillera volcánica de fondo es una de sus obras maestras. Mulas, oasis y alfalfares eran la trilogía para cruzar el Despoblado. Como las imprescindibles postas en el camino real desde Buenos Aires a Potosí. Antes de Palliere, otro dibujante y pintor, el alemán Moritz Rugendas (1802-1858), hizo la ruta desde Chile a Mendoza en 1838 y dejó constancia de Las Casuchas en decenas de óleos.

Ernest W. White (1858-1884) un joven ornitólogo inglés que al parecer acabó sus días en Buenos Aires, es el autor de una obra de mil páginas de viajes por Argentina. Visitó Mendoza y las casuchas en 1882. Dejó constancia del duro trabajo de los carteros que llevaban la correspondencia a uno y otro lado de los Andes.

En el norte argentino todavía impresionan los relatos en primera persona del cruce de los Andes en la Puna de Atacama plasmados en las obras de Francisco J. San Román, Lorenzo Sundt y Alejandro Bertrand a fines del siglo XIX. O el duro trabajo de los arrieros que llevaban ganado a pie desde el norte argentino a las salitreras chilenas y que tan bien quedó relatado en el cuento "El Viento Blanco" de Juan Carlos Dávalos. Arrieros que se guarecían como podían en los escasos aleros rocosos del frío desierto. Donde jamás se construyeron refugios tal como las casuchas de Mendoza a Chile.

Precisamente sobre dicho valioso patrimonio cultural, enmarcado en un extraordinario patrimonio natural, nada menos que en el entorno de la montaña más alta de América, el Aconcagua, se publicó el libro "Las Casuchas del Rey. Una historia de 250 años de comunicaciones trasandinas" (Eudeba, 360 p., 2025) de los doctores Beatriz Aguirre-Urreta y Víctor A. Ramos. Estos prestigiosos académicos argentinos reunieron en un grueso y enciclopédico volumen, bellamente ilustrado y a todo color, las investigaciones de más de 40 años en esos cruces de los Andes y las famosas Casuchas que hoy alcanzan entidad propia. Acompañada con un prólogo de Víctor A. Durán, profesor titular de la Universidad Nacional de Cuyo, el libro se presentó en Buenos Aires, en agosto de 2025, en la editorial Eudeba y en La Manzana de las Luces respectivamente. Estudiar los pasos cordilleranos y su flujo de ilustres viajeros, civiles, militares, científicos y eclesiásticos, es una de las páginas más ricas de la historia argentina.

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