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?Junté mis pedazos y entendí que el amor es insecuestrable?

Sabado, 03 de diciembre de 2011 18:50

Ella logró juntar sus pedazos, reconstruirse. Sin embargo, su tragedia todavía espeluzna. Nadie olvidaría su clamor desesperado por sus tres hijos, llevados ilegalmente a Jordania por su exmarido, el 10 de diciembre de 1997. Karim tenía 5 años, Zahira 3 y Sharif 2. La historia recorrió el mundo y recordarla provoca una dolorosa impotencia.

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Ella logró juntar sus pedazos, reconstruirse. Sin embargo, su tragedia todavía espeluzna. Nadie olvidaría su clamor desesperado por sus tres hijos, llevados ilegalmente a Jordania por su exmarido, el 10 de diciembre de 1997. Karim tenía 5 años, Zahira 3 y Sharif 2. La historia recorrió el mundo y recordarla provoca una dolorosa impotencia.

Desde entonces, Gabriela Arias Uriburu experimentó la desolación y la muerte interior. Quedó desgarrada por la ausencia, por la oscura noche de la justicia, por las muchas puertas sordas que tocó y por la irreconciliable forma de entender la vida en Oriente y Occidente.

Pasaron 14 años y su tercer libro “Después de todo... el amor lo hizo posible”, presentado recientemente en Buenos Aires, relata el renacer de esta mujer superlativa que transitó una escarpada cornisa de renuncias, perdón, entrega y superación personal, para retomar la única oportunidad que cada ser tiene en este mundo: la vida.

Perdió todo y nada la detuvo para recuperarlo. Gabriela cuenta en primera persona la épica historia de una madre desgarrada por 12.303 kilómetros de distancia entre ella sus tres hijos. Aprendió a vincularse con ellos y a sanarse por la fuerza de un amor sin condiciones. Hoy Karim tiene 19 años, Zahira 17 y Sharif 15. “Mi exmarido me deja verlos dos veces al año porque yo cedí todo. Entregué todo. Cerré todas las causas que había iniciado”, contó. Gabriela reconoció que por este acuerdo muchos dijeron que estaba loca. “No tengo nada en lo formal, sólo el corazón de mis hijos”, dijo.

Gabriela Arias Uriburu nació en Brasil el 14 de marzo de 1965, donde su padre cumplía funciones diplomáticas. En Guatemala estudió Ciencias de la Comunicación y Reflexología, y a los 23 años se casó con Imad Shaban, empresario musulmán de origen jordano, con quien tuvo a sus tres hijos. En 1997 solicitó el divorcio y la Justicia le otorgó la tenencia de los menores. Sin embargo, el 10 de diciembre de ese mismo año, Shaban trasladó a sus hijos de manera ilegal a Jordania, lugar donde residen actualmente.

En una cálida charla con El Tribuno, Gabriela Arias Uriburu relató los atajos que debió tomar para trascender la tragedia y beber de nuevo del cáliz de la vida.

¿Qué es lo que “después de todo el amor hizo posible”?

Cualquier situación límite que marque un antes y un después, viene a despertar algo en la persona y abre un camino a descubrir quién es cada uno. Yo descubrí quién soy, descubrí mis talentos, mis fuerzas positivas y negativas. Porque en esas situaciones nos quedamos desnudos, tal como somos, con fortalezas y debilidades.

Es difícil ponerse en tu lugar antes y ahora...

Fue tan fuerte y violento lo que ocurrió, una tragedia tan grande, que odiar era llenarme más de sangre. La desaparición de mis hijos fue una muerte para mí, una bomba que me hizo estallar en mil pedazos y desde ahí emprendí el camino para juntar mis pedazos, mis huesos y reconstruirme.

¿Cuándo sentiste que resucitaste?

Al comienzo no sabía si podía seguir viviendo. Hasta el año pasado me acostaba en la cama y había una persona muerta, que era yo. Un día me recosté y me di cuenta de que no me acompañaba la Gabriela muerta que iba conmigo por la vida. Hasta que no terminás de recoger tu último pedazo e infundirle vida, no resucitás. Es un largo camino y necesitás mucha ayuda de médicos y terapeutas holísticos para salir de tu propia oscuridad, porque te enfrentás a todas tus sombras.

