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¿Maldita minería?

Jueves, 23 de febrero de 2012 23:38

El viernes 17 de febrero, un alud de agua y barro en Olacapato se llevó algunas casas y cuatro vidas: la de una mamá embarazada y sus dos hijitas.
Era la 1 de la madrugada y un vecino se acercó a la minera que tiene su planta en el parque industrial, a pedir las máquinas para contener el río que ya había arrasado con la vivienda en la que estaban la mamá y sus nenas. El supervisor de turno, sin dudarlo ni pedir autorización (porque ese tipo de ayuda y participación está dentro del protocolo de accionar diario) sacó las maquinarias y trabajó hasta las 4 de la mañana tratando de reencausar el río. La retroexcavadora se quedó en el pueblo y a las 8 de la mañana volvió a trabajar. Simultáneamente a unos 300 km de distancia (en la ciudad de Salta) se había disparado la alarma.
Mucho antes de que los funcionarios de las distintas empresas mineras que operan en la zona llegaran a sus oficinas, ya estaban comunicándose y organizando la asistencia. Hicieron el relevamiento de lo que necesitaban las personas y se buscó la forma de proveerlo. La gente no podía regresar a sus casas y las mineras acordaron con un restaurante de la zona, que les proporcionara agua, cuatro comidas diarias, velas y algunas otras provisiones hasta que pudieran volver a sus casas. Otra minera puso los vehículos a disposición de los familiares de las víctimas para que pudieran llegar a Olacapato.
Esto parece el relato de una situación aislada pero es el día a día de la “maldita minería”.
Las “malditas mineras” están siempre dispuestas a dar una mano, porque su gente vive en esas comunidades. Porque en las comunidades en las que las “malditas mineras” operan, vive gente abierta y agradecida de tener trabajo blanco. Por eso cuando se preguntan ¿por qué no comunican en los medios toda la colaboración que realizan las mineras? La respuesta es: porque lo que se realiza en las comunidades no forma parte de una campaña de marketing. Es la vida misma del minero. Es tan triste ver a las personas que nunca salieron de la ciudad de Buenos Aires a hablar como si conocieran la Puna. Como si supieran cómo hacemos nuestro trabajo. Porque las políticas de seguridad y de cuidado del medio ambiente las dictan y controlan los accionistas de las empresas, pero las hacemos realidad y las vivimos los que trabajamos con orgullo todos los días en la “maldita minería”.

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El viernes 17 de febrero, un alud de agua y barro en Olacapato se llevó algunas casas y cuatro vidas: la de una mamá embarazada y sus dos hijitas.
Era la 1 de la madrugada y un vecino se acercó a la minera que tiene su planta en el parque industrial, a pedir las máquinas para contener el río que ya había arrasado con la vivienda en la que estaban la mamá y sus nenas. El supervisor de turno, sin dudarlo ni pedir autorización (porque ese tipo de ayuda y participación está dentro del protocolo de accionar diario) sacó las maquinarias y trabajó hasta las 4 de la mañana tratando de reencausar el río. La retroexcavadora se quedó en el pueblo y a las 8 de la mañana volvió a trabajar. Simultáneamente a unos 300 km de distancia (en la ciudad de Salta) se había disparado la alarma.
Mucho antes de que los funcionarios de las distintas empresas mineras que operan en la zona llegaran a sus oficinas, ya estaban comunicándose y organizando la asistencia. Hicieron el relevamiento de lo que necesitaban las personas y se buscó la forma de proveerlo. La gente no podía regresar a sus casas y las mineras acordaron con un restaurante de la zona, que les proporcionara agua, cuatro comidas diarias, velas y algunas otras provisiones hasta que pudieran volver a sus casas. Otra minera puso los vehículos a disposición de los familiares de las víctimas para que pudieran llegar a Olacapato.
Esto parece el relato de una situación aislada pero es el día a día de la “maldita minería”.
Las “malditas mineras” están siempre dispuestas a dar una mano, porque su gente vive en esas comunidades. Porque en las comunidades en las que las “malditas mineras” operan, vive gente abierta y agradecida de tener trabajo blanco. Por eso cuando se preguntan ¿por qué no comunican en los medios toda la colaboración que realizan las mineras? La respuesta es: porque lo que se realiza en las comunidades no forma parte de una campaña de marketing. Es la vida misma del minero. Es tan triste ver a las personas que nunca salieron de la ciudad de Buenos Aires a hablar como si conocieran la Puna. Como si supieran cómo hacemos nuestro trabajo. Porque las políticas de seguridad y de cuidado del medio ambiente las dictan y controlan los accionistas de las empresas, pero las hacemos realidad y las vivimos los que trabajamos con orgullo todos los días en la “maldita minería”.

Gabriela Koenig
Empleada minera desde 1984
Olacapato

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