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21 de Septiembre,  Salta, Centro, Argentina
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Informes, comentarios y una carta al rey Carlos II de España, contando que había "cotos"

Curiosas descripciones de viajeros al ver que a nativos y españoles les nacía una protuberancia bajo la barbilla.
Domingo, 21 de septiembre de 2025 01:45
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Hoy vamos recordar algunos temas relacionados con el "coto-bocio", al decir de un viejo boticario de nuestra ciudad. No nos vamos a ocupar, por ahora, del "coto jujeño" sino de algunas descripciones que dejaron escritas sobre este mal endémico, algunos viajeros que en el pasado recorrieron Salta y el actual territorio del norte argentino.  

Según el médico santiagueño Oreste Di Lullo (1898-1983) en su obra "El Folklore de Santiago del Estero. Medicina y alimentación" (1944) la enfermedad del bocio tanto en nuestra provincia como en el resto del norte era endémico a causa de las malas aguas que eran muy pobres en yodo. Y como ya dijimos sobre esta enfermedad, hay numerosos testimonios que nos llegan de varios siglos atrás. Así por ejemplo el fraile español Reynaldo de Lizárraga (1535-1609) que recorrió estas tierras a fines del siglo XVI, describió en su "Descripción colonial" las enfermedades de los lugareños. Luego de referirse a algunas de ellas agregó: "Tienen otra plaga y es que se cría en las gargantas, así en los indios como en los españoles, papos que aquí llamamos cotos. Yo he visto a hijos de españoles nacer con ellos. El remedio experimentado es atarse a la garganta una o dos cabezas de víboras y con eso se resuelven".

Más tarde, en el siglo XVII, don Juan Diez de Andino (Inicios del siglo XVII-1684), Gobernador del Tucumán entre 1678 y 1681, le escribió una carta al Rey Carlos II de España, fechada el 20 de junio de 1679 donde describe el bocio de esta manera: "He visto –dice- unas hinchazones tan monstruosas que llaman coto, que ahoga a sus dueños y particularmente a las criaturas, en quienes se ha reconocido que muchos del vientre de sus madres salen con ese achaque".

Otro aporte sobre esta historia es la que hace el jesuita francés Nicolás del Techo (1611-1680) que al referirse a los ríos del Tucumán dice: "A los hombres y animales que beben en sus aguas se les forma debajo de la barbilla tumores parecidos a redomas (botellones) que desaparecen tomando agua de otras corrientes".  

Concoloncorvo

Finalmente Alonso Carrió de la Vandera (1715-1783) muy conocido por su seudónimo "Concoloncorvo", escribió en su célebre "Lazarillo de Ciegos Caminantes" (1773), sobre su paso por Salta, oportunidad en que también se ocupa del coto. Y así es que después de alabar la belleza de las salteñas dice: "Creo que exceden en la hermosura de su tez a todas de las de América pero en compensación de esa gala es muy rara la que no padezca, de 25 años para arriba, intumescencia en la garganta, que en todo el mundo español se llama coto. En los principios agracia la garganta pero aumentándose con el tiempo este tumor hace una figura extravagante que causan admiración y risa, por los que las señoras procuran ocultar esa imperfección con unos pañuelos de gasa fina que cubren todo el cuello y les sirve de gala, porque todos gradúan o tildan a estas señoras de cotudas, pero ellas se contentan con no ponerlo de manifiesto".

Al finalizar su comentario, Concoloncorvo agrega: "Todos aseguran que esta inflamación no les sirve de incomodidad ni que por ella hayan experimentado detrimento alguno, ni que su vida sea más breve que de las que no han recibido de la naturaleza semejante injuria".

Muchos años después, con estadísticas en mano, el Dr. Arturo Oñativia vino a demostrar todo lo contrario.

