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En un día como hoy pero de hace 175 años, falleció en Francia el Libertador General José de San Martín. Por entonces, aun vivían varios de los que habían protagonizado la Revolución de Mayo. Muchos de los veteranos de la guerra de la independencia aun vivían, algunos habían optado por ingresar al batallón de los inválidos o vivir de las modestas pensiones provincianas.
Ya habían dejado este mundo la mayoría de los gobernantes de aquellos tiempos. Larrea, por ejemplo, el último sobreviviente de la Junta de Mayo, pobre y depresivo se había suicidado en 1847. De los triunviros acababa de morir en Francia Manuel de Sarratea; Alvear era ministro en Washington; Alvarez Thomas, luego de exiliarse en Montevideo y militar contra Rosas, se había ido a Chile primero y a Lima después; Martín de Pueyrredón, ya anciano, vivía en San Isidro, cerca de Buenos Aires; Vicente López y Planes presidía la Cámara de Justicia de Buenos Aires y portaba dos honores: asambleísta del año XIII y autor del Himno Nacional; y finalmente Mariano Serrano vivía en Charcas, su suelo natal. Allí presidía la Corte de Justicia de Bolivia y también le cabían los honores de haber integrado dos congresos independistas: Tucumán en 1816 y Bolivia en 1824.
De los grandes militares de la guerra de la Independencia que en 1850 aun sobrevivían, estaban José de San Martín que ciego y exiliado residía en Boulogne-sur-Mer, Francia; Guillermo Brown, almirante de la marina de guerra y el salteño Rudecindo Alvarado que había acompañado al Libertador en las campañas de Chile y Perú.
Y así fue que residiendo San Martín en su casa de Grand Bourg, en los alrededores de París, estalló en marzo de 1848 una revolución. Ante ello, y quizá buscando paz y tranquilidad, el Libertador mudó a una casa retirada en Boulogne-sur-Mer, frente al mar. Allí el clima no le cayó bien, según su yerno Mariano Balcarce le escribió a Juan Manuel de Rosas. Pese a ello, no se mudó y ahí vivió hasta el último día de su vida.
Testimonio
Sobre la muerte del Libertador, el profesor José Eduardo Poma (Metán) rescató en su libro "San Martín Magno" el testimonio de don Félix Frías, político y periodista argentino que desde 1848 escribió desde Europa para El Mercurio (Chile). Fue entonces que le tocó a este hombre cubrir los últimos días del Gran Capitán, texto que parcialmente reproducimos:
"Cumplo hoy -escribe Frías el 18 de agosto de 1850- con el doloroso deber de comunicar al El Mercurio la muy triste noticia que pueda transmitirse en las repúblicas de la América del Sud, la muerte del General José de San Martín. En la madrugada del día 18 (de agosto) supimos la noticia de su muerte acaecida el día anterior. Don Mariano Balcarce, esposo de la noble hija del General, nos refirió con el corazón destrozado, sus últimos momentos: El 17 el General se levantó sereno y con las fuerzas suficientes para pasar a la habitación de su hija, donde pidió que le leyera los diarios, que el estado de su vista no le permitía leer por sí mismo. Hizo colocar rapé en su caja para convidar al médico que debía venir más tarde, y tomó algún alimento. Nada anunciaba en su semblante ni en sus palabras lo que pronto sucedería. El médico le había aconsejado que trajera a su lado una hermana de caridad a fin de ahorrar a su hija las fatigas, y a fin que él mismo tuviera más libertad para pedir cuanto pudiera necesitar... El señor Balcarce salió (justamente) en la mañana del mismo día a hacer esa diligencia, acompañado por don Javier Rosales.
Después de las dos de la tarde el General San Martin se sintió atacado por sus agudos dolores nerviosos al estómago. El Dr. Jardon, su médico y sus hijos estaban a su lado. El primero, no se alarmó y dijo que aquel ataque pasaría como los precedentes. En efecto, los dolores calmaron, pero repentinamente el General, que había pasado al lecho de su hija, hizo un movimiento convulsivo, indicando al señor Balcarce con palabras entrecortadas, que la alejara (a su hija), y expiró casi sin agonía".
"En la mañana del 18 -continua Frías- tuve la dolorosa satisfacción de contemplar los restos inanimados de este hombre... Su rostro conservaba los rasgos pronunciados de su carácter severo y respetable, y un crucifijo estaba al lado del lecho de muerte. Dos hermanas de caridad rezaban por el descanso del alma... Bajé conmovido a una pieza inferior. Allí, un reloj de cuadro negro, colgado en la pared, marcaba las horas con un sonido lúgubre, como el de las campanas de la agonía, y este reloj se paró aquel día a las tres, hora que había expirado el General San Martín. íSingular coincidencia! El reloj de bolsillo del mismo General se detuvo también en aquella hora de su existencia".
"El día 19 -sigue Frías- al tiempo de colocarse en el féretro los restos mortales del ilustre difunto, la caja de la guardia nacional resonaba enfrente de la casa mortuoria; como homenaje militar tributado al guerrero... El día 20 a las seis de la mañana el carro fúnebre recibió el féretro y fue acompañado en su tránsito silencioso por un modesto cortejo. Cuatro faroles cubiertos de crespón negro adornaban encendidos los ángulos superiores del carro, y seis hombres vestidos con capotes del mismo color marchaban a ambos lados. Atrás iban el señor Balcarce, Dartez, Rosales, José Guerrico, y los vecinos de Boulogne, Dr. Gerard y el señor Seguier... El acompañamiento era humilde y propio de la alta modestia, tan digna compañera de las cualidades morales y de los títulos gloriosos de aquel hombre eminente".
El último viaje del Libertador
El carro fúnebre se detuvo en la iglesia de San Nicolás y allí rezaron algunos sacerdotes las oraciones religiosas en favor del alma del difunto. Después, el convoy fúnebre continuó hasta la catedral, vasto edificio que se encuentra en la parte de la ciudad llamada alta. En una de las bóvedas de la capilla, fue depositado el cadáver que acompañábamos.
Luego de las exequias, el yerno del Libertador, don Mariano Balcarce, comunicó de su muerte al gobierno argentino, noticia que llegó a Buenos Aires el 31 de octubre. Al día siguiente, el 1 de noviembre, Juan Manuel de Rosas informó al país: "pierde la Patria en el ilustre finado General, un ciudadano militar y un político eminente". Acto seguido ordenó el traslado de sus restos a Buenos Aires por cuenta del gobierno "para que a la par que reciban de ese modo un testimonio elocuente del íntimo aprecio que su patriotismo le hacía merecer de su gobierno y de su país, quede también cumplida la última voluntad del extinto".
Pero pese al expreso pedido del General San Martín y la orden de Juan Manuel de Rosas, la repatriación de los restos tardaron treinta años. Llegaron al puerto de Buenos Aires el 28 de mayo de 1880 por iniciativa de un hombre del interior, de Tucumán, el presidente Nicolás Avellaneda. En esas tres décadas habían sido jefes de Estado Justo José de Urquiza, Santiago Derqui, Juan Esteban Pedernera, Bartolomé Mitre y Domingo Faustino Sarmiento. Ninguno cumplió con la voluntad del General.