A 14 años ¿cómo recordás ese dí a?

No lo traigo nunca más. Eso ya fue, es el pasado y jamás lo hago presente, nunca he vuelto a ese día. Ahora estoy honrando la historia que me dio la posibilidad de estar de nuevo en la vida, de ser quien soy hoy. Mi triunfo es haber vuelto a la vida, salir del infierno, aunque la gente crea que no hay triunfo porque mis chicos no están conmigo, para mí el logro es estar viva y con ellos de algún modo.

¿Cómo están tus hijos?

Atrapados en el pasado. Yo no. Tuve dos hechos muy contundentes para revalorizar mi propia vida, mi oportunidad de vivir: la muerte de mi hermana Marcela y la enfermedad de mi hermana Isabel. Mis viajes a Jordania a ver a mis hijos, después de esos hechos, fueron más profundos en mí, logré más el desapego, la incondicionalidad.

Sos un ejemplo de reconstrucción personal...

La destrucción viene para que cada uno tome la vida, no para que la persona muera. La reconstrucción es la gran encrucijada que el dolor viene a plantear. Y hay que intentar que el odio y la venganza no tomen tu ser, aunque de alguna forma quede sepultada tu identidad. El alma siempre va en busca de tu verdad, de tu realidad.

¿Cómo es tu relación con Imad?

Al haber hecho todo este camino interior, al haber juntado todos mis huesos, mis pedazos y haber infundado de nuevo vida en mí, el otro ya no existe como elemento destructor, desaparece. Lo veo como es, como está constituido, lo veo en su cultura, como una persona que no ha elaborado nada de lo que ocurrió. Y no lo tomo como algo personal. El problema es ver al otro como uno quiere o como nos gustaría que fuera y no como es en realidad.

¿Imaginaste que este hombre podía secuestrar a tus hijos?

No, porque uno juzga por su propia condición y no por la condición del otro. Cuando perdí al hermanito de Karim, que venía acompañado, no estábamos bien como pareja y yo podría haber hecho las valijas y separarme, y no lo hice, aposté a la familia y lo sigo haciendo porque familia vamos a ser siempre. Imad tiene toda una estructura patriarcal y cultural muy fuerte que de alguna forma la vieja Argentina también la tenía y que aún se conserva en algunas provincias. Eso también hay que entenderlo aunque nos desestructure. Cuando trabajé con toda mi oscuridad, con mis representaciones interiores del bien y el mal, él dejó de representar el mal para mí. Es cuestión de tomar lo negativo y darle un lugar.

Ladra Pepe con insistencia y Gabriela cuenta que está con su perro en la casa de su novio. ¿Desde cuándo estás de novia?

Hace muy poquito, aunque nos conocemos hace mucho. Esta relación encajó perfecto con mi volver a la vida. ¿Te acostumbraste a tener lejos a tus hijos?

No, pero entendí que a veces los hijos hacen que uno pierda la conciencia de sí. Por mi naturaleza, a mí, “el otro” me saca de contexto. Desde chica trabajé con el otro en villas miseria, en hospitales. El otro me puede y no me pongo yo en primera persona. Mi última etapa fue ponerme a mí en primer lugar. Le agradezco a Dios estar de pie, parada en mi propia vida y no en la de otra persona. Para mí es el mensaje que Cristo nos vino a dar: que amemos a los demás como a nosotros mismos. Esa es la ley principal. Pero nosotros hemos hecho todo al revés, amamos tanto al otro que lo agobiamos, enfermamos y condicionamos al amor, tal vez porque no nos ocupamos de amarnos a nosotros primero.

¿Cómo ves a cada uno?

Están en plena adolescencia. Karim tiene 19, Zahira 17 y Sharif 15. Te puedo decir que Karim es alegría, tiene una condición natural de alegría e inquietud, desde muy chico tiene una sensibilidad especial. Zahira tiene una gran potencia pero hay que ver cómo logra desarrollarla personalmente, porque es muy cómodo ser la “hija de”, ser “yo misma” es la meta. Lo conversamos sutilmente, espero que mi ejemplo la inspire, le sirva para encontrar su propio camino, su identidad. Sharif es la fuerza, con él tengo un contacto interno mágico. Creo que ni él sabe todo lo que me ha enseñado, entre otras cosas que el amor es insecuestrable. Cada abrazo, cada mirada de Sharif, me dio siempre la fuerza y la seguridad para hacer mi camino de reconstrucción. Con cada gesto me decía “mamá es por ahí, vas bien”.

