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El Congreso de Tucumán y la ardua tarea de construir una nueva Nación

Miércoles, 09 de julio de 2025 01:13
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Los propósitos de la Soberana Asamblea del año XIII, los de la revolución de abril de 1815, la petición sanmartiniana en torno a la conveniencia de declarar la Independencia, tradujeron la necesidad de elegir los diputados para el Congreso general; de ese modo, pusieron fin a las indecisiones con que se venía actuando y marcaron la necesidad de declarar, de una vez por todas, la independencia. Al mismo tiempo, establecer un vínculo interno que pusiera fin al estado caótico que amenazaba al país. Todo esto puso de relieve hasta qué punto la descomposición interna había avanzado destruyendo los precarios elementos de unidad que podían llegar a expresar un sentido que permitiera crear una nueva nación.

Instalado en el gobierno Ignacio Álvarez Thomas, una de las primeras medidas fue instar a las provincias a elegir sus representantes, requerimiento al que inmediatamente respondieron las intendencias de Buenos Aires, Cuyo y Tucumán, y con algún retardo Salta, y al que se negaron las provincias que habían aceptado el protectorado de Artigas, con la excepción de Córdoba.

La mayoría de los diputados electos surgieron de las filas contrarias al porteñismo, en general más simpatizantes de Artigas que de Buenos Aires, y todos poco propicios a un centralismo republicano.

Un escenario confuso y complicado

Cuando empezaron a llegar a Tucumán los diputados que debían integrar el Congreso, la Revolución americana pasaba por su período más difícil. El desastre de Sipe – Sipe colocó en el trance más angustioso al gobierno de Buenos Aires, pues significaba su fracaso frente a la oposición política que se fortalecía en la capital y, sobremanera, en las provincias del litoral después del Pacto de Santo Tomé.

El año XV había sido fatal para los revolucionarios americanos, pues México y la América Central habían sido sojuzgadas, Venezuela combatía contra las fuerzas del general Morillo, Chile había caído ante Osorio y Quito ante Aymerich, mientras Nueva Granada se sometía a la acción del virrey Sámano. Entre tanto el virrey Abascal se preparaba en el Perú para invadir las Provincias Unidas del Río de la Plata, a las que podía atacar desde el flanco chileno y por el altoperuano, en momentos en que aquellas no podían ofrecer un frente unido, y en que Buenos Aires se encontraba en manos de un director inepto.

El triunfo de Sipe – Sipe, fue festejado por Fernando VII como el final de la insurrección americana, recibiendo felicitaciones de los soberanos de la Santa Alianza (Rusia- Austria- Alemania) por semejante éxito. Simultáneamente, en la corte de Río de Janeiro continuaban los planteos para invadir la Banda Oriental, a todo lo cual se unía en el territorio del antiguo virreinato del Río de la Plata una crisis económica y social intensa, que no permitía avizorar ninguna esperanza de futuro, pues rotos los vínculos tradicionales y no habiendo aparecido ningún centro de unidad, toda noción de jerarquía tendía a desaparecer ante el juego creciente de las facciones y las ambiciones que mostraba al país en franco proceso de descomposición.

Un Congreso en marcha

Las intendencias de Buenos Aires, Córdoba, Tucumán y Cuyo concurrieron al establecimiento del Congreso. Salta lo hizo más tarde. Paraguay, Corrientes, Entre Ríos y la Banda Oriental se negaron a concurrir, mientras que las provincias del Alto Perú, ocupadas por el enemigo, tuvieron una representación ambigua y de relativa efectividad. Así las cosas, era una representación exigua, un cierto pesimismo invadía a algunos espíritus. El 16 de enero de 1816, Juan Martín de Pueyrredón, diputado por San Luis se dirigía al gobernador de esa provincia, Vicente Dupuy en estos términos:

"En el Perú se perdió todo, como te impondrás por mi comunicación al Cabildo (se refiere al desastre de Sipe – Sipe). El país está todo dividido: el ejército casi disuelto y en extremo prostituido; la ambición se entroniza con descaro en todos los puntos; cada pueblo encierra una facción que lo domina; la ambición ciega; la codicia, las pasiones bajas se han desencadenado; solo una absoluta regeneración pude restituir el país a la vida. ¿Pero dónde están los instrumentos para formar una masa de forma diferente? Las virtudes han huido de entre nosotros, o están tan escondidas que no las halla la más vigilante diligencia. ¿Y cuál es el brazo bastante robusto y diestro para depurar y arrojar la parte corrompida?".

En el Norte, el coronel José Moldes había lanzado su candidatura a director supremo apoyado en una bandera antiporteña, lo que fortaleció al entonces naciente autonomismo de Buenos Aires, dispuesto a que esta fuera una provincia independiente como las otras, para librarla de la responsabilidad de gobernar al país. Si se agrega el grave conflicto planteado en Salta entre Güemes y Rondeau y la situación del Litoral, se justifica la expresión de Vicente Fidel López: "El Congreso de Tucumán recibía la patria casi cadáver".

