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En lo que va del año hubo elecciones de medio término, desdobladas, 11 de mayo en Chaco, Jujuy, Salta y San Luis; 18/05 en la CABA; 08/06 Misiones; 29/06 Formosa y Santa Fe. Varios rasgos para resaltar, condicionantes para octubre:
- Baja concurrencia, variando entre el 51% al 65%; probablemente ocurra igual en las nacionales. La desmovilización electoral es peligroso síntoma.
- Los oficialismos provinciales pasaron un mal rato, aunque tampoco los libertarios embolsaron sin despeinarse, pese a situaciones atípicas como la ocurrida en la capital salteña o en la CABA misma;
- El armado de listas, en especial de LLA, un mejunje de candidaturas estrafalarias, apremios, transas y colectoras oportunistas, verificándose el estado terminal de prácticas militantes y partidos políticos que las sustentan;
- "No hay alternativa política": la polarización inducida neutraliza la posibilidad de transitar por la avenida del medio, aunque haya insinuaciones como "Provincias Unidas", sea lo que tramen los gobernadores de Chubut, Córdoba, Jujuy, Santa Cruz y Santa Fe, unidos por el espanto generado por esta farsesca coyuntura mileísta: ATNs, impuesto al combustible, federalismo. Un armado tal, coherente y duradero, mirando el 2027 requiere otra lógica, otros parámetros, como veremos;
- Los resultados reflejan, además, la licuación de alineamientos nacionales, más allá de oportunismos y oportunistas, plaga emergente en cada compulsa electoral.
A estos ítems súmense los imponderables, que descalabraron a LLA e incidirán -dicen encuestadores- en octubre: Libra, fentanilo, ANDis.
En fin, este es el escenario 2025, bastante similar a sus precedentes digamos de paso.
Verdad y realidad
El inminente comicio bonaerense, como el anterior de Capital Federal, es presentado por la fatigante prensa "nacional" en estos términos: el peronismo residual, Milei y Macri se enfrentan en una elección cuyo resultado indicará aquel alcance.
"Homo argentum" en estado puro. Pero el asunto es más complejo y profundo, nudo gordiano del rompecabezas argentino: imposible ignorar la monstruosa desproporción demográfica que distorsiona el equilibrio de poder interno y cuya anomalía estructural expresa el AMBA, con sus glorias y miserias.
Tulio Halperín Donghi describió nuestro paulatino declive institucional desde 1945, en esta pincelada: "Si hay un rasgo que caracteriza a la vida política argentina hasta casi ayer, es la recíproca denegación de legitimidad de las fuerzas que en ella se enfrentan, agravada porque estas no coinciden ni aun en los criterios aplicables para reconocer esa legitimidad". La frase está al inicio de La larga agonía de la Argentina peronista (Siglo XXI Editores, Buenos Aires 2024, reedición prologada por P. Gerchunoff), ensayo escrito en 1964, cuyo autor revisó y amplió tres décadas después. Altamente recomendable su lectura o relectura.
Esa lábil conciencia cívica explica la insoportable impronta refundacional de sucesivos gobiernos, provengan de donde sea: barrer con lo anterior sin anclaje en un proyecto estratégico común para mediano y largo plazos. Esta actitud recurrente revela inconsistencia y mezquindad intelectuales, inhabilitando gobernar en faz arquitectónica antes que agonal. Nos escaldamos, pues, en las marmitas del cortoplacismo.
Pero Halperín fue más lejos explicando la endeblez del sistema político-institucional y de representación política. En efecto, su análisis se aleja hasta la disrupción de 1930, que -dice- socavó la única "justificación irrefutable" para resguardar la condición de gobernantes legítimos. Así empezó, incluso, el declive del radicalismo acentuado por el incipiente peronismo que, en un primer momento, quiso enancarse en él. De tal modo, concluye, la democracia representativa se fue desvirtuando por etapas hasta que a partir de 1966 "[...] solo fuese tolerada en la medida en que sirviese como instrumento de legitimación formal de las soluciones favorecidas de antemano por los dueños del poder".