Toda mi familia tiene raíz salteña. Mi hermana Marcela murió en Cachi, tenía una cabaña en ese lugar que amaba.

Los chicos deben estar en superioridad y no deben ser rehenes de nadie. Eso es tan fundamental como difícil.

¿Te escribe la gente para pedirte consejos?

Me conmueve mucho la gente joven que me escribe. Me dicen que siguieron mi caso, que se formaron con mi lucha. Y yo les dijo que hay que tener fe y confianza en nuestro ser interior. Uno necesita de todas las personas especiales para que te acompañen en el camino del dolor. La bondad, la misericordia, la compasión, son valores que profundizan el amor, van logrando algo químico en uno.

Se nota en vos una gran fe...

Mi reconstrucción no tiene que ver con creer o no en Dios. Yo trato de tener un diálogo universal con todas las personas, un lenguaje que nos integre. Nadie debe quedar excluido de la vida. Yo me debo a esta idea porque he alcanzado la paz desde este lugar. Me he convertido en una persona incondicional. La misericordia, la compasión, el desapego son, para mí, atributos enormes del amor. El dolor es un gran maestro y hay que trabajar en eso. María Livia, de la Virgen del Cerro, es una de las personas que me ayudó mucho.

¿Venís seguido a Salta?

Estuve muchas veces ahí, poniéndome a disposición, a los pies de la Virgen, y la última vez fui a agradecer mi reconstrucción, que estoy viva.

¿Tu familia tiene raíces salteñas?

Tengo en Salta a mi tía Pancha y a mis primos y sobrinos. Mi mamá es Peña Figueroa y mi papá es Arias Uriburu: toda mi familia es salteña. Salta es mi historia también. Además, mi hermana Marcela murió en Cachi, en una cabaña que se había hecho en ese lugar que amaba. Yo ahora viajo más seguido a Jordania, gracias a Dios, y por eso no tengo tiempo para ir a otros lugares.

¿Y cómo funciona hoy Foundchild, la fundación que presidís?

La Fundación ahora funciona on line. Tuvo oficina, tuvo todo y dejó de tener, y en vez de cerrarla decidimos que siga on line.

Ahora está activa como en el primer mundo. Recibimos consultas, contestamos y acompañamos a los padres. Tratamos de que se entienda que los chicos deben estar en superioridad y que no deben ser rehenes de nadie. Eso es tan fundamental como difícil.

¿Por qué hay que leer tu último libro?

Este es mi tercer libro pero es diferente a los anteriores (­Ayuda! Quiero a mis hijos?, 1998 y Jordania, la travesía en busca de mis hijos, 2005) porque cuenta sobre mis pedazos, mi lucha. Nace de mis viajes a Jordania y relata cómo me fui rearmando. Gente que lo lee ya me cuenta que empezó a hacerle panqueques a los hijos y a gozar de los mimos y de esos momentos únicos, de la reunión. Habla de calidad más que de cantidad; de cómo combatir nuestros miedos e inseguridades frente a los hijos. Es una especie de libro de autoayuda para tener en la biblioteca. Me encantaría presentarlo en Salta, falta que me inviten.

Pepe labraba de nuevo... ¿De qué raza es?

Es un perro de la calle que se ha convertido en mi guardián. Lo recogió una señora que hace talleres conmigo y un día lo noté tan triste, recuerdo que estaba Karim conmigo el año pasado y se tuvo que ir, entonces lo adopté y me cambió la vida. La verdad que recomiendo a todos tener un perro. Es más le voy a dedicar un capítulo de mi próximo libro sobre vínculos que estoy escribiendo.

¿Ya estás en otro proyecto?

Sí, ahora estoy con cuatro capítulos abiertos y la idea es que salga para la feria del libro del año que viene. Y después escribiré el libro de mi reconstrucción personal. Hay que tomarse el trabajo de alzar la voz y de entender que la vida es un ciclo eterno donde todo se transforma y para eso tiene que morir lo que tiene que morir y tiene que nacer lo que tiene que nacer.

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