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En algunas zonas rurales de Salta, estudiar implica caminar kilómetros entre cerros, vivir lejos de la escuela y sostener el sueño aun cuando todo empuja a abandonarlo. Allí donde el sistema no llega, Fundación Grano de Mostaza (GDM) siembra oportunidades. Las historias de Cristian, futuro maestro, y de Dante, facilitador en Molinos, muestran cómo una red de apoyo puede transformar destinos y comunidades.
"El transporte llega hasta cierto punto, después tenés que caminar cuatro horas". La frase, resume la realidad de Cristian René Martínez, de 26 años, becado de Fundación Grano de Mostaza y futuro docente.
Cristian nació y creció en Las Mesadas, un paraje rural del departamento Rosario de Lerma, en plena Quebrada del Toro. Allí cursó la escuela primaria y luego logró continuar el nivel secundario en el Colegio de Montaña, creado por el padre Chifri. Hoy, mientras finaliza el profesorado de nivel primario en el IES Sede Dinámica La Poma, vive con su tío Julián y dos primas para poder estudiar. Su familia quedó repartida por la geografía: su mamá Lidia vive en Las Mesadas y su hermana Miriam en Payogasta. Los fines de semana suele viajar hasta allí, pero volver al hogar materno es casi imposible. "No llega ningún vehículo. Tenés que ir caminando cuatro horas", explicó.
La beca fue un punto de inflexión. "Antes tenía que trabajar para poder comer. Cuando obtuve la beca, pude concentrarme más en el estudio", contó. Gracias al acompañamiento de la Fundación, Cristian está a una materia de recibirse. "Uno de mis sueños era terminar lo más antes posible para ayudar a mi mamá y a mi familia que está en el campo. Falta poco".
El apoyo no fue solo económico. "Hubo momentos en los que pensé en abandonar. Ahí estuvo mi familia y también la Fundación. Chela me llamaba, me aconsejaba, me motivaba. Era como otra mamá", recordó.
Cristian mira hacia atrás y deja un mensaje para otros jóvenes: "Que se animen a estudiar. Muchas veces uno no intenta y no sabe de lo que es capaz. Yo nunca imaginé que iba a ser maestro. Y acá estoy, terminándola".
En la sede de Molinos, la Fundación también trabaja donde no siempre se ve, pero se siente: en lo emocional. Dante Leonel Yapura, de 26 años, oriundo de Molinos, es facilitador de los talleres de Habilidades Socioemocionales destinados a becados secundarios.
Dante cursó el profesorado de Geografía, formación que complementó con estudios en educación digital y que actualmente amplía con una capacitación en Inteligencia Artificial aplicada a la educación.
En los talleres participan chicos del pueblo y de comunidades aledañas como Tacuil, Gualfín, Amaicha y Colomé. Allí reflexionan sobre autoestima, autoconfianza, resiliencia, trabajo en equipo y gestión de emociones. "Muchos llegan cargando responsabilidades enormes para su edad. Algunos trabajan desde muy chicos, otros recorren grandes distancias para estudiar. Y muchos dudan de sí mismos", explicó Dante.
Los talleres se convierten en un refugio. "Es un espacio donde pueden hablar sin ser juzgados, poner en palabras lo que sienten y darse cuenta de que no están solos". Con el correr de los meses, los cambios aparecen. "Al principio son tímidos, callados. Después se animan a participar, a escucharse, a confiar un poco más en ellos mismos".
Para Dante, el rol de la Fundación va mucho más allá de una beca. "Acompaña integralmente. Ayuda a los chicos a imaginar un futuro posible". Y agregó una reflexión personal: "Cuando yo era adolescente, no tuve a alguien que me diga 'sí podés'. Que hoy exista este acompañamiento es fundamental".
"En Salta hay chicos con un potencial enorme, pero que viven a cuatro horas a lomo de burro de la escuela más cercana", explicó Paula Lohlé, líder de Desarrollo Institucional de Fundación Grano de Mostaza.
"Para ellos, hacer el secundario no es una decisión: es casi un imposible. En Grano de Mostaza trabajamos para que el lugar donde nacieron no les quite la oportunidad de estudiar. Hoy tenemos chicos que son la primera generación en su familia que termina el secundario e incluso llega a la universidad", expresó.
"No solo damos una ayuda económica. Acompañamos a los chicos de cerca. Les damos una beca para que puedan estudiar, pero también hacemos talleres de arte y juegos para que ganen confianza en ellos mismos. El objetivo es que se den cuenta de que pueden progresar", señaló Lohlé. El trabajo pone especial foco en las chicas, que en muchas comunidades rurales todavía enfrentan mayores barreras para acceder a la educación.
"En muchas de estas comunidades rurales todavía se prioriza que el varón estudie y que la mujer se quede en la casa", contó.
"Esto no lo hacemos solos. Somos una red: trabajamos con familias, las escuelas de los cerros, voluntarios y empresas que nos apoyan", destacó.
Con 20 años de trayectoria cumplidos, la Fundación cuenta con cinco sedes en Salta -Salta Capital, Campo Quijano, Rosario de Lerma, Molinos y La Paya (Cachi)- y acompaña hoy a 400 becados, la mayoría en Salta y Santiago del Estero, muchos de ellos primera generación en terminar el secundario o llegar a estudios superiores. "Nos sostienen donantes individuales y alianzas con empresas que creen en la educación como el único motor de cambio real", precisó.
El nombre de la Fundación resume su esencia: "Mucha gente nos pregunta por el nombre de la Fundación. La semilla del grano de mostaza es una de las más pequeñas que existen, pero cuando se siembra y se cuida, se convierte en un árbol grande que da sombra y frutos. Y eso precisamente es lo que hacemos: sembramos educación, creatividad, autoestima, valores, identidad, inclusión. Sembramos oportunidades", finalizó Lohlé.
Para que más historias como las de Cristian y los jóvenes de Molinos sigan creciendo, Fundación Grano de Mostaza busca ampliar su red de donantes y el apoyo de empresas salteñas. Quienes deseen colaborar pueden hacerlo a través del alias: fundaciongdm, seguir el trabajo de la Fundación en Instagram (@fundacion_granodemostaza) o comunicarse por WhatsApp al +54 9 11 3348-0709. También es posible donar online en donaronline.org/fundacion-gdm/fundacion-grano-de-mostaza.