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El distinguido político que abusó de su sobrina

Sabado, 23 de julio de 2011 22:13

El hombre alto y distinguido, de alrededor de 45 años, se alojó en un lujoso pero discreto hotel de Boston, con una niña de 11 años. El registro del hotel indicaba que eran padre e hija. El botones los acompañó hasta la puerta de la habitación... no llevaban equipaje, salvo un pequeño bolso de mano. Cuando entraron a la habitación la nena corrió hacia el gran ventanal a observar a los caminantes, él se sirvió un whisky, le agregó hielo y se arrimó a la ventana junto a ella. Después de contemplar la calle durante un largo rato, pasó su mano sobre la ensortijada cabellera rubia de la pequeña. Caminó despacio hacia un sillón y allí apoyó su bolso y extrajo, entre otras menudencias, un libro. Se sentó al borde de la cama con la menor y junto a ella comenzó a leer el libro de alto contenido erótico, con fotos que no eran adecuadas para la edad de la inocente Starr Wyman, tal era el nombre de la infortunada. El hombre, Andrew Peters, era el alcalde de la aristocrática ciudad de Boston y tío de la pequeña. El le tomó la mano y la llevó hacia su cuerpo, haciéndole recorrer su corpulenta humanidad. Starr, casi sin entender, continuó con la tarea que su tío le indicaba, mientras él comenzaba explorar el cuerpo infantil. Era 1918 y comenzaba allí, para la chica, un infierno que terminaría 14 años después de un modo trágico y confuso que nunca se dilucidaría.

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El hombre alto y distinguido, de alrededor de 45 años, se alojó en un lujoso pero discreto hotel de Boston, con una niña de 11 años. El registro del hotel indicaba que eran padre e hija. El botones los acompañó hasta la puerta de la habitación... no llevaban equipaje, salvo un pequeño bolso de mano. Cuando entraron a la habitación la nena corrió hacia el gran ventanal a observar a los caminantes, él se sirvió un whisky, le agregó hielo y se arrimó a la ventana junto a ella. Después de contemplar la calle durante un largo rato, pasó su mano sobre la ensortijada cabellera rubia de la pequeña. Caminó despacio hacia un sillón y allí apoyó su bolso y extrajo, entre otras menudencias, un libro. Se sentó al borde de la cama con la menor y junto a ella comenzó a leer el libro de alto contenido erótico, con fotos que no eran adecuadas para la edad de la inocente Starr Wyman, tal era el nombre de la infortunada. El hombre, Andrew Peters, era el alcalde de la aristocrática ciudad de Boston y tío de la pequeña. El le tomó la mano y la llevó hacia su cuerpo, haciéndole recorrer su corpulenta humanidad. Starr, casi sin entender, continuó con la tarea que su tío le indicaba, mientras él comenzaba explorar el cuerpo infantil. Era 1918 y comenzaba allí, para la chica, un infierno que terminaría 14 años después de un modo trágico y confuso que nunca se dilucidaría.

Una familia normal

Andrew Peters era el alcalde de Boston, para lo cual tuvo que vencer en las elecciones al abuelo de John Fitzgerald Kennedy y estaba casado con Martha Peters, con quien había conformado un matrimonio sólido y tenían en común seis hijos varones.

Andrew, descendiente de una familia tradicional y de abolengo, cuyos ancestros habían llegado desde Inglaterra en 1657, se había desempeñado como subsecretario del Tesoro durante el mandato del presidente Woodrow Wilson.

Envuelto en la vorágine de la administración pública, los viajes, cócteles y campañas políticas, encontraba escasos momentos de ocio y para divertirse junto a sus hijos. Había construido una granja en la que tenía caballos de paseo y una lujosa casa de veraneo en una isla próxima a la costa de Maine, además de un magnífico yate.

En 1918 había llegado en calidad de visita, pero también de pupila, una sobrina política, una hermosa niñita de 11 años llamada Starr Wyman. Starr era la hija de Helen MacGregor Pierce, prima de su mujer, y de Frank Wyman II, un hombre de negocios educado en Harvard. La buena posición económica de la familia duró hasta que el matrimonio Wyman tuvo su segunda hija, Tucker, y después sobrevino el divorcio. Wyman aceptó un empleo en París y Helen decidió depositar su confianza y a su hija mayor en los acaudalados Peters. Andrew asumió el rol paterno de la niña y se movía con ella a todos lados. La influencia fue determinante y avasalladora.

Peters invertía grandes sumas de dinero en los colegios más distinguidos de Boston dedicados a la enseñanza de niñas, pero esta bondad escondía un dato peligroso y que nadie sospechaba: el aristócrata tenía debilidad por las niñas. Y su sobrina política fue, al parecer, su primera víctima.

Pero no fue hasta 1926 que se descubrieron los hechos y fue allí cuando la madre de Starr junto a su nuevo marido, Stanley Faithfull, reaccionaron.

La nueva familia se instaló en West Orange, una población de Nueva Jersey. Stanley trataba de involucrar en sus negocios a los inversionistas neoyorquinos. Pero estos parecían poco dispuestos a secundar sus planes, por lo que los Faithfull estaban pasando serios apuros económicos. Fue allí cuando la ayuda les llegó de un modo bastante particular: sin ningún escrúpulo, pusieron en venta su silencio y el de la niña, que para ese entonces ya tenía 20 años.

Consiguiendo fondos

A fines de 1926 llegaron a la oficina de Andrew Peters dos abogados y el matrimonio Faithfull. Comenzó allí una conversación que finalizaría después de acordar una suma que rondaba los 25.000 dólares, en concepto de extorsión. Peters estaba comprando el silencio de los Faithfull, de lo contrario su ascendente carrera política podía terminar allí mismo. ¿De qué se lo acusaba? Nada más ni nada menos que de corrupción de menores. La familia de la víctima, en vez de buscar justicia, prefirió vender su silencio y en un principio todo salió bien.

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