Todo empeoró con la dictadura militar, envenenando la sociedad y reventando la economía, hasta colapsar luego de Malvinas. Desde 1983 a la fecha no cambió ese paradigma dañino, sucesivas vueltas de tuerca con un agravante: tras la implosión de la URSS y el inicio de la globalización, la deslegitimación de la representatividad política devino en fenómeno mundial agudizado cada día.
La ansiada y esquiva "avenida del centro" no es recta sino amplia y zigzagueante, por lo que convendría diseñarla -ídesde ya!- con clarividencia y responsabilidad, apuntando más alto y más lejos para superar grietas que no supimos suturar en tiempos de bicentenarios, un sexenio perdido.
Y a propósito de tercera vía, una advertencia. Hay mucho escrito al respecto a partir del fin de ciclo soviético, cuando cierta intelectualidad europea entendió llegado el momento de remozar la socialdemocracia. Los resultados, como se percibe en la Europa claudicante de hoy, no fueron muy buenos, pero claramente se practicó la lavada de cara. Un mentor fue el sociólogo Anthony Giddens, gestor del nuevo laborismo de Tony Blair, aunque bastante antes su par alemán Amitai Etzioni proponía el "comunitarismo". Nuestra tercera vía debe ser construcción propia, en función de nuestra realidad, valores e intereses nacionales. No vale copiar ni encararla mediante populismos esclerosantes.
Ahora bien, ¿cómo mostrar virtuosa una grave deformación estructural histórica, que se profundiza a vista y paciencia de las dirigencias provinciales? El "etnocentrismo portuario" -según denomino desde hace tiempo- puede rastrearse a partir del 26 de mayo... de 1810.
Ningún conglomerado político ha manifestado desde 1983 en adelante un proyecto de país, que -como tal- es básicamente de naturaleza geopolítica.
Esa falta de visión es, a la vez, la clave e inicio de solución. No se logrará instando sólo un debate democrático amplio, tolerante y respetuoso de todas las opiniones, sino según temas y prioridades con que cargar la agenda común. Con el respeto que merece don Tulio, nuestro drama no se resolverá con el mejor régimen electoral, de partidos políticos et alii: es cuestión de perspectiva y prospectiva.
Por lo pronto, y a nivel macro, entendamos que el mundo afronta un cambio epocal con referencia en la multipolaridad y, en ese escenario, es imprescindible construir el Polo Suramericano.
A nivel nacional será imprescindible, entonces, una síntesis histórica de los tres principales procesos del siglo XX: democracia republicana-federal, justicia social y desarrollo económico (necesariamente heterodoxo conforme signos de este tiempo, pues el Estado garantizará la producción industrial y el desarrollo tecnológico).
En dicho marco, será fundamental apuntalar la geopolítica nacional -bicontinental y oceánica- sustentada en nuestra extensión territorial y marítima, con lo que implica en materia de integración, defensa y seguridad nacionales, sin olvidar Argentina está partida en tres: Norte Grande, Patagonia y esa franja central que abarca cinco distritos que lo concentran casi todo, según explicamos tantas veces en esta columna.
En tal dirección apuntar -cuanto menos- a las siguientes políticas de estado, o sea estratégicas, atendiendo las tres dimensiones político-institucional, económica y sociocultural:
- Demografía, nuestra tasa de recambio generacional ha caído a 1,4;
- Integración nacional, horizontal y vertical con todo tipo de conectividad;
- Industrialización basada en tecnologías de punta, sobre todo en materia nuclear, satelital y agroindustrial;
- Replanteo de la cuestión federal, representatividad política y coparticipación impositiva, en función de diseños regionalistas.
De hecho, este proceso "emancipador" requerirá nuevas dirigencias, que se van insinuando. La gran zaranda del tiempo operará descartando incapaces, oportunistas y corruptos.
Queda una bala de plata para acabar la sempiterna disrupción circadiana, que desincronizó la Política Argentina (así, con mayúsculas) en todos sus aspectos y desde hace interminables decenios. Así sea.