Cotos en guerra

Hasta mediados del siglo pasado, en el Valle de Lerma, incluida nuestra ciudad, vivía una gran cantidad de personas afectadas por esta enfermedad de la tiroides. Y por supuesto, no eran escasas las puyas entre los pueblos y las acusaciones cruzadas sobre dónde había más cotos, si en Rosario de Lerma, en Chicoana o en Cerrillos. Y al respecto, Arturo León Dávalos, poeta y cerrillano adoptivo, solía contar las menudencias de un enfrentamiento que hubo entre "chicoanistas" y "rosarinos" allá por 1870. La causa del enfrentamiento fue por una cuestión de los límites entre ambos departamentos, linde que al parecer no había sido definido satisfactoriamente para ninguna de las partes. Los "rosarinos" sostenían que su departamento de Rosario de Lerma se extendía (hacia el sur) hasta más allá del escuálido río Pulares, establecido como límite interdepartamental. Por su parte los "chicoanistos" argumentaban todo lo contrario. Decían que Chicoana se extendía hacia el norte mucho más allá del río establecido como límite.

A tal punto llegó el pleito territorial –cuenta Dávalos- que ambas poblaciones, quizás acicateadas por el amor al terruño o por otras cuestiones no reveladas- estuvieron a un paso de arreglar las cosas por la vía de los hechos, es decir tomar las armas y ensangrentar las playas del río Pulares. La situación se puso tan tensa que en ambas bandas se sucedieron reuniones masivas donde no faltaban los personajes que con encendidos discursos enardecían a la gente. "En Chicoana llegó a tanto el encono que los cotos de ese lugar –afirma Davalos- roncaban de tal modo, que a lo lejos se sentía la furia "bócica". A su vez, desde las alturas de Quijano se podían escuchar los silbidos "cotudos" de los rosarinos". El hecho es que el enfrentamiento continuó escalando con los días hasta que una tarde, un sensato hombre de Rosario de Lerma que tenía una aligerada vena poética, resolvió tomar la palabra en el mitin para arengar a coterráneos a favor de la paz en la orilla misma del río Pulares. Y así fue que trepado en una piedra habló de esta forma: "Adelante rosarinos, /tengan firme la bandera/ que allá van los chicoanistos/el coto a la polvareda".  

De inmediato, la atinada humorada dio paso a la sensatez y a la reflexión y de allí surgió la idea de que una comitiva cruzara el cuestionado río para parlamentar con los de Chicoana. Luego de una prolongada deliberación ambos grupos se confundieron en un fraternal abrazo y de común acuerdo aceptaron que el límite departamental sea para siempre el río Pulares. Entre los parlamentaros que cita Dávalos había distinguidísimos bócicos: Por Rosario de Lerma : "Coto alegre", "Garganta i'sapo"; "Viborón" y "Ronquido" en tanto por Chicoana: "Dos plaza", "Suspirito" , "Cotomula", "Botellón", "Perita" y "Soplido".  

Los cotos atómicos y la sal iodada

En 1951, el Ministerio de Salud Pública de Mendoza dio a conocer una noticia sensacional para los bocicos salteños y jujeños: por un lado se probaba la eliminación atómica del mal mientras que en paralelo se experimentaba el método de la sal iodada a un costo de solo 15 centavos anuales por "coto". El informe dado a conocer a la prensa en julio de aquel año decía que los investigadores consideraban que diagnóstico, terapéutica y profilaxis permitirían eliminar el bocio, mal endémico considerado por entonces como "el padre del cretinismo" y que asolaba la zona andina. Para esa lucha contaban con el "radioiodo 131", isótopo del iodo común (127) que se obtenía de las pilas atómicas usadas como radioactivo del uranio o de los ciclotrones". La noticia agregaba más adelante que "un centenar de bócicos ya habían recibido las dosis, siendo muy sencillo el tratamiento, ya que el paciente solo debía ingerir el radioiodo diluido en 100 cc de agua sin que le causara trastorno alguno". El informe aseguraba que en Mendoza era "aceptación general entre los investigadores, que el bocio se generaba a consecuencia de la falta de iodo tanto en el aire, en el agua como en la alimentación, lo que producía la disminución de ese elemento (iodo) en la tiroide, en la sangre y en la urea. Para suministrar iodo a la población hay un método infalible que es la sal iodada, por ser un ingrediente de consumo universal". Era sin duda, la sentencia de muerte del coto nativo y de aquel entretenido pasatiempo de "tinquiarse" el coto

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