En los primeros días de enero de 1816 se efectuaron las reuniones iniciales entre los diputados llegados a Tucumán, conviniéndose en que mientras su número no alcanzara a los dos tercios no podía darse por constituido el Congreso. Pero ya entonces las negociaciones diplomáticas conducidas en Europa por Sarratea y Rivadavia y en Río de Janeiro por Manuel José García hicieron que se estimara necesario designar una comisión secreta de relaciones exteriores, la que a su vez debía estudiar la Constitución a sancionarse una vez declarada la independencia.

El 20 de marzo pudo reunirse en una sesión previa, el número de diputados establecido como mínimo para proceder a la apertura del Congreso, conviniéndose en realizar la primera sesión preparatoria el día 24 del mismo mes y la inauguración pública al día siguiente. Pedro Medrano en carta expresaba: "¡Ojalá que todo lo que en él se haga, sea tan bueno como la elección del día para su apertura! Día de la Encarnación del Hijo de Dios. ¿Podría presentarse otro más solemne, más augusto? Pues en él se abrirá el Congreso".

Las actas de sesiones públicas de este Congreso han desaparecido. Contamos con una fuente de información y son las síntesis publicadas por "El Redactor", órgano oficial de la asamblea cuya redacción fue confiada a fray Cayetano Rodríguez, y que se imprimía en Buenos Aires con el retraso consiguiente a la distancia que separaba a Tucumán de la capital y a la índole de las comunicaciones de la época.

Instalación e inauguración

Por este medio sabemos que el 24 de marzo de 1816, al romper el alba, una salva de disparos de cañón anunció que ese día se instalaría el Congreso.

A las nueve de la mañana, reunidos los diputados en la Casa Congresal se dirigieron al templo de San Francisco, donde asistieron a la misa del Espíritu Santo. Concluida la piadosa ceremonia, tornaron a la casa de la independencia para que presidida la asamblea por el diputado Dr. Pedro Medrano (abogado de profesión y representante de Buenos Aires), éste procediera a tomar juramento a los congresales.

"¿Juráis a Dios Nuestro Señor y prometéis a la Patria conservar y defender la Religión Católica Apostólica Romana? ¿Juráis a Dios Nuestro Señor y prometéis a la Patria defender el territorio de las Provincias Unidas, promoviendo todos los medios importantes a conservar su integridad contra toda invasión enemiga? ¿Juráis a Dios Nuestro Señor y prometéis a la Patria desempeñar fiel y legalmente los demás deberes anexos al cargo de diputado al Soberano Congreso, para que habéis sido nombrados? Si así lo hiciereis, Dios os ayude, y si no, os demande".

Otra previsión fue firmar el decreto de instalación del Congreso con la firma de Pedro Medrano, José Mariano Serrano (abogado y representante de Chuquisaca) y Juan José Paso (abogado y representante de Buenos Aires) como secretarios.

La otra resolución fue fijar los términos del juramento de reconocimiento de la soberanía del Congreso que debían prestar el Poder Ejecutivo, los generales del ejército, los jefes de provincias y otras corporaciones reconociendo "en el presente Congreso de Diputados la soberanía de los pueblos que representan, prometiendo obedecer, guardar y cumplir, y hacer guardar y cumplir sus decretos y determinaciones".

Así constituido el Congreso, al día siguiente, día 25, se procedió a su inauguración. Reunidos los diputados se dirigieron a templo de San Francisco, precedidos por el gobernador intendente y cabildantes, representantes del clero secular y regular "y de la nobleza principal del pueblo", pasando por medio de la división militar que bajo las órdenes del teniente coronel Silvestre Álvarez se extendió en dos alas desde la Casa del Congreso hasta el templo.

La oración sagrada estuvo a cargo del diputado por Catamarca Pbro. Dr. Manuel Antonio Acevedo. Este religioso había nacido en Salta, aún cuando sus actividades políticas y religiosas se desarrollaron fuera de su terruño.

Terminado el solemne Tedeum se pasó a la casa congresal, donde todas las corporaciones de la ciudad juraron el reconocimiento del Congreso, después que el presidente Medrano pronunció una arenga.

El Congreso iniciaba así sus sesiones en un país que presentaba un panorama difícil, con una guerra emancipadora que se hallaba inconclusa. Pero era la hora de enfrentar el desafío de emancipar jurídicamente una nación y sancionar la Constitución.

El primer objetivo tuvo su concreción en la jornada del 9 de julio de 1816, cuando veintinueve diputados firmaron el Acta de Independencia declarada por el Congreso de las Provincias Unidas de Sudamérica.

El segundo objetivo quedaría plasmado el 22 de abril de 1819, tres años más tarde. Empero la primera constitución argentina fue rechazada. Los tiempos posteriores jalonaron el lamentable desencuentro de los argentinos en dos posiciones antagónicas y dos formas diversas de concebir al Estado y las políticas públicas.

Los antagonismos tienen continua presencia en la historia nacional, y se resignifican con el paso de los tiempos. Una continua redefinición de posturas y espacios políticos parecen signar nuestro devenir histórico. En el presente siglo, erráticas y desafortunadas decisiones políticas han precipitado a la república a la más grave crisis en toda su historia independiente. Es menester la construcción de consensos y retomar los dignos y generosos impulsos de hace doscientos nueve años, cuando se buscó consolidar la Patria.


 

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