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Aldo Durán, más conocido como el "gringo", es un salteño que vive en el barrio 1 de Mayo, tiene 67 años y hace 36 que trabaja de lustrabotas en la plaza 9 de Julio. Todos los días viaja en su bicicleta que cuenta con una parrilla en la que carga el banquito, el cajón y las herramientas necesarias para atender a su clientela.
El de lustra es un oficio que se transmitió por varias generaciones en su familia y que el gringo abrazó desde los 12 años. "Este oficio para mí es todo. Llegué a esta altura de mi vida gracias a mi cajón de lustrabotas", expresó a El Tribuno con emoción.
Cuando recuerda su historia automáticamente sonríe y destaca que se inicio desde chico en el oficio que le enseñó su padre. Y fueron tres las generaciones de lustrabotas en su familia: primero su abuelo, que siempre se ubicaba en un "barcito" de la avenida Jujuy y después siguió su papá, quien se instalaba en la avenida San Martín y General Paz y por último él.
Sin embargo, contó que al llegar a la adolescencia y luego a la juventud, comenzó a "presumir" a las chicas y el cajón de lustrabotas muchas veces lo hacía sentirse "avergonzado". Pero después, al llegar a la madurez, se dio cuenta que estaba muy mal sentirse así, sobre todo porque es un trabajo honrado y fue así que volvió a retomar su noble oficio. "Aquí estoy, y no sé por cuántos años más, pero hasta ahora lo llevo bastante bien", sostuvo.
Sobre su familia comentó que tiene una esposa y tres hijos, los cuales son jóvenes, y ya están haciendo su vida. Sobre todo resaltó que la mayor enseñanza que les dejó es que "honren su trabajo y lo hagan siempre con respeto, que es la llave para abrir cualquier puerta de la vida", señaló.
Aldo agradece, ya que pudo llegar incluso a jubilarse, gracias a un cliente que trabaja en ANSeS, quién lo ayudó con los papeles y hoy cuenta con ese apoyo. "Siempre tuve que salir a pelearla, hasta el día de hoy nunca tuve planes. Para mí es un mérito grande salir adelante por mí mismo", dijo.
Luego resaltó que tuvo la oportunidad de contar con muchos contactos de la calle, doctores, abogados, jueces, fiscales, y gente común que siempre son muy buenos con él. "No puedo creer hasta dónde llegué con mis cajoncitos".