¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

20 de Mayo,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

Tirakuna, geografía sagrada

Sabado, 23 de marzo de 2024 16:26

Las culturas andinas prehispánicas hicieron de las montañas un objeto de adoración y culto, cabe destacar que en la cosmovisión ancestral todos los elementos de la naturaleza poseían un principio vital que se denominaba "camac", que podría compararse a lo que hoy se entiende como espíritu o alma. De esta manera, las sociedades del pasado vivían en un mundo plagado de entidades humanas y no humanas que conformaban una gran sociedad donde las personas se encontraban en una condición de igualdad e incluso de inferior poder con relación al resto de entidades con las que debían negociar permanentemente mediante las ofrendas.

Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

Las culturas andinas prehispánicas hicieron de las montañas un objeto de adoración y culto, cabe destacar que en la cosmovisión ancestral todos los elementos de la naturaleza poseían un principio vital que se denominaba "camac", que podría compararse a lo que hoy se entiende como espíritu o alma. De esta manera, las sociedades del pasado vivían en un mundo plagado de entidades humanas y no humanas que conformaban una gran sociedad donde las personas se encontraban en una condición de igualdad e incluso de inferior poder con relación al resto de entidades con las que debían negociar permanentemente mediante las ofrendas.

Dentro de ese panteón de deidades, las montañas, también llamadas Apus, Mallkus, Achachilas, Jirkas, tenían una gran importancia que podemos resumir en dos atributos: primero, fueron los grandes acumuladores de agua, todas las vertientes nacen de las montañas y el agua es el motor de toda manifestación de vida. En segundo lugar, el componente simbólico de la altura y la unión del plano terrenal con el celestial. Recordemos que casi todas las culturas tuvieron y tienen a gran parte de sus deidades en el cielo. Una entidad poderosa y que todavía tiene vigencia era la Pachamama o madre tierra, que, en combinación con el agua de los apus y la acción de Inti o el sol, conformaron los pilares simbólicos y materiales de la fertilidad y la continuidad de las especies.

A los lugares sagrados se los denominaba "huacas" y existía una gran cantidad y variedad de éstas. Las huacas podían ser rocas, objetos, formas geográficas, lagos, cuevas, ríos, e incluso personas. Eran los lugares donde se ofrendaba y comunicaba con las deidades, una especie de bisagra entre el plano terrenal y cotidiano con el sutil de los ancestros. Los Apus, la Pachamama, la enorme cantidad de huacas y los seres humanos conformaban una sociedad organizada en jerarquías y ese entramado de relaciones se denominaba "Tirakuna". Ante este panorama, uno puede entender el motivo por el cual no existe una palabra equivalente a paisaje en los idiomas andinos, por ello el concepto de Tirakuna es el que adoptamos algunos investigadores para aludir a los paisajes sagrados.

Cuando los Incas iniciaron su expansión por los territorios de los Kollas y que luego se denominaría Kollasuyu, realizaron grandes cambios en los Tirakunas mediante cambios en las jerarquías y roles de sus participantes. Algo muy fuerte y desconcertante para los locales debió ser la relación que tenían los incas con los apus, pues las etnías locales desde siempre habían adorado a las montañas, pero nunca se les hubiera ocurrido subirlas, pues era la morada de sus ancestros y deidades, lugares no aptos para los humanos. Sin embargo, los Incas, que se presentaban como dioses, ascendieron sistemáticamente más de doscientas montañas y en algunas de ellas realizaron ofrendas humanas, como el caso del Llullaillaco, Quewar, Chañi y Chuscha en la provincia de Salta; el cerro El Toro en San Juan y el Aconcagua en Mendoza. Este hecho les debió otorgar un gran poder simbólico, religioso, político que emplearon para atemorizar o ganarse el respeto de los pueblos que conquistaban. 

El Llullaillaco, se encuentra en la cúspide de un gran Tirakuna regional que abarca el norte de Chile, suroeste de Bolivia y Noroeste de Argentina; sin embargo, podemos decir que está entre las huacas más importantes de todo el Tawantinsuyu, ya que no hay otra montaña más alta donde los incas hayan realizado construcciones y ofrendas tan importantes.

Dentro de las ofrendas que acompañan a los niños del Llullaillaco, se destacan las figurillas humanas vestidas con finas ropas. Para la confección de cada una de estas estatuillas fue necesario reunir las materias primas de diferentes puntos del Tawantinsuyu, como por ejemplo la concha marina llamada mullu (spondylus) proveniente del Ecuador, las plumas de la selva amazónica o de los yungas, los metales (oro y plata) de Bolivia, noroeste argentino y Chile, y los textiles hechos con fibras de vicuña altiplánica. Las figurillas eran como una síntesis del Tawantinsuyu, la materialización de varios Tirakunas; de hecho, muchos autores consideran que estas estatuillas eran elementos sagrados e incluso huacas. Las figurillas del Llullaillaco, en la cosmovisión andina, no solo representaban a personas sino que eran consideradas como tales (personas no humanas). Las crónicas españolas relatan que los incas realizaron cientos de ofrendas humanas, sin embargo, la arqueología ha podido comprobar hasta el momento solamente 27 cuerpos localizados en 15 montañas, pero si agregamos a la lista las estatuillas, la cantidad de personas ofrendadas y encontradas hasta la actualidad tendría coherencia con las crónicas.

Los apus también funcionaban como oráculos, lugares donde los especialistas religiosos realizaban sus consultas a los ancestros, cuanto más importantes eran las ofrendas lo eran estos oráculos y huacas, que debían ser alimentados periódicamente, por ello, las crónicas españolas hablan de los peregrinajes que realizaban los incas hacia sus lugares sagrados. La evidencia de estas recurrentes visitas la encontramos en los caminos ceremoniales que supieron construir en las principales montañas. Nuestras investigaciones detectaron 59 montañas -sobre un total de 228- con evidencias de caminos ceremoniales, siendo éstos los sistemas viales más altos del mundo.

El Llullaillaco y cientos de montañas, como inmensos testigos de un pasado de esplendor y vitalidad, son los más altos hitos de un Tirakuna que cruza el continente y los sueños de las personas que anhelan tocar el cielo.

PUBLICIDAD