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25 de Diciembre,  Salta, Centro, Argentina
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Pese a la prohibición y los controles, hubo pirotecnia sonora durante la Nochebuena

Aunque con los años se redujo el tiempo en que duran los estruendos, todavía persisten prácticas que generan malestar y reabren un debate que va más allá de las leyes: la falta de empatía.
Jueves, 25 de diciembre de 2025 06:43
Pirotecnia sonora
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Otra vez, como cada año, la escena se repitió. Antes de la medianoche y algún tiempo después, el cielo se iluminó, pero sobre todo retumbó. Bombas de estruendo, fuegos de alto poder explosivo y detonaciones secas volvieron a escucharse en distintos barrios de Salta Capital y en localidades del área metropolitana, a pesar de que la pirotecnia sonora está prohibida y de que hubo controles.

No es un fenómeno nuevo, pero sí persistente. Si bien durante los últimos años el tiempo durante el cual se escuchan los ruidos se fue acotando, es decir ya no son horas interminables de explosiones como ocurría hace unos cinco o seis años, en muchos lugares los estruendos se concentran en un tramo más corto. Sin embargo, eso no alcanza para quienes padecen sus consecuencias.

La normativa está. Las campañas de concientización también. Se repite todos los diciembres el pedido de pensar en los demás, de evitar el ruido, de elegir alternativas sin sonido. Aun así, cada fiesta deja el mismo saldo de personas mayores alteradas, bebés que no pueden dormir, mascotas desorientadas, niños con trastorno del espectro autista atravesando momentos de angustia. Y vecinos preguntándose por qué cuesta tanto entender algo tan simple.

Porque el problema, en el fondo, no es solo legal. Es cultural. La pirotecnia sonora sigue apareciendo como una forma de celebración para algunos, aunque implique incomodar o dañar a otros. Y ahí es donde la ley empieza a quedarse corta. Se puede prohibir, sancionar, decomisar. Pero no se puede obligar a alguien a ponerse en el lugar del otro.

Ser empático no cuesta nada. Literalmente, es gratis. No requiere comprar algo distinto ni hacer un esfuerzo extraordinario. Solo implica pensar, por un momento, que al lado hay alguien que no vive la fiesta de la misma manera. Que no todos disfrutan del estruendo. Que hay realidades distintas conviviendo en la misma cuadra.

También es cierto que la empatía no se aprende por decreto. No se enseña con una ordenanza. Mucho menos a los empujones. Es una construcción que empieza en casa, sigue en la escuela y se refuerza en la convivencia diaria.

Las fiestas son un buen termómetro social. Muestran cuánto avanzamos y cuánto falta. La reducción del tiempo de pirotecnia es una señal positiva, pero insuficiente. El desafío sigue siendo el mismo, entender que celebrar no debería implicar hacer sufrir a otros. Mientras eso no se asuma de verdad, el ruido va a seguir ganándole a la empatía, al menos por unos minutos cada diciembre.

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