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9 de Noviembre,  Salta, Centro, Argentina
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Duendes y mandingas entre hornos, aljibes y huaycos: las leyendas que aún viven en Salta

Bajo los canales tapados de la ciudad vivirían duendes "plomeros", responsables de conectar las aguas servidas de vecinos. 
Domingo, 09 de noviembre de 2025 01:46
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La discusión sobre si los hornos son los lugares preferidos de los diablos o de los duendes, es de viejísima data. Al respecto, hay quienes afirman que estas construcciones abovedadas fueron ocupadas desde el principio de los tiempos por los secuaces de Mandinga, es decir por los diablos menores que vinieron a merodear el mundo para concretar maldades a diestra y siniestra. Otros en cambio, sostienen con no menos énfasis, que esos espacios inventados por el hombre para hacer fuego y darse calor, fueron el lugar que primitivamente cobijaron a esos traviesos y diminutos seres que el hombre llama duendes y que no pertenece al reino de los cielos ni tampoco al de los infiernos.

Don Crescencio

Para Crescencio Ríos, sancarleño de La Angostura, a quien se lo consideraba años ha una autoridad en duendística, diablística y aparecidos, sostenía que desde los inicios de los tiempos, Lucifer había enviado desde los quintos infiernos a los diablos menores para que ocuparan este mundo y seducir a los hombres a través de argucias y tropelías. Ante el temor de ser descubiertos por el Otro o sus representantes alados en la tierra, los mandingas resolvieron al principio, ocultarse en los lugares más calientes de la tierra y para ello eligieron las bocas de los volcanes y las aguas hirvientes de los manantiales. Pero cuando cayeron en cuenta que estaban muy alejados de los poblados donde debían concretar sus canalladas, resolvieron enviar una brigada exploratoria de mandingas con la misión de buscar otros lugares calurosos pero más cercanos a los sitios donde vivía la gente. Al cabo de unos días los expedicionarios regresaron chochos con una información precisa: habían detectado cuatros sitios ideales para establecerse por estos lugares del mundo: Pichanal, Orán, Tartagal y Morillo. Entusiasmados elevaron de inmediato el informe a Lucifer y éste, luego de las consultas de rigor a sus expertos, ordenó rechazar de plano la sugerencia por considerar que esos sitios eran altamente insalubres para la vida futura de sus acólitos. Las razones: era excesivo el calor a que iban a ser sometidos sus camaradas en esos lugares. Y así fue que de nuevo los diablillos debieron salir en busca de poblaciones más templadas y fue entonces que habrían optado para establecerse en los lugares que el hombre había inventado en el pasado para resguardarse del frío, como hornos, socavones y cavernas.

"La discusión sobre si los hornos son los lugares preferidos de los diablos o de los duendes es de viejísima data".

En cambio los duendes –decía el perito sancarleño- seres pequeños y molestosos, siempre fueron más afectos a aquerenciarse en lugares donde vivía el hombre, como leñeras, alacenas, bajo las sombras enconosas de las higueras, huecos de árboles, caserones abandonados, en el fondo de las patillas y especialmente en los hornos de barro en desuso. Y por eso los hombres, con el ánimo de mantener alejados a estos incordios, habían adquirido el hábito de destruir estas construcciones, hábito que por mucho tiempo supieron conservar los panaderos de antaño. Estos nunca querían tener en las cuadras de sus panaderías hornos en desuso ya que de seguro, tarde o temprano, un duende lo ocuparía para hacerle la vida imposible, agriándole la masa, haciéndole quemar el pan por hacer alcoholizar al "maistro" "horneador". Igual costumbre de destruir los hornos tenían –y aun tienen- los vallistos, quienes, por viejos saberes heredados de sus mayores, destruyen estas construcciones cuando se van a otra querencia.

"Los mandingas eligieron los hornos y socavones para ocultarse cerca de los hombres".

De todos modos, los duendes siempre encontraron donde guarecerse. De pronto vivían en las profundidades de los aljibes para entretenerse empapando a los que iban por agua; en los campanarios para tañer las campanas a las horas más imprudente del día o de la noche; en los sótanos para meter bulla justo cuando la familia descansaba; en las alacenas desparramando mercadería o mezclando bicarbonato con azúcar; o adentrarse en las minas para hacer explotar los cartuchos de dinamita y causar terribles derrumbes; o meterse bajo las higueras para embravecer a las avispas hurgueteándoles los avisperos de manera que cuando lleguen los changos a robar sus frutos, sean atacados con gran ahínco; ocupar las calderas de las locomotoras abandonadas y encender en sus hornallas parvas de yuyos y paja brava para hacer creer que misteriosamente se habían puesto en marcha. También eligieron para vivir haciendo dañineadas, los dormitorios abandonados de los cuarteles donde a deshora de la noche hacen ruido simulando ser cientos de soldados que aparentan marchan en interminables desfiles acompañados por bandas militares ya desaparecidas.

Sitios elegidos

El hecho es que diablos y duendes, al menos aquí en Salta, encontraron con el paso de los tiempos sus lugares preferidos. Los acólitos de Lucifer se retiraron a los cerros para armar allí sus conocidas salamancas, en las profundidades de los huaycos y de las quebradas. Sitios que la gente del lugar conoce y de cuyas profundidades suelen escuchar la música que ameniza y enfiesta a los satanases haciendo que estos canten y bailen en rondas, y donde por lo general –dicen- que asisten invitados especiales, señores que oportunamente han sabido vender el alma al Diablo.

Por su parte los duendes parece ser que han resuelto definitivamente tomar querencia en lugares más cercanos al hombre. Así es que ya hablamos en estos Relatos sobre los lugares que sucesivamente fue ocupando aquel duende que originalmente al parecer, vivió en la panadería El Cañón de don Domingo García, en Urquiza al 800. De allí y luego de ser desalojado por consejos de un párroco el mequetrefe comenzó a rodar tierra asentándose primeramente en el Mercado San Miguel, luego en los sótanos de la Legislatura, mas tarde en las calderas de las locomotoras abandonadas en la playa de la estación local y al final, sus últimas apariciones ocurrieron en uno de los edificios deshabitados de los cuarteles, aunque a decir verdad, hay indicios y probablemente muy certeros, que varios de los viejos tagaretes tapados de nuestra ciudad hoy están ocupados por duendes que adquirieron la capacidad de realizar conexiones clandestinas que permiten volcar aguas servidas a los exclusivos canales de desagües pluviales, hechos que explican la hediondez que por esta altura del año invade a "Salta la linda". No, si aquí en Salta hasta los duendes si no trotan, vuelan….

El falso duende

De todos modos, no podemos olvidar aquel duende que en junio de 1965 atormentó a pedradas a la familia de Pedro Soruco de Villa San Antonio. Por una semana, día y noche, esta familia fue sometida a una pertinaz metralla que al principio ni policía ni justicia lograban esclarecer. Ataque que un día repentinamente hizo alto el fuego sin que nunca más cayera siquiera una piedrita sobre aquel castigado techo de zinc. Las investigaciones prosiguieron hasta que finalmente se llegó a la conclusión que los responsables eran un grupo de falsos duendes. Eran los dueños de "El Castillito de Arena", un negocio de dudosa moralidad que había sido oportunamente denunciado por los Soruco. Conclusión: los falsos duendes terminaron detenidos y luego procesados por los daños causados, mientras que los duendes de verdad aun siguen haciendo de las suyas en esta Noble y Leal Ciudad de Salta.

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