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La otra historia del 22 de mayo de 1810

Lunes, 21 de mayo de 2012 22:45

Toda la historia argentina está impregnada de situaciones y personajes inesperados o insólitos que terminaron dando un vuelco de timón a su destino. Hablamos de individuos mucho más relevantes que el valor que la historia les asignó, o formas de hacer las cosas que, en perspectiva, nos permiten entender mucho de nuestro presente. La jornada del 22 de mayo de 1810 -la del Cabildo Abierto, como nos la enseñaron en la escuela- estuvo repleta de esas circunstancias increíbles que vale la pena recordar.

En los días previos, las noticias llegadas de España que anunciaban la caída de Fernando VII habían convulsionado a Buenos Aires. Ni los españoles residentes en la ciudad ni los criollos estaban dispuestos a que el Virreinato cayera en manos de Napoleón, aunque tenían planes distintos para evitarlo. Aunque con matices, ambos consideraban que el poder del virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros había cesado, pero no coincidían acerca de la forma de gobierno que debía reemplazarlo. Envuelto en ese debate, el virrey perdió primero el apoyo del Ejército y luego recibió de algunos de los ciudadanos más reconocidos de la ciudad un pedido -con gusto a exigencia- para que se convoque a un Cabildo Abierto para tratar el tema de su continuidad. Presionado por las circunstancias, el virrey accedió y ordenó al Cabildo poner en marcha la convocatoria.

Las autoridades del Cabildo elaboraron una lista de 450 invitados que incluía a los vecinos más prominentes de la ciudad. Pero aquí apareció la primera maniobra extraña: el encargado de imprimir las invitaciones era Agustín Donado, compañero y amigo de los revolucionarios Domingo French y Antonio Beruti, quien imprimió muchas más tarjetas (se habla de hasta 600) y el 21 de mayo las repartió entre los criollos. En aquella época, para participar del Cabildo Abierto se debía cumplir una serie de requisitos que incluían tener una casa habitada en la ciudad, armas y caballo. La residencia debía tener varios años sin interrupciones y, para no perder la condición de vecino durante una eventual ausencia, el dueño de casa debía dejar a algún hombre con condiciones similares en su reemplazo, para garantizar su contribución a la defensa de la ciudad. Varios de los invitados “truchos” no cumplían con estas exigencias.

En la mañana del 22 de mayo, el clima político estaba muy caldeado. Es por eso que a nadie le sorprendió que en los accesos a la Plaza Mayor, la actual Plaza de Mayo, se apostaran unos 600 hombres -algunos armados con cuchillos, trabucos y fusiles- que decidían quién podía pasar al Cabildo y quién no. Se trataba de partidarios de la revolución liderados -una vez más- por French y Beruti, que buscaban así asegurar que el Cabildo Abierto fuera copado por los criollos.

Solo 251 de los invitados llegaron finalmente al Cabildo porteño. A la sesión concurrieron 56 militares, 4 marinos, 18 alcaldes de barrio, 24 clérigos, 20 abogados, 4 escribanos, 4 médicos, 2 miembros de la Audiencia, 2 miembros del Consulado, 13 funcionarios, 46 comerciantes, 18 vecinos y 15 personas sin calificación.
Una vez iniciado el debate, alrededor de las 9, cada sector sacó a relucir su postura. Los españoles residentes estaban divididos entre los partidarios de sostener al virrey Cisneros y los que proponían destituirlo y ceder el poder a una Junta de Gobierno integrada exclusivamente por españoles. Los criollos, mientras tanto, planteaban como necesaria la destitución de Cisneros, la entrega del poder al Cabildo y la designación de una Junta de Gobierno. Frente a los cuestionamientos que planteaban que las provincias no habían sido consultadas para la conformación de esa Junta, este sector impulsó la idea de que la Junta de Buenos Aires fuera provisoria, hasta que las provincias pudieran sumar a sus representantes.

Finalmente, y tras un debate que se extendió por largas horas, la votación se terminó en los primeros minutos del 23 de mayo. Allí el trabajo previo de French y Beruti rindió sus frutos: se aprobó por amplia mayoría (155 votos contra 69) la destitución del virrey y la devolución de la soberanía política al Cabildo, para que designe una Junta de Gobierno. El resto es historia: el 24 Cisneros pretendió hacerse elegir al frente de la Junta, pero fracasó. El 25, el primer gobierno patrio vio la luz.

