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El día que una mujer quiso matar a un cura en el altar de la Catedral

Fue en misa, a dos días antes de la Nochebuena del año 1974
Lunes, 16 de diciembre de 2024 01:45

Eran las nueve y media de la mañana del 22 de diciembre de 1974, cuando de improviso del interior de nuestra Catedral comenzó a salir gente que corría despavorida en distintas direcciones. Los que en esos momentos pasaban por el lugar o caminaban por la plaza 9 de Julio, pensaron que se quemaba la Iglesia. Pero pronto se enteraron por boca de uno de los más veloces en escapar cuando asustado dijo: "Ahí adentro hay un tiroteo" mientras asesando, señalaba el interior del templo.

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Eran las nueve y media de la mañana del 22 de diciembre de 1974, cuando de improviso del interior de nuestra Catedral comenzó a salir gente que corría despavorida en distintas direcciones. Los que en esos momentos pasaban por el lugar o caminaban por la plaza 9 de Julio, pensaron que se quemaba la Iglesia. Pero pronto se enteraron por boca de uno de los más veloces en escapar cuando asustado dijo: "Ahí adentro hay un tiroteo" mientras asesando, señalaba el interior del templo.

Al principio nadie le creyó, pero a medida que los más rezagados en la corrida iban saliendo, la versión fue tomando cuerpo hasta que finalmente se confirmó la balacera. A todo esto, una gran cantidad de fieles y curiosos se habían agolpado a las puertas de la Catedral y cuando El Tribuno llegó, las versiones eran disímiles y difusas. Unos hablaban de un enfrentamiento armado entre los grupos políticos de aquellos años. Otros, que dos hombres había resulto zanjar sus diferencias sentimentales a balazos. Y un tercero aseguraba que los tiros los había hecho una mujer que estaba enfurecida al pie, nada menos, que del Altar Mayor de la Basílica. Por supuesto, fue esta la versión menos aceptada hasta que la Policía, que ya había tomado cartas en el asunto, confirmó que la autora de los tiros era nada menos que una representante del "sexo débil" y que su blanco elegido no era otro que un cura de sotana negra.

Lo curioso de este caso es que días antes, la prensa de allende los mares había difundido con pelos y señales un hecho similar ocurrido en Bari, al sur de Italia. Allí, un cura había sido atacado a balazos antes de dar misa. Esa noticia corrió como reguero de pólvora por el mundo y aquí mismo en Salta también fue muy difundida por la prensa lugareña (ver El Tribuno, Agencia EFE/15-11-1974).

El caso italiano

En noviembre de 1974, en circunstancia que el sacerdote Orozco Valerio, párroco de la iglesia de la ciudad de Bari estaba en la sacristía preparándose para dar misa, de improviso ingresó al lugar don Antonio Clementti. El hombre, que era de una ciudad vecina, sorpresivamente extrajo de entre sus ropas una pistola y gritándole al cura ¿por qué no has aconsejado a la familia de Antonietta de Vicentis que construyera un monumento funerario para ella y mi hijo?, y dicho esto le disparó casi a quemarropa. Pero la rapidez del cura de 42 años, hizo que milagrosamente el disparo se desviara, pero Clementti, aprovechando que el hombre había quedado mal parado, le asestó un culatazo en la cabeza hiriéndole sin gravedad. El estampido hizo que algunos fieles que habían acudido a la iglesia, lograran reducir y desarmar al agresor. Según se supo después, Antonio Clementti venía de visitar la tumba de su hijo Salvatore quien meses antes se había suicidado luego de asesinar a su novia Antonietta cuando ésta repentinamente se negó al matrimonio por consejo del sacerdote.

Cuando el agresor Clementti fue interrogado por la policía italiana dijo: "hablando con mi hijo muerto, me contó que el sacerdote se había interpuesto entre él y su novia". Finalmente el informe señaló que "El atacante, no gozaría de sus plenas facultades mentales como se deduce de todo lo declarado".

Pánico en la Catedral

Como decíamos al principio, el 22 de diciembre de 1974 se produjo en el interior de nuestra Iglesia Catedral escenas de pánico, cuando imprevistamente se escuchó una serie de disparos. Sobre eso se tejieron diversas versiones hasta que la prensa logró desentrañar la realidad de los hechos. Era la misa de 9 y en esos momentos el oficiante era nada menos que el deán de la Catedral (decano designado por Pablo VI), monseñor Marcos Lira, y cuando además, la nave central estaba colmada.

Eran casi las nueve y media cuando una mujer, que momentos antes se había sentado en la primera fila de los bancos, extrajo de su cartera un revólver, con el que intentó efectuar un disparo que no salió. Ante ello, se puso de pie y dirigiéndose raudamente por las gradas hacia el altar mayor y, ya con el revólver en condiciones, apuntó al sacerdote que acababa de predicar e invitando a los fieles a rezar el "Credo". En ese momento no se pudo precisar el número de balazos que descerrajó la mujer que estaba enfurecida, pero la mayoría de los que presenciaron la trágica escena, coincidieron que fueron cinco los disparos, hecho que después fue confirmado por la Policía. De más está decir que las detonaciones causaron escenas de pánico, pues la gente al tratar de ganar la calle, suscitó apretujones entre los que pugnaban por escapar ante el cariz que tomaban los acontecimientos.

El cura atacado, tan veloz como su par italiano, reaccionó con la agilidad de un felino acosado, abalanzándose rápidamente sobre la agresora mientras se cubría la cara con misal, manos y brazos. Pasada la refriega por haberse agotado los proyectiles del tambor, los fieles más serenos se lanzaron sobre la mujer, mientras esta gritaba desaforadamente: "No acusen a nadie, soy yo solita pero ya va ver éste…". Poco después llegaron numerosos policías que se hicieron cargo de la atacante y la trasladaron a la Central de Policía.

Más tarde corrió la versión de que la pistolera era una persona que sufría desde hacía un tiempo alteraciones mentales. Asimismo, se dijo que a esta señora se la había sido visto anteriormente caminar por la nave del altar de la Virgen del Milagro, en actitud rogativa para luego dirigirse a la primera fila de bancos desde donde luego de escuchar atentamente la misa se levantó haciendo disparos mientras a las zancadas subía las gradas del altar mayor.

Por suerte, ninguno de los disparos, todos ellos realizados a muy corta distancia, dieron en el blanco o más bien en el cura, no llegando ni siquiera a rasguñarlo, aunque cinco de ellos se incrustaron a un costado del altar mayor. Tampoco hubo heridos que lamentar ni en el transcurso del tiroteo ni durante el desbande que produjeron las detonaciones de un revólver calibre 22. Fue una suerte a esa hora había muchas personas de edad que salieron prestamente del templo, varias a los saltos por las escaleras de calle España.

Posteriormente corrió una versión, nunca confirmada, que no era precisamente monseñor Marcos Lira el sacerdote que ese día debía oficiar la misa de 9, sino que lo hizo por un cambio de último momento. El rumor, dejó flotando en el aire que las balas de la "Pepita la pistolera" salteña, eran para otro cura cuyo nombre nunca fue revelado. Del caso se hizo cargo el juez Balbín Gallo.

 

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