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Toda la historia argentina está impregnada de situaciones y personajes inesperados o insólitos que terminaron dando un vuelco de timón a su destino. Hablamos de individuos mucho más relevantes que el valor que la historia les asignó, o formas de hacer las cosas que, en perspectiva, nos permiten entender mucho de nuestro presente. La jornada del 22 de mayo de 1810 -la del Cabildo Abierto, como nos la enseñaron en la escuela- estuvo repleta de esas circunstancias increíbles que vale la pena recordar.

En los días previos, las noticias llegadas de España que anunciaban la caída de Fernando VII habían convulsionado a Buenos Aires. Ni los españoles residentes en la ciudad ni los criollos estaban dispuestos a que el Virreinato cayera en manos de Napoleón, aunque tenían planes distintos para evitarlo. Aunque con matices, ambos consideraban que el poder del virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros había cesado, pero no coincidían acerca de la forma de gobierno que debía reemplazarlo. Envuelto en ese debate, el virrey perdió primero el apoyo del Ejército y luego recibió de algunos de los ciudadanos más reconocidos de la ciudad un pedido -con gusto a exigencia- para que se convoque a un Cabildo Abierto para tratar el tema de su continuidad. Presionado por las circunstancias, el virrey accedió y ordenó al Cabildo poner en marcha la convocatoria.

Las autoridades del Cabildo elaboraron una lista de 450 invitados que incluía a los vecinos más prominentes de la ciudad. Pero aquí apareció la primera maniobra extraña: el encargado de imprimir las invitaciones era Agustín Donado, compañero y amigo de los revolucionarios Domingo French y Antonio Beruti, quien imprimió muchas más tarjetas (se habla de hasta 600) y el 21 de mayo las repartió entre los criollos. En aquella época, para participar del Cabildo Abierto se debía cumplir una serie de requisitos que incluían tener una casa habitada en la ciudad, armas y caballo. La residencia debía tener varios años sin interrupciones y, para no perder la condición de vecino durante una eventual ausencia, el dueño de casa debía dejar a algún hombre con condiciones similares en su reemplazo, para garantizar su contribución a la defensa de la ciudad. Varios de los invitados “truchos” no cumplían con estas exigencias.

En la mañana del 22 de mayo, el clima político estaba muy caldeado. Es por eso que a nadie le sorprendió que en los accesos a la Plaza Mayor, la actual Plaza de Mayo, se apostaran unos 600 hombres -algunos armados con cuchillos, trabucos y fusiles- que decidían quién podía pasar al Cabildo y quién no. Se trataba de partidarios de la revolución liderados -una vez más- por French y Beruti, que buscaban así asegurar que el Cabildo Abierto fuera copado por los criollos.

Solo 251 de los invitados llegaron finalmente al Cabildo porteño. A la sesión concurrieron 56 militares, 4 marinos, 18 alcaldes de barrio, 24 clérigos, 20 abogados, 4 escribanos, 4 médicos, 2 miembros de la Audiencia, 2 miembros del Consulado, 13 funcionarios, 46 comerciantes, 18 vecinos y 15 personas sin calificación.
Una vez iniciado el debate, alrededor de las 9, cada sector sacó a relucir su postura. Los españoles residentes estaban divididos entre los partidarios de sostener al virrey Cisneros y los que proponían destituirlo y ceder el poder a una Junta de Gobierno integrada exclusivamente por españoles. Los criollos, mientras tanto, planteaban como necesaria la destitución de Cisneros, la entrega del poder al Cabildo y la designación de una Junta de Gobierno. Frente a los cuestionamientos que planteaban que las provincias no habían sido consultadas para la conformación de esa Junta, este sector impulsó la idea de que la Junta de Buenos Aires fuera provisoria, hasta que las provincias pudieran sumar a sus representantes.

Finalmente, y tras un debate que se extendió por largas horas, la votación se terminó en los primeros minutos del 23 de mayo. Allí el trabajo previo de French y Beruti rindió sus frutos: se aprobó por amplia mayoría (155 votos contra 69) la destitución del virrey y la devolución de la soberanía política al Cabildo, para que designe una Junta de Gobierno. El resto es historia: el 24 Cisneros pretendió hacerse elegir al frente de la Junta, pero fracasó. El 25, el primer gobierno patrio vio la luz.

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